Canto I

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No recuerdo mi vida antes de mudarme a la cabaña del oscuro bosque, incluso no recuerdo si alguna vez vi a una persona distinta a mi familia.

—Roble al frente, tres pasos a la derecha, derecho hasta el claro. —Doy una vuelta en la cocina y repito lo mismo.

Largos años visitando la casa de mi abuela, recorriendo el mismo camino, llevando los mismos víveres.

—Roja, deja de dar vueltas y vete, se hará de noche —Basta que los labios de mi madre suelten la palabra "noche" para que mi cerebro envié una reacción bastante parecida al pánico—. Si el camino se pone feo, quédate a pasar la noche allá, cariño. —Me toma de las mejillas, enfocando nuestras miradas.

No hace falta que diga otra palabra. Durante años, la leyenda del lobo ha sido el motivo por el cual cada habitante de este lugar decidió irse, o eso es lo que mi madre decide contarme.

Tomo la pequeña canastilla y mi abrigo rojo carmesí. El camino se hace corto cuando canto, así que me llevo mis audífonos y tatarateo por el camino, recordando minuciosamente cada indicación en mi cerebro. Miro a los lados a cada segundo y vuelvo a convencerme de que vivir en este lugar sin amigos ni otras personas es una completa pesadilla.

El tiempo por este lado del bosque ususalmente es voluble, pero ha permanecido toda esta semana con una fuerte tormenta de nieve que cesa a minutos y vuelve a comenzar. La nieve hace que caminar sea una tarea de mucho cuidado y la brisa me tambalea en cada paso. Anochecerá antes de que me de cuenta y quedarme en casa de la abuela nunca es una opción que quiera tomar, por ello, y por primera vez decido tomar el camino corto, rodeando un lago a mitad de camino.

Mi padre me ha dicho como llegar hasta el cuándo me lleva a buscar leña, así que llego a el con bastante facilidad. Es un lago verde y fangoso, la rama de los arboles acarician el hielo bajo la influencia del viento, dejando en el aire un sonido rasposo que pondría a temblar a cualquiera que no conociera el terreno.

Busco una roca y la tiro con toda la fuerza que soy capaz hacia el centro del lago, viendo si el hielo es lo suficientemente grueso para aguantar mi peso y tras comprobar que no ocurrió nada, camino hacia la orilla clavando los pies para no resbalar.

—Bien, bien, morir bajo la nieve no es un buen final. —me susurro.

Deslizo la canasta de víveres hasta la mitad del camino y me enrumbo detrás de ella, tratando de mantener el equilibrio. Los sonidos de las ramas y de los silbidos que provienen de la profundidad del bosque me hacen dar respingos a cada nada y voltear a todos lados. La luz poco a poco se vuelve más escasa.

Intento apresurar el paso caminando con más determinación, alerta. No debí permitirle a mi madre enviarme hoy. La nieve se me adhiere al rostro, entumeciéndome las mejillas. A mitad del camino, escucho algo moverse detrás de mí. El corazón me retumba en todas partes y el miedo me recorre las venas en cuestión de milésimas. Volteo la cabeza hacia atrás y el reflejo de algo escondiéndose detrás de los arboles me mueve en cuestión de segundos hacia adelante, intentando correr, pero el hielo se hace más resbaloso.

Alcanzo la canasta, pero la brisa me empuja hacia adelante, tumbándome de rodillas. Miro el hielo, es transparente así que veo el agua verdosa y en ella, una cara de cerdo con sangre en el hocico. Suelo un jadeo y gateo hasta la otra orilla. Las rodillas se me rozan, pero el miedo sobrepasa el dolor.

Los pasos se intensifican, no sé si se trata de una persona, algo con patas suficientes para elevar el sonido de sus pisadas por encima del viento o solo es mi imaginación. Tomo la canasta de víveres y emprendo a correr por todo el pequeño camino hasta la cabaña de la abuela.

Leyenda RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora