Prólogo

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Blanca había nacido en Sacramento. Su padre, Alfred, era americano y su madre, Ana, había nacido también en América, igual que su hermano el tío Miguel. Pero sus abuelos,
María y Ramón, habían llegado allí desde España, allá por los años 40, huyendo de una guerra que peleó a hermanos contra hermanos, huyendo de un país donde, según ideas políticas,
podías conseguir a una muerte segura. Huyendo del hambre y la miseria, escaparon un pequeño grupo de amigos
y conocidos desde la costa de Valencia. Y llegaron a América con ganas de trabajar y conseguir un futuro mejor.
Y lo consiguieron. Aquel puñado
de amigos creó una pequeña empresa de construcción. Poco a poco fue creciendo. Todos eran socios a partes iguales, todos daban trabajo a gente que
luchaba por ese futuro mejor, a gente que llegaron igual que ellos.

La madre de Blanca creció
sintiéndose española y americana a partes iguales y cuando conoció a Alfred, se enamoraron y se casaron. La
familia paterna no estuvo de acuerdo y les dio la espalda, pero Alfred descubrió en la familia de su esposa a su
propia familia. La abuela María era estupenda, capaz de hacerte sentir como en tu casa en un segundo.

A los dos años de casados nació
Blanca y tres años después su madre volvió a quedarse embarazada. Sus padres decidieron vivir una segunda luna de miel antes del nacimiento del nuevo bebé. Se fueron a un hermoso viaje del cual no regresaron.

Blanca se crió con sus abuelos
maternos a la muerte de sus padres y fue feliz, muy feliz. Su abuela era la persona
más maravillosa del mundo. Hizo de ella una mujer fuerte, decidida y dispuesta a comerse el mundo, pero también a una mujer generosa, respetuosa y solidaria.

Blanca estudió para ser contable en la empresa de su abuelo y socios. Por aquellas fechas su tío Miguel se peleó con el abuelo. Quería conseguir más beneficios a costa de bajada de salarios y de aumento de horas. Su abuelo y socios no estuvieron de acuerdo. El lema de la empresa estaba claro, ayudar a la gente, no enriquecerse a costa de ellos.

Su tío se marchó para
fundar un nuevo “imperio” y renunció a la familia.

Dos años después falleció su
abuelo y sólo uno más tarde, su abuela, dejando a Blanca con 21 años sola en el mundo. Siguió trabajando en la empresa
y sus ratos libres los llenaba ayudando y colaborando en asociaciones que ayudaban a los jóvenes a sobrevivir, a salir adelante en la vida. Por aquel tiempo conoció a “el bastardo”, como solía llamarlo ella. Con
él perdió la virginidad y la fe en los hombres. Durante dos años, dos puñeteros años completos, la había engañado. Empezó a trabajar en la empresa, a meter sus narices, a dar órdenes, ideas, proyectos, hasta que una tarde Blanca lo pilló con los pantalones bajados y follándose a una “amiga” en la mesa de reuniones de la junta. Y el caso es que eso no fue lo que
le dolió, no. Fue el engaño, la traición y sobre todo las puñeteras frases que se
clavaron en su corazón como a
fuego: “Me gustas, Blanca y me encanta follarte a pesar de que seas tan ingenua e inexperta. Tú eras un premio adicional, pero yo no quiero un lugar en tu cama, si no en tu empresa”.
Imbécil. Idiota.

Desde entonces no se fio de los
hombres y una segunda relación fallida se lo confirmó. Todos eran igual de gilipollas. Todos querían lo mismo. Y la gran mayoría eran tan sumamente egoístas y torpes que no sabían satisfacer a una mujer.

Cerró esa parte de su vida y su
corazón. Alguna noche de sexo, a veces hasta tenía suerte y alguno sabía que era el “mítico” punto G.

Su amor lo dedicó a la asociación de jóvenes, a su amiga Megan y hasta a la tía Doris, una “adorable bruja” con un gato “borde” que Megan aportó a aquella amistad.
Pero Megan conoció a Richard,
seguramente uno de los pocos tíos menos gilipollas que abundaban por el mundo. Se enamoraron y se acaban de ir a vivir juntos. Blanca está feliz por Megan, aunque se siente sola. Pero ella no necesita a nadie y menos a uno de esos, sí, un humano de esos de sexo
masculino. Para ella sólo son necesarios en la cama, sí, sólo para eso y contando con que sepan utilizar eso de lo que
tanto presumen. Eso sólo. Nada más.

Dos días atrás, uno de los chicos la invitó a una fiesta de Halloween.

¿Disfrazarse? Mmm, interesante. Sí, ¿por qué no? Podría ser divertido. Y tal vez pudiera darle un “homenaje” a su cuerpo, porque hacía...joder, ¿cuánto
hacía que ella no “desatascaba
cañerías”? Sip. Iría a esa fiesta.
Y dos días después Blanca estaba a las puertas del club, enfundada en un traje de diablilla que, según su amiga Megan, iba a hacer hincarse a más de uno de rodillas. Sí. Estaba sexy. Se sentía sexy. Era sexy.

Un par de horas después estaba
hasta el moño de la puñetera fiesta. ¿Interesante? Lo único interesante era ver bailar a aquel tipo disfrazado de oso
polar.

De los tres puñeteros tíos que se
habían acercado a ella, ni uno, ni uno sólo, coordinó una jodida frase con algo decente que decir. Gilipollas. Imbéciles...de repente todo su cuerpo se
estremeció...joder, ¿qué había pasado? Y a ese estremecimiento siguió un cosquilleo, un cosquilleo agradable, excitante ¿Qué pasaba? Mmm...

Phill había nacido de madre
soltera, una jovencísima estudiante de diecisiete años que se quedó embarazada y que cuando informó al
“afortunado papá” salió en estampida y todavía debía estar corriendo.
Pero su madre era una jodida
ingenua, esperó, esperó y hasta decidió llamar al bebé como a su “querido” papá...a lo que la abuela Grace se negó en redondo, ni loca ella iba a llamar a su nieto como a aquel imbécil. Su madre insistió y así fue como ganaron ambas. Se llamaría Phil como su jodido padre, pero su abuela añadió otra L. Y aquello fue el fin de la discusión.

Phill había vivido desde entonces rodeado de mujeres: Emily, su madre; Grace, la abuela y las dos hermanas
mayores de su madre; dos gemelas idénticas, igual de feas, de rechonchas y dulces, tiernas e ingenuas, las tías Holly y Patsy.

Cuando Phill tenía siete años, su
madre volvió a enamorarse. Unos meses después se casó y se fue de casa pero no se lo llevó a él porque su nuevo marido
tenía que ir “acostumbrándose” a que ella venía con “maleta” incluida.

Con el paso de los años, Phill
descubrió que a su nuevo “papá” la “maleta” no le gustaba ni para viajar. Se mudaron a otra ciudad, después a otro estado y el contacto fue perdiéndose
lenta y gradualmente.
Extrañó a su madre, pero siempre tuvo el cariño y el apoyo de su abuela y sus tías.

Los 16 años fueron años de
pérdidas. Perdió a la abuela (esto lo entristeció mucho) y a su virginidad (y esto también lo entristeció por el jodido
ridículo que hizo). Según Julie, la chica que compartió esa noche de sexo, era torpe, apresurado, patoso y la había dejado insatisfecha. Vamos, que fue un
fiasco. Se juró que nunca ninguna mujer le diría eso. Se aseguró de leer, aprender y practicar para conseguir
satisfacerlas en cualquier momento y situación. Y se hizo un experto, sí, todo un experto.

A los 18 años se fue a vivir solo y después compartió piso con Mick, un gran amigo. Después aparecieron Richard, John, Darius y Matt. Juntos fueron el “escuadrón invencible”,
vivieron y disfrutaron de la vida. Juntos fueron al ejército y luego a la guerra. Pero ya no volvieron todos. John murió allí.

Cuando regresaron a la ciudad,
fundaron dos negocios: un club y una agencia dedicada al mundo de la gestión y márquetin.
El futuro empezó a sonreírles. Phill se compró una casa cerca de sus adorables tías. Tías que estaban como un puto cencerro pero que eran entrañables. Aparecían de vez en cuando
por la casa con comida, a hacerle la cama, a decorarle la casa (cosas que él terminaba regalando a gente necesitada
porque no se podía tener peor gusto que aquel par de locas). Él decoró su casa con madera, mucha madera, le encantaba. Elegante, práctica y cómoda.
Junto con aquel toque rústico, le
gustaba, era su estilo.

Los amigos uno a uno fueron
cayendo en la “trampa” del amor y él los empujó en incontables ocasiones. Y, a pesar de que ayudó y colaboró (cosa que
ninguno de aquellos desgraciados en su momento agradecieron), él no buscaba
el amor. Tampoco es que se negará a encontrarlo, pero no. Definitivamente no lo buscaba, a pesar de ver la felicidad de sus amigos, a pesar de escuchar a sus tías rogarle mil veces que querían tener bebes para mimar, a pesar de que él
adoraba a las mujeres.
Pero esa mujer especial, esa mujer que le hiciera “hincarse de rodillas” como les había pasado a los chicos, esa mujer todavía no había aparecido.

Era la noche de Halloween y tenían fiesta en el club. No le gustaba mucho disfrazarse pero esa noche había decidido vestirse como un vampiro. La
fiesta estaba en todo su auge, pero todo estaba controlado.
Phill vio en un rincón a su amigo Mick y su mujer Jenny. Joder, aquellos dos no podían apartar sus manos uno del otro. Como siguieran así pronto
desaparecerían hasta el despacho.

Phill decidió darse una vuelta por un club cercano, le gustaba alternar con otros dueños. Decidió ir andando, sólo
estaba trescientos metros más allá. Se paseó con un vaso entre las manos por el club, allí también el ambiente se sentía cargado y el local estaba totalmente abarrotado. De repente un leve cosquilleo lo recorrió de arriba abajo. ¿Qué pasaba?... ¿qué estaba pasando?

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