Parte I

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    Miranda siempre había adorado la juguetería perteneciente a su abuelo, el que ahora heredaría. Siempre tuvo la sensación de que todo juguete que había allí cobraba vida. Él, cuando ella iba a visitarlo, le enseñaba varios juguetes desde osos, camiones de plástico y otros de madera, muñecas y otros.

Una vez, le preguntó que había en la puerta gris del fondo y solo le decía lo siguiente: "Allí no tienes que entrar, él por qué... lo descubrirás algún día".

Aunque nunca entendió por qué sus padres no querían que ella esté cerca de él. Varias veces los había escuchado decir que el abuelo estaba loco, que "había perdido el sentido de la razón". Ahora, luego de su desgraciada muerte, Miranda descubrió una carta escrita por el abuelo, antes de que un ladrón lo matara de una puñalada justo en el corazón, tenía una letra borrosa como sí la hubiera escrito hace mucho tiempo, decía lo siguiente:


"Querida Miranda

Realmente lamento no poder decirte el gran secreto de la juguetería que tanto adoras ya que la Muerte decidió llevarme, seguro cuando encuentres y leas esta carta ya me habré ido. El secreto no voy a confesarlo por carta. Voy a dejar que tú lo descubras. Es algo maravilloso si aceptas el secreto tal como es... cuando lo veas con tus ojos entenderás. Tus padres al decirles el secreto me catalogaron de loco, solo porque cuando quise probárselos no sucedió nada, pero no quiere decir que no sea real. Cuando descubras el secreto tienes que seguir estas pequeñas pero importantes reglas:

Nunca la encierres en un lugar oscuro.

Nunca la lleves a tu hogar.

Nunca la ignores si te habla.

Sé que lo que te digo suena raro, pero es fundamental. Si rompes alguna pueden pasar cosas malas, como seguramente me pasará a mí. No tengo salvación, nadie creé lo que digo... estoy seguro de que me matará, me observa en este momento. Ojalá me dé tiempo de poner el cartel de cerrado en la puerta.

Atentamente, tú amado abuelo.

PD: Se acerca, lo siento. Adiós, Miranda. "


 No podía creer lo que decía la carta. Pensaba contárselo a sus padres, pero no quería que creyeran que se volvió loca igual que su abuelo. Tenía que descubrir de qué secreto hablaba. Tomó su chaqueta, salió de la casa de su abuelo, subió a su auto y se dirigió a la juguetería.

Se sentía nerviosa, presentía algo malo, pero no podía explicar por qué. Al llegar, salió del auto. Observó la juguetería, antes de entrar, seguía sintiendo ese nerviosismo... Cuando abrió la puerta una leve brisa salió que le puso la piel de gallina. Finalmente, entró.

Todos los juguetes parecían observarle desde donde estaban. Ella los observaba a ellos desde donde se encontraba también.

Tuvo un sobresalto cuando la puerta se cerró sola a causa del viento. Respiró hondo para calmarse y miró a su alrededor.


– Bien, quiero saber el secreto – susurró para sí. Comenzó a revolver entre las cosas de la juguetería esperando encontrar algo. Nada.


De pronto, sintió un canto, se supone que estaba sola y la campana de la puerta no anunció la llegada de alguien.

El canto era tenue y suave, provenía de la puerta del fondo. Siguió parada justo detrás del mostrador sin hacer ruido, escuchando el extraño canto que, hasta ahora, no podía determinar si pertenecía a un niño o niña.


– Será mejor que salgas desde donde estés, la policía viene en camino – mintió Miranda con tono amenazante, aunque solo era nerviosismo disfrazado de coraje.


El canto cesó. Miranda respiró aliviada por un momento y se acercó con cuidado y cautela hasta la puerta del fondo, donde el sonido se escuchaba. Finalmente, estuvo frente a esta, el aire se había vuelto denso, ella parecía estar a la espera de algo, aquel canto, pero todo era silencioso. Tomó el picaporte, estuvo unos segundos quieta hasta que por fin abrió la puerta.




    Realmente Miranda no podía creer que se había sugestionado de tal manera... Todo lo que había detrás de la puerta del fondo era una muñeca de la altura de una niña que rondaba los diez años, polvorienta y sucia por el tiempo que estuvo guardada.

La llevó hasta su casa. La lavó a mano, ahora la tierra había desaparecido de su cabello rubio y ondulado, sus ojos grises ahora eran más brillantes, su piel era de un blanco pálido y su vestido blanco era más bonito sin tanto polvo y tierra. Cuando lavaba el vestido, advirtió que en su espalda baja estaba bordado con letras doradas el nombre de "Jane". Supuso que era el nombre de la muñeca.

Se tomó un tiempo para observarla, sí que era bonita. Sus cabellos rubios parecían no verse afectados por el lavado, Miranda los peinó con cuidado, sus ojos grises eran saltones y con unas pestañas largas que le daban un toque extraño, su vestido blanco tenía botones negros con forma de corazón desde el cuello hasta el ombligo que lo hacía elegante y un tul grisáceo que rodeaba la falda; sus zapatitos eran dorados con un moño blanco sostenido por una perla cocida a estos. Parecía una niña de verdad que rondaba los diez años. La tomó y la guardó en el armario de su habitación.

Miranda pensaba regalarle la muñeca a su sobrina Emilia, quién vendría a quedarse con ella todo el fin de semana.

El sonido de la bocina de un auto se escuchó, Miranda salió sonriente, su hermana la saludó cordialmente y aceleró para irse, Emilia la esperaba sonriente en la puerta de entrada. Ambas se abrazaron y entraron a la casa.


– Espérame aquí, ahora vengo – le dijo Miranda y subió las escaleras. Cuando estaba por bajar le pidió a Emilia que cierre los ojos, ésta lo hizo.

– Abre los ojos – susurró.


Emilia sonrió emocionada, – La muñeca es hermosa, gracias tía. ¡Es de mi altura! – Miranda alegre de que el regalo le haya gustado sonrió con ella de alegría. Ya eran las tres de la tarde. Ambas se fueron de la casa, Miranda quería enseñarle la juguetería a su sobrina. La muñeca quedó en casa, guardada en el armario. 

En el silencio de la casa, comenzó a escucharse un canto bajo y suave desde el armario.


Cuando entraron a la juguetería, ambas quedaron con la boca abierta por esa sorpresa desagradable, Miranda le pidió a Emilia que volviera al auto. Los juguetes estaban destrozados, algunos eran irreconocibles, los libros de cuentos desparramados por todo el lugar, las paredes rayadas con toda la rabia que alguien había estado conteniendo, documentos de compra y otras cosas tirados y arrugados, pero no parecía haber nada robado. Observó todo el lugar con miedo que aquel asaltante siga ahí pero el silencio de aquella juguetería destrozada le decía lo contrario. De pronto, escuchó un golpe leve, algo que se cayó, en la parte de atrás, estaban separados por un corto pasillo. Miranda, con cautela y en silencio, se acercó, aquel ruido se repitió, venía de adentro de la puerta gris, esta se encontraba toda cortada y con un picaporte faltante.


Su respiración se encontraba agitada. Miranda acortó la distancia entre ella y aquella puerta, una patada del lado de adentro de la puerta le arrebató su seguridad y Miranda entró en pánico, salió de la juguetería inmediatamente.

Ignoró la preocupación de Emilia por el estado en el que se encontraba, tomó su celular y llamó a la policía. Les contó lo ocurrido y, a pesar de investigar, pasaron varias semanas sin que nada se descubriese.

JaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora