Otra vez, estoy parado en el borde de este edificio intentando volar, otra vez, no lograré descubrirlo porque no puedo saltar. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces lo he intentado, ya que cada cinco de cada mes, estoy en el mismo lugar parado. El viento chocando contra mi cara me tranquiliza; el miedo que siento cada vez se hace más fuerte. Aun así, no logro ver más allá de la oscuridad que me rodea.
—Salta —susurra en mi oído una voz despreocupada—. Salta, no lo pienses más —me insiste viendo a través de mi oscuridad.
Aquella monotonía desapareció al escuchar su voz, al ver sus ojos cafés, su cabello pintado de rojo. Al llegar ella a mi vida, todo lo que consideraba simple y monótono se convirtieron en mis cosas favoritas. Aunque me arrepiento de no haberle hecho caso en ese momento, debí haber saltado cuando tuve la oportunidad, tuve que haberme marchado cuando no me había convertido en una mascota más; tenía que haberla matado antes de odiarla.
—No quiero despertar —son las palabras que digo cada vez que suena la alarma. El tiempo siempre pasa volando; muchas veces no me entero cuando finaliza el día, pero hoy, viernes cinco de julio, el tiempo pasa más lento, tan lento que puedo pensar. Aunque da igual, ya que sin importar donde mire, estoy en medio de dos nadas, las cuales me observan con una sonrisa depravada mientras esperan a que me vuelva loco.
Han pasado cuatro meses desde su muerte, dos de su funeral, uno de su adiós, y aún no puedo olvidar su aroma agrio, pero dulce, el cual me hacía querer estar cerca de ella todo el día, todos los días.
—El tiempo pasa lento —pienso al mirar el reloj, el cual, sin importar cuánto miro, el tiempo no parece pasar—. ¿Cuánto tiempo tengo que mirarlo? —me pregunto, viendo las manecillas quietas, las cuales no se han movido en un rato, o solo lo hacen cuando parpadeo. Miro el reloj fijamente, mientras intento no cerrar mis ojos. Estos se ponen llorosos, comenzando a arderme por cada hora que ha pasado, o por cada minuto, no lo sé, ya que las manecillas no se mueven.
—Baja a comer —grita una voz desconocida, haciéndome parpadear.
—Verdad, le quité las pilas.
Me visto con aquel triste e insípido uniforme gris, el cual me pesa llevar y no me permite respirar; me enoja verme lo puesto, pero no me lo puedo quitar, sin importar qué sienta o piense de él.
Al abrir la puerta de mi habitación, miro algo o alguien que me espera molesta; me está hablando, pero no logro escucharla. Lo único que puedo hacer es asentir mientras miro sus ojos, los cuales no me están viendo. Parando de hablar, suspiró, comenzando a caminar decepcionada al ver que no mostraba interés en lo que decía.
Bajo las escaleras, detrás de ese algo, el cual no me voltea a mirar en el corto recorrido; aquella cosa se sienta en una gran mesa donde hay otras dos cosas sentadas hablando entre ellas; parece que me están esperando para comenzar a comer. Al tomar asiento, las criaturas que se encuentran más cerca de mí entrelazan sus tentáculos con mis manos, y el más alejado de ellos comienza a hablar cosas que no logro entender.
Después de un rato, aquella criatura deja de hablar, y otras criaturas sueltan mis manos; todas comienzan a comer, mientras yo miro en silencio esperando a que el tiempo pase.
—¿Qué día es? —pregunta una cosa.
—Viernes cinco de julio —respondo al instante.
—Gracias.
Al parpadear, estoy camino al colegio, con hambre, sueño y pereza. Por más que intenté, no pude comer aquella extraña comida que me dieron; por más que me esforcé, la comida no pasó de mi garganta. Aunque tenía un buen olor, el sabor era terrible; el sabor era tan malo que tendría que ser considerado ilegal en todo el mundo.
Al darme cuenta, estoy sentado en el salón, recibiendo la primera hora de clase. Todo está oscuro; solo puedo escuchar la voz del profesor, el cual no para de hablar. No logro entender el tema, tampoco las letras que están escritas en el tablero ni la explicación del profesor. No logro entender qué hago estudiando este día.
El profesor habla hasta que suena la alarma que da inicio al receso. Antes de que pueda marcharme del salón, un estudiante abre la puerta con una máscara puesta. De pie en la puerta, mira a su alrededor en silencio. Por más que el profesor le habla, este lo ignora; acercándose a él, lo mira con firmeza. —Estas bromas no son divertidas; ve a dirección —dice el profesor, intentando quitarle la máscara.
Me levanto de mi asiento en el instante en que el profesor manda a aquella persona a dirección, pensando que me podría ir del salón antes de que alguien me dirija la palabra, pero fue un error.
¡Bang!
El disparo se escucha en todo el colegio; la cabeza del profesor queda destruida por el impacto de los perdigones de la escopeta que desenfunda aquel estudiante de su espalda. El cuerpo del profesor cae al suelo, y todos comienzan a gritar; el techo está manchado de sangre, y las paredes comienzan a teñirse de rojo con cada disparo que se escucha. Muchos intentan escapar por la otra puerta del salón, pero al intentar abrirla no pueden; otros gritan por ayuda mientras están paralizados por el miedo que sienten; pocos saltan por la ventana con la esperanza de sobrevivir a la caída.
¡Bang!
Fue lo último que escuché antes de despertar.
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EN BLANCO: UNA CARTA DE AMOR A LA MUERTE.
FantasyTras la muerte de Leiko, su única amiga. Sora, busca un motivo por el cual seguir viviendo, mientras trata de comprender el mundo que sus ojos no lo dejaban ver. Desesperado y con más preguntas que respuesta, una bella mujer aparece en su vida, con...