ris ras clang

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Salgo apurado de casa, me lanzo a la carretera mirando por el rabillo del ojo si viene algún coche. En un instante me doy cuenta de que las ruedas necesitan que las infle, la bici no responde como yo quisiera. Por eso, pedaleo más fuerte y cojo velocidad con un poco de esfuerzo, entrando en calor. Aunque todavía no es invierno hace fresco, pero hay viento.

Una vez que cojo velocidad el viento me hace fsss fsss en los oídos. Los coches son un sonido de fondo, como una televisión que está encendida pero que nadie la ve.

Bajo la calle Vendome, esquivando peatones que cruzan la calle, coches en doble fila y ciclistas de ciudad. Cogiendo más velocidad, el fsss fsss se vuelve casi ensordecedor. Aun así, al frente, se oye una especie de golpe como venido de otro mundo.

Es un golpe sordo, con cierto tono metálico y que se produce irregularmente, como si fuera un capricho. Se va haciendo más fuerte cuanto más me acerco al cruce de Foch. El semáforo está rojo, aprieto los puños para frenar. El fsss fsss del viento disminuye al mismo tiempo que mi velocidad y pasa a un segundo fondo, en su lugar se oye ese especie de golpe, ahora más fuerte.

clang

En la espera del semáforo, estoy agitado. El viento continúa maullando suavemente. Las ramas de los árboles se estiran y se sacuden, como si sus hojas amarillas saludaran con frotamientos de júbilo a los ajenos viandantes mientras que en éxtasis las hojas marrones caen describiendo círculos buscando un sitio donde formar parte de la crujiente alfombra otoñal.

clang

Los viandantes al llegar al cruce de Foch, se ven expuestos a fuertes e irregulares corrientes de aire que les hace agarrar el bolso, cerrar el abrigo y apretar el paso, haciendo caso omiso del ora estrepitoso ora oscilante saludo de los árboles y sin ni siquiera escuchar ora el grito ora el susurro del viento. Sin prestar un mínimo de atención al clang que se hace fuerte con cada arremetida del viento. Sin pararse a mirar.

clang

Atónito, veo que unos transeúntes se paran. ¿Oirán también ellos ese choque metálico? Los coches comienzan a circular por mi izquierda. Un ciclista grita algo incomprensible. El semáforo está en verde. Me dispongo a continuar pero el semáforo ya va cambiando a ámbar y luego rojo. Los peatones invaden de nuevo la calzada.

clang

Esta vez busco el origen de ese sonido que viene de arriba a mi izquierda. Allí, como en todo el barrio, se levanta un edificio señorial de cinco plantas típico del 6ème arrondissement de Lyon. No es un edificio de los más vistosos, un banco de la société générale ocupa la mayor parte del bajo, pero lo más particular y lo primero con lo que se topa el ojo, es una lona a dos colores que cubre la fachada de los pies a la cabeza. La lona asegurada por unos andamios que recorren el cuerpo del edificio está suelta en el último piso y allí cuando el viento sopla la lona se infla y en el movimiento contrario va a estrellarse contra el metal del andamio.

clang

El viento ahora inclemente juega con la lona que pide ayuda para poder asegurar su trabajo, pero a cada embiste del viento viene a estamparse una y otra vez sobre el andamio como una ola que se rompe en espuma al estrellarse contra la roca. Y rota y estrellada lanza un ruido que se propaga en todas direcciones como el grito de fuego en un noche tranquila.

clang clang

Si presto atención, oigo incluso el desgarro interno de la lona que al estirarse por el viento va dándose de sí e hilo a hilo va abriendo un agujero cada vez más grande que deja expuesta la fachada del edificio señorial del 6ème arrondisement que no está preparado para ser visto y que lo exponen a pesar de él. Ese agujero, que dura lo que dura una ráfaga de viento, es una ventana indiscreta.

ris ras clang clang

Otra vez, los transeúntes se paran. ¿Habrán oído esta vez el desgarro de la lona? Los coches circulan. Un motociclista grita algo incomprensible. El semáforo está de nuevo en verde, pero yo no avanzo y me aparto de la calzada para no entorpecer esta vez la circulación. Ambar. Rojo

clang clang

Rojo es el color de la lona y también blanco. Una lona con anchas bandas verticales rojas y blancas. Un color rojo apagado carcomido por el sol casi rosa sucio, pero no tan sucio como el blanco que es más bien de color gris ciudad. Y por debajo, se intuye un edificio de color blanco sucio, blanco ciudad, que quizá estén restaurando a un otro color o quizá lo estén mejorando para soportar mejor el invierno o quiza se esté cayendo. Cómo chilla el viento.

clang clang clang clang

La mole del edificio sigue ahí, inmutable, estoico. Adentro puro temblor. Esta vez el viento es tan fuerte que la lona gime, grita, se desgarra las vestiduras y va a romperse una y otra vez contra el andamio, intentando desesperadamente cubrir el edificio que impasible contempla. El edificio, ajeno al viento que aulla, a los árboles que saludan, a los transeuntes que se apresuran y a los coches que circulan, observa la vida pasar imperturbable.

clang clang clang clang

A él le da igual si los otros ven lo que supuestamente no debe mostrar. Al edificio señorial del 6ème arrondissement de Lyon, le importa un carajo si la gente puede ver la fisura que yo veo. Una fisura que recorre toda la fachada desde los cimientos hasta el último ladrillo del último piso. Un corte abierto como una boca de metro por la que se ven las casas sucias y malolientes. El viento inflexible que golpea la lona entra ahora por esa herida sangrante expuesta y, como un huracán, tumba los muebles, rompe los cristales y mezcla todo. El edificio tiembla desde adentro.

clang clang clang clang

Miro a los transeúntes. ¿Cómo no pueden escuchar el huracán que está atravesando sus casas? Están locos. Pero ellos continúan marchando ajenos al caos y la desesperación que reina en ese señorial del 6ème arrondissement de Lyon. El semáforo está ahora en verde, y pedaleo lo más que puedo para alejarme antes de que el huracán me reclame. Pedaleo lo más fuerte rápido que puedo y cojo velocidad, el viento vuelve a hacer fsss fsss en las orejas, mis piernas se quejan con fuego de la demanda que les hago y por fin el clang clang va quedando cada vez más lejos.

Al llegar al bar donde está mi amigo esperando aún tengo el fsss fsss del viento en la cabeza. Las piernas son fuego. Está sentado en la terraza leyendo, el bar está lleno, el alboroto de la gente llena la plaza.

- Hombre, Diego, ¿cómo estás, po? ¡Cuánto tiempo! - Yo no sé qué responder, aún me falta el aliento y estoy todo acalorado.

- Bien, fenomenal,- clang clang - ¿y tú?

ris ras

ris ras clangWhere stories live. Discover now