Único

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Las olas aplastaban la orilla, arrastrando un poco de arena dentro de las aguas cristalinas del mar dolorosamente lentas mientras el cielo teñido de tonos anaranjados soltaba su brillante corona: el sol.

Había pasado otro día, amistosamente dando la bienvenida a la noche con su misteriosa y juguetona luna, y estrellas que se asomaban a través de la espesura de las nubes y el cielo, pero nunca se revelaban por completo.

Dos mujeres yacían en el colchón dorado, la arena sedosa y no tan fría de la playa -una vez que el sol se dormía, la tierra respiraba y gemía, aliviada de los rayos calientes que la torturaban todo el día- con las manos una sobre la otra.

La pelinegra estaba boca abajo, con la espalda expuesta hacia la mujer que temblaba sobre ella, mientras dicha mujer dibujaba patrones con las yemas de los dedos, cubiertos de arena, contra la piel clara de la espalda de la contraria.

—¿Crees que estoy desperdiciando mi vida?— Preguntó la mayor de las dos, temblando por el toque de la rubia. —Quiero decir, mi futuro ya está planeado. El destino ha decidido lo que tengo que hacer, con quién estar.— Momo suspiró, sus propios dedos rozaron su pieza del espejo del destino.

A ella, como a todos, se le dio uno a la temprana edad de un año y poco a poco, a través de él, se fue armando su futuro.

Pieza por pieza como un rompecabezas, Momo podía ver su futuro construyéndose frente a sus ojos. —Mi pieza, brilló hace mucho tiempo, pero por alguna razón no me atrevo a conectarla con mi alma gemela.— Continuó, cerrando los ojos para disfrutar el toque de la rubia y riendo un poco. —¡Eso hace cosquillas!— Sana, la rubia, arrastró su dedo en silencio por la columna de Momo.

Su propia pieza del espejo abandonada a su lado, sus ojos azules lo revisan de vez en cuando para ver si brilla. Brillar para la persona que soñó toda su vida.

Sana, ¿me estás escuchando?— La pelinegra se giró, con una sonrisa tonta pintada en su rostro cuando la más joven la miró fijamente. —Nunca estás tan callada.

Entregándole la camiseta de Momo para que se la pusiera, Sana se pasó los dedos por el cabello. Ella suspiró y se recostó, observando atentamente a los gemelos, el sol y la luna, intercambiar lugares.

Lo sé, es solo que no soy ella.— Murmuró, hundiendo los pies profundamente en la arena.

—¿Ella?— Cuestionó Momo, siendo ahora la que gira.

Sus orbes rojos se encontraron con los brillantes de Sana y sus dedos se entrelazaron, el mayor acercando al más joven.

Dahyun.— La boca de Sana se secó solo al pensar en la chica más joven. No es que nunca le haya hecho nada, solo... robarle su alma gemela. —¡Nunca seré ella y eso me está matando!— La cabeza de la chica zumbaba, el sonido de las olas y el olor salado la tranquilizaban.

Los dos habían pasado mucho tiempo en esa playa desde que eran pequeñas, desde surfear, buscar pulpos para asar, acampar allí durante toda la noche de sus cumpleaños solo para ver y reaccionar ante otra parte de su futuro reflejado en su pieza del espejo del destino.

Sana, te amo.— No era la primera vez que Momo confesaba. —El espejo refleja y determina mi futuro, pero no manipula mis sentimientos. Por ahora, al menos.— Deslizándose contra el cielo oscurecido, apareció la luna.

Parecía solo esta noche, sin compañeros a su lado para ayudarlo a brillar. Algo al respecto se sentía mal, aunque no era solo la luna. Esta noche todo se sentía mal.

No podemos ir en contra del destino.— Se quejó Sana. —Eventualmente te irás, te enamorarás sin poder hacer nada de Dahyun y conectarás tus piezas, tu futuro, y no podré hacer nada al respecto.— La voz de la rubia se quebró, señal del verdadero dolor que ocultó tras una sutil tos.

Akatsuki | SAMO (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora