Ella

6 1 0
                                    

Nunca me había enamorado, pero desde aquel día que la vi, algo cambió, no dejaba de pensar todo el día en ella. Era una dulce joven de preparatoria, una linda chica de piel bronceada, esbelta y con un busto prominente que le ayudaba a resaltar su figura. Su carita siempre llevaba una sonrisa contagiosa para cualquiera que la mirara. Además, tenía una voz melosa, que te hablaba al oído para que solo la escucharas tú. No importaba que tan difícil había sido tu día, con solo bastaba escucharla para que desapareciera cualquier estrés y malestar que cargaras. 

Aquel día la seguí, guiado por el delicado hilo de su dulce perfume, que me enseñaba el camino. Necesitaba más de ese aroma, necesitaba más de su voz, necesitaba más de ella, pero no quería que se sintiera intimidada por mí, ni que me viera como un extraño acosador, lo último que quería era que llamara a la policía, y que me terminaran alejando de ella, asi que debia tener cuidado.

La seguí hasta lo que parecía ser su casa, ya estaba oscuro y no se me ocurría a qué otro lugar podría ir a esta hora. Mientras ella buscaba las llaves en su bolso que, por apariencia, parecía muy costoso, yo solo me limitaba a observar desde las sombras detrás de un árbol robusto.

Ella entró a su casa, entonces esperé unos segundos para salir de mi escondite. Crucé la calle y me encontré frente a su puerta. Sentía el fuerte palpitar de mi corazón, bombeando más sangre de la que podrían soportar mis venas. Estaba excitado y suplicante de emoción. La esencia de su aroma aún seguía ahí, seduciendo mi nariz, embriagándome. Después de unos minutos su perfume seductor iba desapareciendo hasta dejar de existir y ahí me di cuenta de que necesitaba más. Ahora solo podía pensar en lo que sería tenerla enfrente de mí, tocándola, besándola, probándola.

El cúmulo de emociones fue tal que, mis manos enloquecidas la llamaban. Inconscientemente tocaba su puerta.                                                                         -¡Ahí voy!- Gritó al otro lado de la puerta. Las pisadas se acercaron y la puerta se abrió. De nuevo la vi, estaba delante de mí, risueña como siempre, con la mano izquierda en su provocante cintura. 

Ahora que me doy cuenta, nunca la había visto tan cerca. Siempre era desde lo lejos, mientras comía a la hora del almuerzo o durante su práctica de baile, la miraba desde afuera de la ventana, invisible para ella. Pero ahora puedo ver sus labios, son rojos y carnosos. Su nariz y mejillas ruborizadas por el frío del invierno. No me di cuenta que ella me miraba esperando una respuesta.

Su mirada me puso nervioso, o tal vez estaba nervioso por lo que estaba a punto de hacer. Volteo hacia atrás y no hay nadie ni en esta calle ni en la siguiente.Entonces lo hago.

Me abalancé sobre ella. No le dió tiempo de gritar. Le cubrí la boca con una mano y con la otra la abrazaba de la cintura. Su dulce e inocente mirada se deformó a un rostro de pavor que envolvió todo su cuerpo en pánico.

Me derrumbé con ella sobre el pulido piso de madera. Me acomodé sobre ella sin quitar mi mano de su boca. Ahora estaba debajo de mi forcejeando, yo sólo la miraba. Sus ojos se llenaron de lágrimas y, algo que parecían ser sollozos, salían de una de mis manos.

Por un momento, y sólo por un momento dejé de poner tanta presión sobre su delicado cuerpo pero fue un error, puesto a que fue suficiente como para zafar un brazo e intentar quitar mi agarre de su boca y por un segundo lo logró. Sólo soltó un forzado quejido que me obligó a poner mi mano sobre su boca otra vez, pero esta vez presioné más fuerte que antes. Esto solo la desesperó más y comenzó a arañarme la cara y el pecho.

De verdad que quería escuchar su melosa voz pero ella no me dejaba, en el momento que le quitara las manos de la boca intentaría gritar nuevamente y eso solo me traería más problemas, así que tenía que conformarme con sus quejidos y gemidos que no provocaban otra cosa que no fuera excitarme.

-Eres mía preciosa, mía y de nadie más-le dije al oído- por favor deja de gritar, no te haré daño, sólo quiero que conozcas a tu verdadero amor, yo. -continué susurrándole al oído- no te dejaré nunca, te trataré como una princesa porque te amo, haré que me ames también.

Había dejado de rasguñarme, aún sentía el ardor y la sangre escurriendo por mi cara pero fue demasiado tarde, ya no respiraba. No me di cuenta que la había estrangulado. Solté su cuello asustado. Estaba muerta.

Una ola de desesperación y miedo me invadió. Nunca quise asesinarla. La quería viva, viva para mí. ¡No, no, no, no! Mi respiración se aceleró, y estaba recobrando consciencia de lo que hice. Soy un monstruo. Me paré asqueado por lo que hice. Una bella pieza de arte que estaría conmigo para la eternidad se había ido, ya no estaba.

Su cuerpo derrumbado comenzó a tornarse negro, empezó por su cuello donde aún estaba la marca de mi mano, y se extendió hasta su pecho para terminar en sus pies. De un momento a otro era un cuerpo pútrido, marchito y asqueroso. Me repugnó. ¿Dónde se había ido tanta belleza y resplandeciente sonrisa? ¿A dónde se escapó esa melosa voz e inocente mirada?

El hedor de su cuerpo comenzó a emanar y se impregnó en toda la casa. El olor nauseabundo y putrefacto llenaba mis pulmones.-El olor a muerte.-pensé.

Su cuerpo, ahora mohoso, se derretía, dejando un negro y viscoso charco debajo de él. Retrocedí un paso al presenciar la horrorosa escena.

La belleza misma, la encarnación de las diosas con la había soñado siempre, se había convertido en un amasijo de carne podrida bañada en jugos de muerte.

El amor de mis sueños se ha esfumado. No podía creerlo, entonces la locura me invadió. Un frenesí de ataques y gritos desesperados salían de mi cuerpo, mientras de las paredes salía un espeso líquido negro, como el charco que había debajo de ella .El extraño líquido cubrió toda la habitación y empezaba a caer sobre mí cabeza y sin poder moverme me cubrió por completo. Los “jugos de muerte” corroían mi piel como si de ácido se tratara y se comía mi carne hasta dejarla por los huesos. Yo no hacía nada más que gritar. Los alaridos que gritaba mi boca salían sin contenerse, mi garganta se rasgaba y  borboteaba sangre que fluía como una cascada que caía desde mis labios hasta la masa de carne de lo que alguna vez fue ella. El dolor de perderla fue demasiado para verla ahora, convertida en porquería.

Grité exaltado. Lleno de sudor, yacía tendido en mi cama.Suspiré-Sólo fue una pesadilla. Me consolé, pero aún tenía esa preocupación de que fuera real. Me levanto y me dirijo al baño para quitarme el sudor de la frente pero algo me tiene inquieto aun asi que decidido a entrar a la habitación especial de mi amada.

Quito el candado y los seguros que tiene la puerta para abrirla. Enciendo el único foco que ilumina el lugar y ahí esta, la tenue luz la iluminaba. Se estaba despertando.

Confundida y tendida en el frío piso de concreto. Recobró la conciencia y me miró. Cuando me vio sus ojos se abrieron y lloraron.Creo que me extrañaba. Su mirada reflejaba miedo y desesperación, pero no sé por qué si ya había llegado yo para protegerla y acompañarla. 

Se retorcía y sacudía su cabeza de lado a lado, como si se negara a algo. Yo sólo miraba danzar sus cabellos, mientras ella soltaba pequeños gemidos. Cuando se le agotaron sus fuerzas y dejó de batallar contra las cadenas que la sujetaban, me acerqué a ella y la acaricié para sentir su piel suave, tal y como la primera vez que lo hice. El tacto fue reconfortante y me relajó saber que estaba bien y seguía conmigo. Le aparté el flequillo que cubría su frente y le di un beso tierno. Ella lloró de felicidad.

Entonces me volví hacia la puerta dispuesto a seguir durmiendo y antes de salir le dije -Soñé que te perdía...pero me alegro que solo haya sido un sueño, una horrible pesadilla.

The Nightmare CatcherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora