Prólogo

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Grace no paraba de dar vueltas en la cama. Había pasado lo que parecían horas sin poder sacarse de la cabeza aquellas imágenes que tanto la atormentaban. Imágenes poco nítidas de sombras que la perseguían y se mezclaban con gritos lejanos en su memoria. El repiqueteo de las campanas, la lluvia helada que le empapaba hasta los huesos, las botas pesadas y hundidas en el barro, que le impedían avanzar... Lo recordaba todo a una velocidad vertiginosa. Probablemente a la que habían ocurrido los acontecimientos, aunque entonces parecían transcurrir a cámara lenta, dejando tiempo suficiente para formar aquellos pensamientos: Bobby ha muerto, no hay manera de que haya sobrevivido a eso... Estoy sola... ¿Por cuánto tiempo? ¿Voy a morir?

No pudo aguantar más el calor sofocante bajo las mantas y salió de la cama de un salto. La habitación estaba fría y oscura, en un silencio roto por el ruido de los coches y los gritos de borrachos en el bar de abajo.  Agradecía ese jaleo, le hacía sentir algo más segura que cuando todo se quedaba en silencio. Efectivamente, Bobby había muerto, como también lo habían hecho Charles y sus hijas. Y todo había comenzado con ese silencio sepulcral que martilleaba los oídos. No mucho antes había aprendido, sin mucha convicción, que esa era la señal que avisaba de que habían vuelto, que esas criaturas demoníacas la habían encontrado y estaban preparadas para regar el suelo con su sangre. Poco importaba que hubiese dado más crédito a lo que los dos extraños le contaban, porque nada podía haber hecho para evitar esa masacre.

Aún así, no podía dormir. Llevaba semanas sin poder enlazar más de 3 horas de sueño seguidas. Siempre alerta, siempre cansada, siempre ansiosa y deprimida. Echaba de menos a Bobby más que a nada en el mundo. Para otros tan sólo era un perro, para ella era su familia. Desde que huyese de casa con solo una maleta y unos billetes en la cartera, Bobby había sido el único que la había acompañado en lo bueno y en lo malo. Y había habido demasiado de "lo malo", aunque lo que había dejado atrás era, sin duda, peor. Él siempre se hacía un ovillo a su lado, buscando el mejor hueco para darle calor, olvidando muchas veces que su enorme tamaño no le permitía meterse en cualquier sitio. Ese recuerdo casi le hizo sonreír, pero la habitación se volvió aún más gélida.

Deambuló unos pasos por la estancia, sin tener claro hacia dónde dirigirse, hasta que se decidió por la ventana que daba a la carretera. Cogió el móvil y jugueteó con él entre las manos mientras observaba a un grupo de la calle, indecisa. Otras veces habían acudido a ella las mismas dudas y el miedo, o la vergüenza, la habían paralizado por completo.

Miró el teléfono entre sus dedos, con el número que tantas veces había observado brillante en la pantalla. Con un impulso que nacía de no sabía donde, inició la llamada y se llevó el móvil al oído, apartándose de la ventana.

A los pocos tonos, una voz al otro lado contestó.

- ¿Hola?

- Hola... ¿Dean?

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