Las relaciones son complicadas, no solamente las románticas, todo tipo de relación.
Imaginemos por un segundo que hay un tren, y cada persona tiene su propio vagón, una zona segura. Al principio compartimos vagón con familiares u otras figuras que nos den seguridad, poco a poco crecemos y necesitamos el nuestro propio.
Al ser un tren, también existen estaciones. Estás estaciones son, por así decirlo, los grupitos, aquellas personas que son o han sido un lugar seguro.
Bajas del tren y vas a tu estación. Puedes estar en ella poco o mucho tiempo, ves a trenes pasar con gente nueva, te relacionas con esa gente pero nunca abandonas tu estación.
Aunque perfectamente puedes ir y volver, no lo haces, te cierras a lo nuevo y te quedas con lo que ya conoces. No hay nada de malo en ello.
Hasta que la estación empieza a ser fría, la calidez se pierde y no encuentras tu lugar. La gente de la estación sube a sus vagones poco a poco, sin olvidar nada, seleccionando con quienes van a viajar, y tú, al final, tienes que hacer lo mismo.
Subes a tu vagón, viajas por el tren, conoces gente, paras en algunas estaciones.
Ya no buscas un sitio concreto donde pasar los días, empiezas a decorar tu espacio, listo para recibir a aquellos que has conocido en tu viaje.
No has abandonado a nadie, avanzas.
Avanzas en solitario, a veces con alguien, y no tiene nada de malo, porque los recuerdos de las estaciones, de los vagones, de la gente, es algo que se queda contigo.
El tren siempre está en marcha, y tienes muchas oportunidades para volver a visitar tus lugares seguros.