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El vaso cae de sus manos y se hace trizas contra el suelo. Stiles solo puede mirar los trozos de cristal a sus pies con una dolorosa tranquilidad. El sonido del cristal rompiéndose resuena en la cocina, pero para él es como un eco distante. Se siente entumecido y demasiado lejos de la situación, como si estuviera viendo todo desde el otro lado de un vidrio empañado.

Sus emociones tardan en ponerse al día con sus acciones. Stiles se queda ahí, mirando el suelo, viendo cómo los pedazos de vidrio se esparcen en todas direcciones. La forma en que se quebraron, las pequeñas astillas que reflejan la luz, le recuerdan a su propio corazón herido, fragmentado por algo que no puede controlar.

Respira hondo, pero el aire no parece llenar sus pulmones por completo. Es como si todo el oxígeno se hubiera ido de la habitación, dejando solo el vacío y el eco del cristal roto. La sensación de impotencia lo envuelve, y se siente todavía más patético cuando se agacha e intenta coger los trozos como si fueran las piezas de su corazón. Pero los fragmentos son afilados, y el primer contacto con sus dedos le corta la piel, dejando un rastro de sangre.

Esos trozos de cristal, dispersos y peligrosos, son como las emociones que está tratando de recoger. Dolor, ira, traición, tristeza, todo mezclado en un caos que no puede controlar. Se pregunta cómo llegó a este punto, por qué las cosas se rompieron tan fácilmente y por qué él no puede arreglarlas. No puede evitar pensar en cómo todo esto empezó, en las decisiones que lo llevaron a este momento y si podría haber hecho algo diferente.

Stiles se siente solo en su propia casa, rodeado de trozos que no puede unir, y con la herida en su dedo como un recordatorio de que el dolor es real. Se da cuenta de que, por más que intente recoger los pedazos, no puede hacerlo solo. Necesitará ayuda para reconstruir lo que se rompió, pero no está seguro de dónde encontrarla.

El ruido del cristal al caer atrajo la atención de otros, pero nadie parece querer intervenir. Quizás porque saben que algunas heridas son demasiado profundas para ser curadas con palabras o gestos amables. Stiles se queda allí, arrodillado entre los fragmentos de su propia desilusión, tratando de encontrar sentido en el caos, preguntándose si alguna vez podrá recomponer su corazón herido.

Ha pasado aquello que temió pero intuyó desde siempre. Es como ir al cine a ver una película, no sabes de qué va, pero tienes expectativas... Pero, también sabes, independiente de si termina bien o mal, que llega el final. Siempre llega el final.

Una hora o dos, dieciséis años o toda una vida, la película siempre acaba. Y lo peor es cuando el final te sorprende, cuando llega antes de lo que esperabas, dejándote sin tiempo para prepararte, sin tiempo para despedirte. Así es como se siente Stiles ahora, como si la película de su vida estuviera llegando a su fin y no tuviera control sobre el desenlace.

Ellos lo miran como si fuera un extraño, un intruso en su ambiente cálido y familiar. Como si nunca hubiera pertenecido allí, como si nunca hubiera formado parte del grupo. Ya no es bienvenido. Quizás nunca lo fue realmente. Quizás siempre fue el forastero, el que estaba allí solo por cortesía, y ahora la verdad se está revelando.

Se siente excluido otra vez, un sentimiento con el cual se ha familiarizado en los últimos meses. Cada vez que trataba de acercarse, lo alejaban sutilmente, como si su presencia perturbara el equilibrio del grupo. Las personas que pensó que eran sus amigos, poco a poco, lo fueron empujando lejos. Lo alejaron no solo con acciones sino con palabras dichas por allí y allá. El mensaje era claro: no perteneces aquí.

Los murmullos a sus espaldas, las miradas que se cruzaban sin incluirlo, las conversaciones que se detenían cuando entraba en la habitación. Era como si estuviera desapareciendo, como si estuviera siendo borrado de la historia, una página arrancada del libro.

𝐁𝐄𝐉𝐄𝐖𝐄𝐋𝐄𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora