Cantares 8:6

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Camino por las calles de Picadilly Circus  enfundada en su saco negro, se acomodo la bufanda y siguió su camino hasta  la fuente de Eros. Había llegado a Londres a visitar a sus padres, luego de que su padre la llamará.

–Beatrice, ¿Porque dejaste el convento?–pregunto su padre al otro lado de la línea. Sonaba molesto, como si fuera una falta de respeto el hecho de que no se lo haya contado, aunque no se hablaban hacia años.

Acumuló el aire en sus pulmones y soltó un suspiro antes de hablar. Estaba cansada. No quería tener esa conversación, no ahora. Tal vez en unos años más. ¿Que iba decirle? ¿Conocí a una mujer que cambió toda mi perspectiva? Nunca entendería.

–Papá hola a ti también–saludo sarcástica.

–Beatrice, no estoy de humor para bromas.–contesto exasperado.–Dime porque.

Negó con la cabeza. ¿Que le diría? No podía decirle la verdad en absoluto. Esa no era una opción viable.

–Simplemente quiero vivir mi vida.–fue lo único que pudo contestar.

La respiración de su padre al otro lado del teléfono se volvió pesada, tardo unos segundos en contestar.
Segundos que a Bea le parecieron eternos.

–Bien, espero que vengas a visitarnos pronto.

Se sorprendió. Esperaba que su padre le dijera que era un error dejar de ser monja, que debería volver.

–Lo haré.

Y esa era la respuesta de porque estaba en Londres después de tanto tiempo.
No es que estuviera muy feliz de visitar a sus padres, al final de cuentas ellos decidieron mandarla a un internado. Aun así eran sus padres y quería visitarlos al menos una vez antes de mudarse a Finlandia. No quería seguir viviendo en Suiza, era hora de dejar ir a Ava. Ya no regresaría y debía aprender a vivir con eso. Y quedarse en Suiza le dolía, incluso aunque los recuerdos vividos comenzaron a difuminarse con el pasar de los años.

La escultura de aluminio y bronce se erguía frente a ella, la famosa fuente de Eros. No recordaba lo hermosa que era. Se quedó unos minutos mirándola hasta que su estómago rugio.
No comió desde que bajo del avión.
Camino hasta que encontró una cafetería.
Se sentó afuera, admirando al cúmulo de personas que iba y venían por las calles, algunos hablaban con sus acompañantes, otros bebían un café solos, otros llevaban muchas bolsas de regalo.

–Hola, ¿Que va a pedir?–pregunto el mesero con un anotador en la mano. Esperando.

–Un café y un pedazo de pastel de chocolate. –Contesto.

El asintió y se retiró.

Ir a la casa de sus padres parecía una mala idea en ese momento. Los nervios parecía que iban a tragarla entera y no quería hablar con ellos.
No podía contarles la verdad, harían preguntas, las suficientes como para incomodarla.
Su teléfono celular sonó y atendió.

–¡Hola Bea!–Exclamó Camila, su voz denotaba una alegría insana.
Ella siempre parecía estar feliz. Apreciaba el hecho de que la llamará. –¿Ya llegaste a Londres?

–Hola Camila–contesto esbozando una pequeña sonrisa. –Si, llegue hace unas horas.

Llegó hacia unas tres horas, primero paso por el hotel en donde se hospedería para dejar las maletas.

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