Capítulo 5- Error

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Durante la cena, el señor Xiao conversaba con su esposa acerca de los asuntos del día. De pronto, la señora llamó la atención de su hijo que, ensimismado, revolvía su plato, sin probarlo.

-¿Qué te pasa, Zhan? ¿Por qué no le contestas a tu padre? -El chico nunca había escuchado la pregunta; ni siquiera sabía de qué hablaban.

-Yo... Lo siento, papá... Es que estudié mucho, y estoy algo cansado... -le mintió a su padre, con su expresión más inocente.

-Sobre eso te pregunté, Zhan. Tus estudios.

-Estoy bastante ocupado con las pruebas de matemáticas, papá. -Eso era verdad, aunque al chico esa materia nunca le había esultado difícil.

La mente de Zhan era un caos: tenía la llave del patrón de nubes escondida en el último rincón de su armario, pero era tanta la atracción que sentía por ella, que no podía evitar sacarla todas las noches y ponerla debajo de su almohada, antes de dormirse. A veces soñaba con un jardín luminoso y fresco, y un lago de montaña de aguas limpias y heladas, rodeado de altísimas plantas de bambú. Pero él no conocía esos paisajes; estaba seguro de que tras esa puerta no existía ni un bosque ni animales salvajes, sino que había algo mucho más grande.

***

Una tarde no pudo más con su curiosidad, y con la llave en su bolsillo se deslizó por los pastizales, hasta llegar a su destino.

-¡¿Qué estás haciendo ahí?! -El grito del jardinero, que había ido a alimentar a los koi y vió su cabeza detrás de unas matas de pasto seco, en la zona prohibida, lo hizo saltar. Por suerte, todavía no había llegado a abrir la cortina de enredaderas, y la llave del patrón de nubes aún estaba en su bolsillo.

Cuando volvió, cabizbajo, hasta el estanque, el hombre le dijo, con voz severa, que lo acompañara. Caminando con una gran velocidad para la edad que tenía, lo llevó a la casa de sus padres. La señora Xiao abrió, sorprendida de ver a ese jardinero con su hijo, y el hombre le contó todo lo que había ocurrido. Le dijo que por ser la primera vez, no iba a delatarlo, pero que Zhan no debía volver a ese lugar bajo ningún concepto, o sino él mismo se encargaría de informar el hecho a los dueños de la propiedad. Con una última y fría mirada hacia el chico, se retiró de la casa.

-Zhan... -musitó la señora, pálida por la impresión-. ¿Cómo te atreviste...?

-Mamá... -El chico casi había perdido la voz por el miedo. Se había llevado el susto de su vida, pensando en que su padre iba a quedarse sin trabajo por culpa de su imprudencia.

-¡Vete a tu cuarto! ¡Y ya no vuelvas a dirigirme la palabra! -La mujer, furiosa, tomó a Zhan del brazo, lo metió a la casa y cerró la puerta de un golpe. El chico, en silencio, se fue a su cuarto: no quería agrandar aún más el problema en el que se había metido, seguro de que cuando su padre llegara de trabajar, su madre le contaría todo. Unas horas después, cuando vio entrar por la puerta de su dormitorio a su padre, con el rostro serio, entendió que se le venía encima otra reprimenda.

El hombre se sentó en la silla de su escritorio y le dió un discurso de media hora acerca de obligaciones filiales, la familia, la obediencia, y un montón de cosas más que el chico trató de escuchar sin poner cara de aburrimiento. Después del susto, y pasadas las horas, se había vuelto a sentir seguro de sí mismo, y no creyó haber hecho nada malo. Había escondido la llave para que nadie la encontrara, e hizo planes para volver a la puerta en cuanto tuviera otra oportunidad. Debía ser más cuidadoso: el secreto que había tras ese muro era demasiado grande como para dejarlo pasar.

Durante tres tardes permaneció dentro de su cuarto luego de volver del colegio; en penitencia, le habían prohibido salir al jardín. Pero al cuarto día su castigo fue levantado, y después de un millón de recomendaciones que le hizo su madre, por fin Zhan se vio libre.

Tratando de no delatar que tenía intenciones de volver a incumplir las reglas, en vez de ir al estanque de los koi prefirió irse a la casa de su amigo el anciano, para saludarlo después de tantos días sin verlo.

-¡Pasa, muchacho! ¡Pasa! Enseguida preparo el té... -Por un rato, los dos conversaron de temas triviales, sin sacar a la luz la desobediencia de Zhan. El chico, convencido de que el jardinero le había contado lo sucedido a todos, no entendió por qué el anciano no le hacía preguntas.

Un poco impaciente por saber si su imprudente acción se había divulgado entre el personal de la propiedad, le preguntó:

-¿Alguien le contó acerca de lo que pasó hace unos días?

El anciano lo observó con seriedad, pero sin el más mínimo gesto de reproche en su semblante:

-Sí. Sí me enteré de lo que pasó. El jardinero que te descubrió tuvo la precaución de contárselo a todo el personal, para que te vigilemos, y que no tengas oportunidad de cometer el mismo error. Fuiste muy osado al ir a ese lugar, Zhan...

-Sí, lo sé -murmuró el chico.

-Si quieres volver, la próxima vez tendrás que tomar muchas más precauciones.

-¿Eh? -La frase, dicha en un tono tranquilo y seguro, lo tomó por sorpresa. Zhan levantó la vista y lo observó. El anciano lo seguía mirando, pero su cara mostraba una pequeña sonrisa:

-Encontraste la puerta, ¿verdad?

-Yo... no... -balbuceó el chico, desconcertado.

-No me mientas, muchacho; yo sé que la encontraste. El día que fuiste conmigo a la casona y te quedaste mirando el cuadro con el sello de la familia Lan, me di cuenta de que algo sabías. Y después, cuando el jardinero te descubrió dentro de la zona prohibida, mis sospechas se confirmaron.

Zhan ya no sabía qué pensar:

-¿Usted no está enojado conmigo? -preguntó.

-Para nada. ¿Por qué habría de estarlo? -Después le dijo algo que asombró aún más al chico-. Poco tiempo después de que empecé a trabajar aquí, hace más de cuarenta años, uno de mis deberes era ir a darle de comer a los peces del estanque. Un día que estaba en esa tarea, una ráfaga de luz me llegó desde el muro detrás de los pastizales de la zona prohibida. Tampoco pude resistir la tentación y fui hasta allí, a escondidas. Encontré esa puerta, pero no pude abrirla. Cuando me asomé por el ojo de la cerradura, vi algo muy extraño...

-Un camino...

-Exacto, Zhan. Vi lo que parecía ser un camino de piedra, en un lugar en donde no puede haber nada, ya que es un territorio salvaje y boscoso...

-¿Pudo abrir la puerta?

-No, nunca. Está trancada, y nunca encontré la llave, a pesar de que la busqué por mucho tiempo.

Zhan prefirió no decir que había encontrado la llave. Estaba seguro de que alguien la había puesto en el agua, y ese anciano, que conocía la existencia de la puerta, era el principal sospechoso.

La puerta de las nubes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora