Agonía

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A veces me golpea, suave en el hombro, despacio como un saludo de un amigo. Vil traicionera mi consciencia que no puede evitarme recordar mi infancia de a ratos.

A veces me olvido, como si fuese un pendiente hecho sobre la hora, grave es el error de hacerlo. Tonta, olvidadiza memoria que decide aparecer en los peores ratos.

Compartimos la mesa, repartimos los platos, a veces me dan ganas de escupir en el tuyo como tú alguna vez decidiste escupirme en la cara.

Me saludas con un beso en la mejilla, un gesto que devuelvo. Cuando estoy sobria lo olvido, cuando estoy borracha no encuentro consuelo.

Te observo, cauteloso en todo detalle, la edad te concedió sabiduría para saber que cartas jugar. Todos ríen encantados de tus bromas, hechizados por una sonrisa malévola que sabe ocultar.

A veces me dan ganas de mandar todo a la mierda, decir que mi boca no podrán callar. Sin embargo, siempre me arrepiento. Sé que es inútil ir a batallar a una guerra sin armas que tampoco sé utilizar.

A veces me miras con ojos arrepentidos, brillosos de culpa y ahí es cuando me pregunto: ¿será que vino a ofrecerme una disculpa?

Pero nunca llega, siempre está a la espera. Nunca me brindaste aquel pegamento que podría volverme a dejar entera.

Te miro y de vez en cuando lo recuerdo, hay cosas que quedan impregnadas en la piel. Tu fragancia nauseabunda en la palma de mi mano, mi inocencia en la tuya.

No tenía una mínima idea, al final la familia es siempre primero. Tan efímero es mi momento de valentía, que a veces me desespero.

Me pregunto si mi esencia es así, insegura. Nunca logro dejar de lado mi armadura, por miedo nunca quito mi vestidura. Cuando era una niña, no puedo recordar serlo, entonces me pregunto si en el fondo de mi mente es tu recuerdo el que conservo.

Una vez alguien intentó alborotar mi pequeño hogar. Descolgó las cortinas marrones, iban a la par con sus ojos saltones. Su nombre era Jennie, una mujer que me intentó enseñar lo que era el dolor.

Buscó en cada habitación de la casa, revisaba todos los rincones para ver qué pasa. Rompió todas las ventanas, arañó todos mis muebles, desgarró mi ropa y también arruinó cualquiera de mis bienes.

Dejó todo dado vuelta y se marchó por la puerta, sin lograr que ninguna lágrima se derrame sobre mi careta.

Ella se olvidaba que nadie puede destruir lo que ya está roto. Mi casa era un pedazo de vidrio destrozado, cuánto más intentabas recoger, más se ha desparramado.

Mi cama ya había sido desecha, mis lágrimas ya se habían agotado.

Quizás por eso nunca podríamos haber funcionado, ella necesitaba un trozo completo y yo sólo era triturado. 

A menudo pienso en todo aquello, con un nudo clavado en medio del pecho. La impotencia de nunca poder hacer nada, recuerdo cuando lo acusaban a él y al final la culpable terminaba siendo la abusada.

Es injusta la vida, con una pena inmensa me ha dejado. El dolor más grande es que hasta aquellos que más he querido, el miedo me ha arrebatado.

Lo siento, Jennie.

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