Capítulo único:

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Dafne no dormía hacía casi dos días seguidos y las pocas horas en las que pudo conciliar el sueño, las pesadillas pronto lo espantaron. En él la cara regordeta de Rita aparecía convulsionada, con la tez morada, la sangre fluyendo sin parar de su nariz y sus ojos verde vómito saliéndose de las órbitas. De su boca fofa salía una frase, sin embargo Dafne nunca podía recordarla.

Durante toda su vida, la joven siempre intentó hacer las cosas bien, era una de esas personas que siempre tomaba las decisiones más correctas. Educada en una familia severa donde la apariencia era lo más importante, intentaba siempre mantenerse entre los rígidos parámetros que le habían impuesto. Debía conducirse de manera educada y amable, estar siempre presentable y con un vestuario a la moda, su cabello rubio claro impecable, su rostro bien maquillado y, sobre todo, muy delgada. Le habían hecho creer que la buena apariencia era la fórmula infalible para el éxito. Y Dafne había triunfado.

Todos sus conocidos la consideraban la niña perfecta, epíteto que se ganó a fuerza de voluntad, dietas y lágrimas. Llegó a un punto en que estaba tan acostumbrada al halago y a su intachable reputación, que ella misma comenzó a pensar que era un modelo de perfección, destinada a hacer grandes hazañas en su vida.

Sin embargo, al cumplir quince años, Rita apareció en su vida. Llegó para cambiarlo todo. Fue tan real que al cabo de un tiempo ni Dafne misma se reconocía y muchas veces en el futuro se preguntó si sería capaz de sentir cariño por otro ser humano alguna vez.

En medio de una noche, un trueno la despertó, sobresaltada se incorporó en la cama. La oscuridad siempre le había dado miedo y en los últimos días le tenía terror. Temblando de manera incontrolable, intentó alcanzar la lámpara, no obstante, antes de que lo lograra, volvió a escucharlos... pasos que se acercaban a su cuarto. Aterrorizada, manoteó el aire y golpeó a ciegas la lámpara que cayó al suelo, desconectándose. Dafne se deslizó al piso, llorando, mientras tanteaba el objeto. Entonces la puerta de su cuarto se entreabrió y la silueta de Rita apareció en el umbral.

La joven cerró los ojos, mientras se repetía: "no es real", "no es real"

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La joven cerró los ojos, mientras se repetía: "no es real", "no es real"... Luego abrió los ojos... en el umbral no había nadie. Dafne se levantó y fue hacia la puerta. La abrió. En el pasillo oscuro el silencio era palpable. Aun temblando, tanteó la pared y encontró el interruptor de la luz. Esta se encendió... Otra noche en vela la esperaba.

Al día siguiente fue a ver a su mejor amiga, Karla, porque ya no podía aguantar más el peso sobre sus hombros.

—¡Más vale que mantengas la boca cerrada!

—¡No iba a decir nada! Pero la veo todas las noches, Karla... ¡Estoy volviéndome loca!

—Bah, tonterías —replicó. No le había creído y nunca lo haría.

De vuelta a casa, pasó frente al Colegio Sarmiento donde todas iban. Allí se detuvo, sus ojos observaron un pequeño altar, recordatorio que alumnos y docentes habían creado para Rita. La joven se acercó a él, había fotos, notas y cartas. Cintas de colores, flores y un hermoso marco dorado coronando la última fotografía de Rita. Una sonrisa adornaba su redondo y moreno rostro. Dafne tuvo un acceso de odio y rabia. La dueña de aquel rostro la había superado en todo, en sus notas, en su popularidad, incluso le había quitado el puesto de capitana del equipo de debate. ¡¿Y por qué?! ¡¿Por qué?! Se preguntaba con odio y desprecio. Ella era infinitamente superior a Rita. Esta era desaliñada, se vestía y hablaba como hombre, era lenta y tenía al menos treinta quilos más. Aún no comprendía qué tenía que atraía a la gente... Incluso a su novio... su ex­novio. Las lágrimas se agolparon en sus ojos oscuros.

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