CAPÍTULO VIII (PARTE I): MARTES.

15 4 0
                                    

Martes comenzó con una fuerte lluvia. La cual nos había tomado lejos de la casa. ¿Dónde estábamos? No recordaba, pero estábamos jugando en medio de la carretera, saltando en los charcos que se formaban por la lluvia. Aisha comenzó a correr pasando los autos que se movían a gran velocidad, yo iba detrás de ella intentando atraparla mientras esquivaba los autos y miraba a las personas que se sorprendían al vernos pasar.

La lluvia cada vez caía más fuerte, impidiéndome ver bien. El cielo se iluminó, truenos comenzaron a escucharse, aunque el ruido nos daba igual. Todo me traía recuerdos que me llenaban de diversos sentimientos, aunque solo quería recordar los que me hacían feliz. Seguí corriendo detrás de Aisha. El sonido de las gotas pegando contra el suelo me relajaba, era una canción, una canción que nunca me dedicaron. Saqué mi teléfono y miré la hora. Habían pasado cuatro horas desde que martes había comenzado. La lluvia no parecía que pararía en todo el día. Era como si el cielo llorara. Me quedé un instante viendo el teléfono mojarse, al verlo sentía que recordaría algo que nunca llegó, pero olvidé. Miré al cielo. Las gotas de lluvia parecían agujas entrando en mi piel, pero nada importaba. No sabía lo que estaba haciendo, a dónde iba o qué haría. Solo corría. -¿Por qué? -me pregunté.

-Eres muy lento -dijo Aisha sentada en el techo de un auto. Sacándome la lengua, me sonrió al verme tan meditabundo. Al escucharla, volví en sí con una felicidad que invadió mi ser, haciendo que tuviera una sonrisa dibujada en mi rostro, una que no podía ocultar.

-¿Es verdadera? -preguntó Aisha.

-¿Qué? -dije confundido.

Saltando desde el auto a mis brazos, caímos golpeándonos contra el asfalto de cara, comenzando a rodar. Nuestra ropa se rasgó y nuestra piel se raspó con cada vuelta. Quedé arriba de ella. Los dos teníamos una sonrisa y la cara raspada. -Es la primera vez que te veo sonreír de verdad -dijo Aisha, a lo cual no supe qué responder. Nos levantamos del suelo con nuestras heridas curadas-. ¿Vamos a casa? -preguntó Aisha.

Saqué mi teléfono del bolsillo para ver la hora. Habían pasado media hora desde la última vez que había visto el teléfono.

-Qué teléfono más resistente, ¿dónde lo compraste? -preguntó Aisha.

-Fue un regalo -respondí.

-A verlo -dijo Aisha arrebatándome el teléfono de las manos.

Los dos seguimos jugando, ignorando el ruido de un auto que se aproximaba a gran velocidad, arruinando la canción que cantaba la lluvia. Los dos, aunque nos habíamos percatado, nos mirábamos retándonos a ver quién se quitaba del camino primero.

-Toma -dijo Aisha lanzándome el teléfono-. Al percatarme, el auto arremetió contra nosotros. Todo mi cuerpo quedó destruido. No podía respirar bien, ni ver, ni sentir algo que no fuera la muerte. Poco a poco iba muriendo, pero a su vez mis células se reconstruían impidiendo mi muerte. Una nueva cicatriz se hizo en mi cuerpo. El auto siguió su camino sin mirar atrás. La lluvia siguió cayendo, convirtiéndose en charcos que eran contaminados por nuestra sangre.

-Sí, volvamos a casa -respondí, tirado en el suelo.

Respirando profundamente, comenzó a toser. -Espera, tomo aire, y me levanto -respondió Aisha, agitada. Tirada a unos centímetros de mí, nos quedamos en silencio un par de minutos, viendo al cielo por obligación. Las gotas chocando contra el suelo no se escuchaban por el fuerte ruido de nuestra respiración-. ¿A qué hora vas a estudiar? -preguntó Aisha con dificultad.

-A la una -respondí.

-Hay mucho tiempo para dormir -dijo, sentándose en el suelo. Estirándose un poco, preguntó-. ¿Puedo llevar el arma? -a lo cual respondí con un "no".

EN BLANCO: UNA CARTA DE AMOR A LA MUERTE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora