Aquella vez que casi me aplastas las piernas

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—¿Ya no me pides permiso para entrar?

—¿Alguna vez te lo he pedido?

—No, pero deberías. No me gusta que entres por la ventana como si fueras a asesinarme, sabes?

—Cierra el pico.

—... Y además, para algo se inventaron las puertas, los pasillos... sabes? Y, ahora mi habitación es tu enfermería?

—Tu habitación está mas cerca que la enfermería.

Suspiró—No hay nada que pueda hacer para que vayas a que te miren... eso?

—¿El qué? —se rio dolorosamente—te refieres a está preciosa herida profunda?

—Tu sentido de lo precioso empieza a preocuparme...

—Cállate.

Soltó la aguja y el hilo para acercarse a la más baja, que la miraba con los brazos cruzados y un puchero en sus labios—No es como si fuera a morirme por eso. He tenido peores —dijo, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura.

—Eso dijiste la última vez.

—¿Y no me he muerto, ves?

—Ese no es el punto ... —respondió, amortiguando un gemido en la chaqueta de su amante, sintiendo sus labios en su pulso.

—No molestes más. Me gustas mucho más cuando estas calladita.

—Últimamente eres más mentirosa que de normal.

Se alejó de su cuerpo y la miró, sus ojitos verdes brillando por la sorpresa.

—¿Cuándo te he mentido yo, sunshine...?

Ella se sonrojó aun más, apartando las manos frías de su amada de su espalda—¡Deja de ponerme apodos!

Sonrió—¿Por qué? Si te gusta.

Probablemente no había nada que ella pudiera hacer para que la chica dejara de molestarla con eso. Se alejó y tomó el hilo y la aguja que su mujer había abandonado en la otra punta de la habitación, frente al espejo, mientras trataba inútilmente de poner puntos en su fea herida—Ven aquí.

—A tus ordenes, querida.

Suspiró. Solía tener mucha paciencia, paciencia para escuchar a los iluminadores hablar sobre las mil y una formas de erradicar la magia por completo, paciencia para escuchar los regaños de su hermano cada vez que ella dejaba un poco de su magia a la vista, a su tía, a su padre...

Pero su amorcito era más que capaz de sacarla de sus cabales.

—No te enfades... —dijo ella, tratando de abrazarla—No me gusta cuando mi rayito de luz se enfada. Me hace sentir como que me vas a convertir en un tomate carbonizado.

—¿Acabas de hacer una referencia a tu cabello...?

—...

La tomó por los hombros y sacó una silla de su escritorio, sentándola de una vez. Estaba dispuesta a comenzar a coser la herida en su espalda cuando la chica giró su cabecita roja y la miró con sus brillantes ojos verdes—¿Es fea?

—¿El qué?

—Tú.

Arrugó la frente, causando que su bella, pero maleducada, muy maleducada amante se riera a carcajadas por su cara de bestia. A veces se preguntaba como es que había acabado así—Ya. Tu ríete.

—Me refiero a la herida, sunshine.

—Sí, creo que se te caerá la espalda de lo profunda que es.

—Y a ti las bragas.

Aquella vez que casi me aplastas las piernas.Where stories live. Discover now