Sol en invierno

7｡

Mats｡

Esta es mi noche. Joder, es un paso más en mi futuro exitoso. ¿Qué mierda hace ella aquí? Camina muy provocadora, casi mostrando el trasero, con una bandeja llena de tragos sostenida en su palma. Los hombres jadean al verla, como los perros sedientos. Le miran el trasero cuando se inclina a dejar las copas en la mesa y se la devoran con la mirada mientras le meten billetes en la cinturilla de la falda.

Me fijo en que tiene el cuidado de no hacer contacto visual con nadie, solo sonríe como si en su contrato así se lo exigieran. Ella conoce bien el juego, si hace contacto visual con quien sea, este creerá que ya le está aceptando la invitación a la cama. O al baño público. Tan bien conoce el juego que sabe cómo vestirse para ganar dinero. Tan bien conoce el juego que se aleja de cada mesa con una sonrisa de suficiencia, sabe lo que ha provocado en esos hombres y adora dejarlos sufriendo por no habérselo dado.

Está acercándose, no me ha visto, está enfocada en su destino, la barra.

—¡Señorita! —la llama alguien cerca de mí. Ella voltea hacia él, lista para contestar, pero entonces me ve.

No detecto sorpresa en su mirada. ¿Sabrá que tengo un motivo para estar aquí? Solo hay desagrado.

Me hace un desprecio bien notorio y se va donde el sujeto de la mesa vecina. Se me escapa una sonrisa de incredulidad, no lo puedo creer. ¿De qué está indignada? ¿De qué está enojada? Me tomo de un tiro mi shot de tequila. Tal vez le dé un motivo para enojarse conmigo.

Estoy encendiendo un cigarrillo cuando la veo acercarse con una bandeja repleta de tragos para la mesa junto a mí. Inhalo humo sosteniendo el cigarrillo únicamente con los labios y meto el perchero al bolsillo. Es hora de molestar a esa pesada. Me levanto buscándola por segunda vez, ya no la veo, ¿cambió de ruta...? Mi espalda choca con... sí, eso es una bandeja, pero ¿en qué momento pasó por detrás de mí?

La veo sorprendida, indignada, rabiosa, sintiendo cómo los líquidos de distintos tragos se deslizan por su piel desde el pecho y por encima de la ropa, empapándole el torso. Los vasos y las copas se hacen trizas en el suelo, la bandeja cae haciendo su propio estruendo. La chica inhala por la nariz, siento un aura asesina. Me muerdo el labio para no reírme. Esto es mucho mejor que la babosada que se me ocurrió para molestarla. Siento que somos la atención de muchos, debo actuar, tengo una imagen que cuidar.

—Oh, lo siento tanto, tanto —gimo con énfasis y lamento en cada sílaba. La chica reconoce el sarcasmo cuando lo oye, es especialista en ese tono. Me fulmina con la mirada, no se traga mis disculpas.

Se da cuenta que nos están mirando. Veo, para nada sorprendido, que respira hondo para cambiar su expresión a una dulce pues se viene una actitud digna de las chicas naturalmente encantadoras. No me sorprende que además de todo lo que me ha mostrado que es, también sea cínica. ¿Quién soy yo para juzgar? Estoy siendo tan falso como ella lo será.

—Descuide, señor Larson, el error fue mío por acercarme demasiado.

Señor Larson... Se me eriza el vello. Si sigue actuando así de bien, me convencerá de que es un encanto. A la muy cínica se le ocurre ayudarse de un lenguaje corporal que va acorde a su tono meloso. Estoy seguro que es experta en la manipulación masculina.

—No, por favor —insisto, soy inmune a ella. No caigo en su juego porque sé que es eso, un juego. Ni es dulce esta chica, ni es amorosa, ni es educada ni me respeta—. Permíteme reparar esto. Le pediré a alguien que limpie. ¿Traes un cambio de ropa?

Ella bufa. Se sale un momento de su papel de ser humano con modales, reacciona y vuelve a él.

—Iré al aseo, estaré bien. En serio puedo limpiar todo esto, ¿estás seguro que quieres encargarte tú?