EREN

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En cuanto Eren entró a la habitación, pudo percibir el ambiente erótico rondando por todas partes y eso le encantó.

Había tenido un día bastante pesado en el trabajo, pero luego de mandar algunos mensajes y recibir una respuesta más que afirmativa, no pudo esperar a que el tiempo avanzara más rápido para llegar a la habitación del hotel que últimamente se encontraba frecuentando.

Se sacó el saco y lo dejó sobre una silla cercana, al igual que una bolsa de tela con algo especial dentro.

Al final, sus ojos siguieron a la silueta de una mujer de cabellos negros que se encontraba espaldas a él mirando por el gran ventanal y con una copa de vino en la mano, por lo que se acercó a ella con lentitud.

—¿Me esperaste demasiado? —le preguntó directo en el oído, observando como ella se estremeció al oírlo, pero atinó a sonreír.

—Solo un poco, por un momento creí que no vendrías.

Eren percibió su exquisito olor a vainilla al acercar su nariz a su cuello, como siempre, era un olor que lo volvía loco.

—¿Alguna vez te he decepcionado? —le cuestionó contra su cuello, dejando pequeños besos en toda la curvatura a lo que la mujer suspiró con placer.

—¿No tendrás algún problema con tu esposa? —preguntó ella en apenas un susurro —. La última vez llegaste casi de madrugada a tu casa.

—Cuando estoy contigo no me importa lo demás, eso es más que suficiente.

Luego, ella se giró y continuó mirando por el gran ventanal a la gran ciudad, él también observó el panorama sobre su hombro, estar en el quinceavo piso tenía sus ventajas.

A la par, pasó ambas manos, primero por su abdomen y luego fue ascendiendo lentamente hasta llegar a sus pechos, los cuales apretó con ligereza a lo que ella lanzó pequeño un gemido. Tenía puesto un vestido rojo que no veía la hora de quitarle, por lo que la giró hacia él y la hizo retroceder hasta quedar pegada por completo contra el ventanal.

—Esta vez necesito que te sometas a mí por completo —murmuró muy cerca de sus labios rojos, al igual que su vestido —. Si lo haces, te prometo placer por montones.

Ella asintió con la cabeza y se inclinó para besarlo, pero él se lo impidió.

—¿En qué quedamos? —La miró con una ceja levantada a lo que la pelinegra retrocedió un poco.

—Entendido.

—Eso es.

Acto seguido, le quitó la copa de la mano y le dio un sorbo, dándose el tiempo de probar el sabor, luego pasó su otra mano por el cuello de la pelinegra y la acercó con fuerza hacia él, besándola con fiereza, notando como ella le correspondía de inmediato, pero tenía mucho en mente por lo que se separó demasiado pronto para el gusto de ella, sobre todo al oírla quejarse tenuemente.

Dio algunos pasos hacia atrás y luego caminó hasta una pequeña mesa en donde dejó el vaso de vino, luego se giró para observarla de arriba abajo. Lucía increíblemente exquisita en ese vestido.

—Ese vestido me gusta mucho en ti —comentó con la voz ronca —, pero me gustas aún más cuando no traes nada. —Apoyó una mano sobre la mesa y la miró con la cabeza ladeada antes de dar su siguiente orden —: Desnúdate para mí, Mikasa.

La oyó soltar un gemido y la observó obedecer su orden sin dejar en ningún momento de mirarlo.

Primero, la vio llevarse una mano detrás de la espalda y percibió el sonido del cierre del vestido siendo arrastrado hacia abajo, lo que provocó que se le aflojara. Seguidamente, y con suma lentitud, se retiró los tirantes por cada brazo, hasta que finalmente este terminó cayendo como un charco rojo a sus pies dejándola solamente en ropa interior.

E. M. A. | (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora