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Noriaki se encontraba parado al centro de la habitación repleta de cajas para mudanza, cosas viejas y polvo. Sus ojos fuertemente clavados en el puñado de hojas entre en sus temblorosas manos: Una antigua carta de suicidio.

Tragó saliva con dureza, mientras leía sus propias palabras escritas hace casi cuatro años. Y por cada párrafo y línea plasmada en la desgastada hoja revivía sentimientos que si bien eran viejos, algunas veces, aún dolían. Después de quince largos minutos, cuando sus orbes violeta brillaban a causa de las lágrimas no derramadas, decidió doblar cuidadosamente el papel y esconderlo en la parte interna de su chamarra verde.

Había sido suficiente por hoy. Solo quería volver a casa, recostarse con Jotaro y llorar hasta quedarse dormido. Con suerte, esa sería su última noche vivo. Pero cuando llegó, el apartamento que compartía con su novio estaba frío y desprovisto de la relajante presencia de su novio, siendo recibido en cambio por la vacía soledad que otorga el silencio.

Noriaki trato de distraerse jugando videojuegos, pero cuando no consiguió concentrarse en las partidas simplemente apagó la consola y en cambio puso una serie aleatoria en Netflix. El ruido de fondo no hizo nada para callar sus pensamientos cada vez más fuertes y aterradores. Así que trato de leer, incluso si sabía que al igual que todos sus intentos anteriores, esto no iba a funcionar. 

Así, cuando iba en la segunda página de su libro un mar incontenible de lágrimas estalló sobre el papel, manchando las inmaculadas hojas. Y se sentía tan triste, tan inconsolable, tan roto. ¿Por qué si todas esas cosas ya habían pasado, el aún quería morir? Su vida era "buena", tenía un novio increíble al cual amaba con todo su corazón, amigos que si bien eran pocos, aún así harían cualquier cosa por el. Era de los mejores promedios en la escuela, tenía un trabajo estable y una familia que lo apoyaba. No le faltaba dinero, amor o cualquier otra cosa que pudiera anhelar. 

¿Por qué si tenía todo lo que se suponía que lo haría feliz aún deseaba cortarse las venas? 

La idea lo aterraba tanto que comenzó a temblar como un niño, sollozando silenciosamente dentro de la habitación. 

¿Por qué no podía estar bien? ¿Por qué se sentía así de triste y derrotado? ¿Por qué no podía ser más fuerte? ¿Por qué no podía dejar de ser una carga para los demás? ¿Por qué a pesar de las terapias sentía que nada mejoraba? ¿Por qué deseaba tan desesperadamente morir? ¿Por qué nunca fue lo suficientemente valiente para huir de su casa y cortarse el cuello con un cutter? Había tantas preguntas y una sola respuesta. 

Noriaki estaba roto y vacío. E incluso si lograba llenar su mente con placebos, ahogando el interminable dolor que la vida le producía, esa verdad siempre salía flotando a la luz. La complejidad de sus sentimientos es frustrante, porque a pesar de que había hecho hasta lo imposible para superar todo eso, siempre volvía a donde mismo: al oscuro y viciado hoyo de tristeza y depresión que nunca dejaba de acecharlo.

Por periodos de tiempo lograba sentirse bien. Y luego venía la esperanza ciega, ese sentimiento que lo hacía pensar: "Lo superarás y luego por fin podrás ser feliz. Estar bien. Estar tranquilo". 

Pero luego estaba este otro sentimiento, mucho más grande y potente, doloroso, oscuro y terrorífico que rezumbaba en su mente y no solo se reía de Noriaki, sino de todos los avances que había hecho. Este oscuro ser que lo agobiaba durante las noches de insomnio, en las profundidades de su mente y las tristezas de su corazón.

Y después de la depresión venía este odio irracional hacía si mismo. El sentimiento tan profundo e inevitable que lo llenaba de rabia y bilis. Nada de lo que hace funciona. No hay persona o cosa en este mundo que pueda salvarlo de su inevitable caída. Y no conforme con el hundirse en sus interminables ciclos de dolor, terminaba arrastrando a los que amaba consigo. Jotaro de alguna forma u otra sería otra de sus victimas en su extensa lista de personas arruinadas.

Se odia. Odia todo de el, de su miserable existencia. Noriaki se repudia más de lo que alguna vez podrá dimensionar. Y sus uñas romas rasguñan sus brazos, espalda y piernas. Rasga su propia piel hasta sacar sangre. Arranca su cabello a puñados y sus sollozos, antes silenciosos, ahora son gritos de rabia y dolor. Furiosos arañazos bañan su tersa piel, cubriendo grandes extensiones de su cuerpo en carmesí. Las sabanas del colchón se manchan de sangre y lágrimas.

Se siente desquiciado, muy lejos de si mismo. Y los pensamientos en su cabeza son tan ruidosos, pidiéndole a gritos que se arranque la piel y se maltrate el cuerpo hasta quedar deshecho. Noriaki esta cansado de resistirse, esta cansado de tratar de ser feliz. Esta cansado de vivir, de ayudarse solo para volver a fallar una y otra y otra y otra Y OTRA Y OTRA Y OTRA MALDITA DESGRACIADA VEZ. 

Porque cada vez que Noriaki se levanta es solo para hundirse aún más. 

Y esta tan jodidamente agotado de todo.

En el fondo lo lamenta por Jotaro. Solo espera que entienda el por qué detrás de sus acciones, aunque inmediatamente se ríe de ese pensamiento, porque ni si quiera el mismo puede entender cuál es su maldito problema. 

Entonces camina hacía la cocina, goteando sangre por todo el apartamento. Las marcas de sus rasguños son dolorosas, pero el lo ignora favor de un bien mucho mayor. Abre el segundo cajón de la barra y toma ese familiar cutter rojo. Sus ojos irritados por las lágrimas no logran enfocar su vista, pero sabe que ese es el objeto que busca.

Y tan disociado como se siente, tan perdido y ausente de si mismo, tan vacío y roto, decide terminar con su maldita mierda de una vez por todas. 

Noriaki corta de un solo tajo su garganta.

Y mientras la sangre empapa las alfombras el sigue rebanando sus muslos, brazos y espalda, los cuales cuentan con una extensa lista de cicatrices que el tiempo no pudo borrar. El corta sin detenerse, sin pensar. Porque el dolor es tanto que ahora le entumece la piel y sus sentido se saturan con el conocido olor de la sangre, lo espesa y caliente que se siente contra su cuerpo, bañando lo que alguna vez fue tersa piel en carmesí y lágrimas.

Noriaki cae inerte contra el piso, salpicando de rojo el espacio a su alrededor, desangrado y hundido en su propia miseria, seguido de un interminable silencio lúgubre en su departamento. 

El muere, tal y como lo busco desde que tenía doce años. Su deseo egoísta de mierda se ha cumplido, arrastrando a las personas que alguna vez lo amaron a ese pozo de dolor y sufrimiento interminable que Noriaki mismo se encargó de cavar. 


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Jotaro esta sentado en una de las solitarias bancas del panteón, como ha hecho todos y cada uno de los días desde hace más de dos años. Su rostro, lleno de ojeras y con ojos habitualmente hinchados a causa de llorar o no dormir leen atentamente la única carta que su amado dejó, a pesar de que Jotaro podría recitar las palabras ahí escritas de memoria. 

El se levanta, dobla el papel y lo guarda en su bolsillo. Se dirige a casa, a paso lento y cansado, con los hombros hundidos y la mirada perdida. Y en la seguridad de lo que se supone debería ser un hogar, Jotaro se da un tiro entre las cejas, lleno de tristeza, odio y un cumulo indescriptible de arrepentimientos vacíos. 





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En verdad siento mucho haber escrito esto. Y lo siento más por ti, lector, que haz decidido leer esto a pesar de las etiquetas y advertencias.

La última parte del fic la escribí escuchando la canción "My time" del videojuego de Omori, por si quisieran escucharla, no sé, la verdad me importa un carajo todo en este momento. 

Notas del pasado. (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora