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Nada más entrar en el coche, Elsa se descalzó los tacones y estiró los deditos de sus pies viéndolos a través de la tela negra de las medias de nylon. Su padre, se sentó a su lado y dio órdenes al chofer de que arrancara.

        - Ya está cariño, ya ha acabado. - dijo el hombre palmeando el muslo de la joven que sobresalía de su falda de tubo mientras sentía en sus dedos la sedosidad del nylon, - ahora a casa a descansar que mañana empiezas el colegio.

        La chiquilla asintió sollozando. Acababan de terminar el sepelio de su madre en el tanatorio, y después de un día entero con el vestido negro y los tacones, estaba cansada física y mentalmente, y mañana empezaba su nuevo colegio.

        Su madre había fallecido hacía tres días tras meses enferma. Elsa y sus padres se habían mudado hacía cinco meses a una casa nueva en una urbanización tras ser su padre ascendido a comisario. Mañana era su primer día en su nuevo colegio, nuevo colegio, nueva ciudad, nueva vida… si, nueva vida, aún no sabía hasta cuanto de nueva.

        Entraron en la urbanización tras pasar el control de seguridad. En su garita, el gordo vigilante de seguridad abrió la barrera al reconocer la matrícula del coche, y a unos quinientos metros, el vehículo se detuvo ante el imponente chalé de tres plantas. Al pararse el coche, el padre de Elsa quitó la mano del muslo de su hija, donde había estado todo el viaje, y cogió los tacones de la joven.

        - Sal descalza. Son solo unos metros, y vendrá bien a tus pies cansados.

        La chica asintió, salió del coche despidiéndose del chofer y fue hasta la puerta, donde esperó a su padre, que se entretuvo unos minutos en el coche. El frío asfalto se notaba en sus pies tras la tela de las medias, y aunque sí es cierto que la calmó el dolor que sentía por haber llevado todo el día los tacones, la pobrecita encogió los deditos un par de veces.

        Su padre llegó por fin y abrió la puerta de casa, entraron y Elsa suspiró.

        - Me voy a acostar papá. Mañana quiero estar temprano en el colegio.

        - Vale cariño, pero espérame un segundo en mi dormitorio, quiero hablar contigo de algo.

        - Vale. Pero antes déjame ir al baño, necesito orinar.

        El hombre asintió y le dio una palmada cariñosa en el culo a la chica que sonrió.

        Elsa subió las escaleras ante la atenta mirada de su padre que se relamía los labios mientras notaba como empezaba a tener una erección.

Cinco minutos después, el padre esperaba sentado en un sillón de piel que había en su habitación. Con las piernas separadas, observaba la puerta por la que poco después asomó Elsa, con la cara roja y lágrimas en los ojos. Había vuelto a llorar en el baño, y todavía sollozaba. La chiquilla aún no se había cambiado de ropa.

         - Me voy a acostar papá… ¿Qué querías decirme? – susurró Elsa, sin saber lo que la esperaba.

       -Ven aquí cariño.

       Elsa, despacio, arrastrando sus pies descalzos cubiertos aún por las medias negras, pues aún no se había quitado siquiera eso, fue hasta su padre. Este, sonriente, la hizo sentarse en sus rodillas, la joven, sonriendo, pero sin poder dejar de llorar se sentó y le abrazó.

        - Ahora tú eres la mujer de la casa, así que tú has de ocupar el lugar de tu madre – dijo dándole unas palmaditas en su muslo - Y eso implica comportarte dignamente, como ella, y hacer lo que ella hacía.

el tormento de elsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora