El reino del niño sol

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En el principio solo existía el sol...

Es entonces cuando la inmensa fuente de luz comienza a romper como si fuera un huevo, liberando desde su interior a la más temible de las bestias. Compuesta únicamente de sufrimiento y terrible maldición, la bestia, luchó por salir de las llamas agobiantes de su punto de origen hasta lograr escapar, es así como existió la oscuridad.

En su ombligo llevaba una flor de loto sellada que, al salir, abrió sus pétalos hacia la luz, revelando así en su interior a Suraj, el niño sol. La bestia, al ver esto, decidió que se comería al niño para que volvieran a ser uno. El sol, que todo lo ve y siente, cerró rápidamente la apertura, encerrando a la bestia en su interior una vez más.

Suraj creció alumbrado por la eterna luz del sol, heredando su bondad y calor. Un caballero de elegancia y valor que jamás compartiría pues estaba solo en el existir, solo en la oscuridad. En sus viajes extendidos hacia la eternidad, Suraj encontró a otro ser, una dama de luz hermosa, creada desde la más tierna luz del sol a la distancia, su nombre era Kanda.

Una mirada fue suficiente para conectar sus almas por toda la eternidad.

Suraj y Kanda, enamorados, caminaron por el universo infinito y por cada momento en que sus manos tocaban, creaban vida. Así nacieron miles de criaturas de luz a quienes ellos llamaron . Estas criaturas formaron un reino que se extendía hasta el final de la existencia y Suraj era su amado rey. Un reino que duraría por milenios, destruyendo así cada rincón de oscuridad creada alguna vez por la bestia.

Había muchas enseñanzas que, en miles de años de paz, Suraj no había podido aprender pues su vida nunca lo puso a prueba. Una de ellas y tal vez la más importante es que la luz no puede existir sin oscuridad. Las llamas del sol comenzaron a crecer descontroladamente y lo que antes era luz pura de bondad, hoy era destrucción.

El reino de Suraj comenzó a ser consumido por el sol.

En un intento por salvar todo lo que había construido y utilizando toda la energía de su propia luz, Suraj, creó una lanza gigantesca, una lanza capaz de herir al sol. Una última mirada de su amada Kanda fue la chispa necesaria para avivar ese grito desesperado por vivir y atacó, lanzó con toda la fuerza que le quedaba para destruir a su creador. La lanza atravesó al sol y aunque no lo destruyó, logró su cometido. Desde el interior de la herida salieron dos garras enormes y la oscuridad volvió a salir, la bestia estaba por ser liberada una vez más. Esta vez sin nada en su camino la bestia salió por completo y con intención directa de consumir a Suraj, un sacrificio balanceado en el costo de la existencia.

Vivir es aprender, adaptar y adquirir el valor de enfrentar la oscuridad eterna

Caminando hacia la bestia, Suraj sintió una fuerza de resistencia, era Kanda que no veía la posibilidad de dejarlo ir. Suraj llevó las manos de Kanda a su pecho, las sostuvo mientras la miraba a los ojos, queriendo decir tanto, queriendo vivir tanto, queriendo sentir tanto, mirando como los ojos de ellas reflejaban vivamente la imagen de la bestia, la oscuridad que venía por él. Así fue como Suraj entregó a Kanda lo que quedaba de luz en su interior y con un beso hirió por última vez a su amada, una herida que nunca sanaría, un adiós. Los Taré sostuvieron a Kanda mientras Suraj se encaminó hacia la bestia corriendo, pero, en un cambio imprevisto de la dirección, descubrió que él no era a quien la bestia quería. La bestia se dirigía hacia Kanda.

La existencia de un amor eterno

Los Taré trataban de defender a Kanda, pero la bestia los expulsaba a miles de años luz de distancia. Suraj logró llegar hasta Kanda, se interpuso entre ella y la bestia, comenzando a ser absorbido. Kanda empoderada por la desesperación abrazó a Suraj, mientras se integraba a la bestia, comenzando a empujar a ambos en dirección al sol. La bestia intentó escapar, pero ya era muy tarde. El sol abrió sus muros una vez más para recibir a su eterno cautivo. Consumida por el sol, la bestia en un intento por absorber a Suraj lo atravesó con sus garras antes de quedar encerrada una vez más. Al final del encuentro solo quedaba Kanda con el cuerpo inmóvil de Suraj mientras los Taré miraban con angustia. Kanda, destruida por su condición, intentó revivir a su amado usando su propia luz. Con cada respiro compartía su luz, con cada respiro perdía su luz. Poco a poco su piel comenzó a secar y formar cráteres. Los Taré lloraban sosteniendo el cuerpo de su rey, mientras su reina sacrificaba su existir por darle vida a su amor. Así pasaron miles de años, las lagrimas se acumulaban sobre su rey mientras Kanda daba lo que le quedaba de luz. Luego de mas de diez mil años Kanda murió. Entonces es cuando el milagro ocurre, un destello de luz verde es visible en lo que alguna vez fue el cuerpo de el rey Suraj, ya sin forma real definida y lleno de agua, cobró vida. Los Taré juraron que nunca permitirían que sus reyes se volvieran a separar, así que agarraron lo que alguna vez fue la pareja real, los colocaron en órbita solar para que su rey siempre recibiera la energía del sol y junto a el ubicaron a su eterna reina para que reflejara la luz del sol aún en la oscuridad, así como lo hizo en vida.

A veces es la verdad, quien cae víctima del tiempo

Hoy en día no conocemos nada de esta historia, hemos olvidados los nombres, pero no el sentir, la energía de Suraj en los días y la ternura de Kanda en las noches. A los Taré les llamamos estrellas, eternos guardianes del reino de la luz, a Kanda le llamamos Luna, el recuerdo constante de que aún en la oscuridad existe resplandor y Suraj, ese nombre no muchos lo conocen, pero eso, junto a muchos otros misterios de este mundo, están a punto de cambiar todo lo que damos por entendido. 

Anarquía del tercer solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora