"Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar del alma propia la pena extraña. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de ese límite."
-Stefan Zweig
A aquel que tiene le será dado más. Estas palabras eran repetidas por mis superiores cada que podían. Corría el año de 1942 cuando me fue dada la oportunidad de mi última presencia en México, concurrí cansado de laborar todo tipo de quehaceres a uno de los lugares más sofisticados de aquellos años el famoso Hotel Reforma. De la primer mesa se levantó un conocido mío, quién me saludó con una alegría sincera y me invitó a tomar asiento junto a él, acepté únicamente por el hecho de no conocer nadie en aquel país extranjero. Mentiría si dijera que aquel superior mío no tuviera una capacidad increíble para relacionarse con las personas, todo el sentido de la vida se reducía a su modestia, con naturalidad admirable reconocía gran parte de los nombres que aparecían en los periódicos, siempre tenía comentarios para ellos como: "Un gran amigo" o "Ayer estuvimos juntos en la Alameda", así era siempre. Telefoneaba cada mañana a cada actriz que conocía para felicitarla por su cumpleaños, dios, a ese hombre nunca se le pasaba nada. No era un hombre desagradable pero no hace falta describir con mayor lujo de detalles a mi amigo Antonio Cárdenas Rodríguez aunque debo admitir que en un futuro desarrollará un papel importante en esta historia.
Basta un poco de hablar sobre temas completamente irrelevantes, dejemos que mi memoria, mi fiel confidente empiece a hablar.
Todo dio inicio con una torpeza, un error completamente inocente, una gaffe como dicen los franceses. Todo luego de la tentativa de corregir mi error, sin embargo, aún hoy luego de tantos años no consigo distinguir el límite donde terminó mi torpeza y donde comenzó aquel sentimiento de culpa. He de suponer, que nunca lo lograré.
Contaba yo con apenas veintiún años. Nunca sentí una pasión especial o algo parecido para la carrera militar pero cuando uno vive en una familia con dos niñas y dos muchachos a los cuales alimentar no creo que exista mayor opción, si hubiera elegido ser cualquier otra cosa no estaría relatando mi pesar. Mi hermano que gastaba todo su tiempo en la lectura fue enviado al seminario apenas estando en la primaria, yo por tener huesos fuertes -o al menos eso decía mi padre- fui mandado al colegio militar. Supongo que ya estando allí me deje fluir, en pocos años me convertí en un modelo a seguir. La primer estrella se colgó en mi cuello apenas cumplí los dieciocho años. Así quedó cumplida la primer etapa, y entonces podía desenvolverme en el mundo de los asensos.
Tampoco fue mi deseo ser nada más que un arma de caballería. Fue más bien capricho de mi dulce madre. Nunca nado me se preguntó en si me gustaba servir en la caballería, o en general, hasta cierto punto dejó de importarme lo que realmente sentía, me relajaba hacer mis guardias, me sentía bien y mis pensamientos no iban más allá del marco de la puerta.
Aquel mes de septiembre la oficina recibió una solicitud de parte del país azteca, necesitaban un escuadrón, no estaba en los planes de mi general mandarme pero digamos que un malentendido me aseguró un boleto de ida a México. La distribución de locales era la misma que en Argentina, un cuartel, un campo para la realización de ejercicios, una pista de equitación, un casino, tres hoteles, dos cafés, una confitería, una vinería y lo que parecía ser un teatro en su forma más miserable, con horribles actrices que en las horas libres se dedicaban a pasar el tiempo con los oficiales y soldados más urgidos por el cariño de una mujer o de un hombre como era el caso de unos pocos. En cualquier parte del servicio militar siempre es la misma monotonía hueca dirigida de acuerdo a un reglamento rígido como el acero. Enel casino siempre habitaban los mismos rostros, las mismas conversaciones, losmismos partidos de naipes y el mismo billar, agradecía a dios cada que unpaisaje diferente aparecía de camino al llamado colegio militar. Minueva sede ofrecía una excelente ventaja, a menos de diez minutos se encontrabauna estación de ferrocarriles donde podía viajar de un lugar a otro cada que eldinero me lo permitía. Por desgracia no podía darme el lujo de escaparme aotros estados pues no se hallaba al alcance de mi sueldo mensual. Como únicoentretenimiento a mi alcance me quedaba en el café o la confitería, allí mededicaba al ajedrez o billar que era lo más barato, porque los partidos denaipes generalmente me resultaban sumamente costosos, no quería endrogarme enun país extranjero.
Aquella tarde –a mediados de marzo de 1943- decidí explorar con algunos compañeros alguna cafetería que pudiera saciar mi aburrimiento, entramos a una la cual se veía un poco lujosa. No tomamos nuestro tiempo para jugar a las cartas, recién acababa el tercer partido, las conversaciones se apagaban lentamente cuando de repente se abrió la puerta y, entró una ráfaga de aire que consigo se fusionaba con una dulce loción y un lindo caballero se dejo ver: ojos almendrados, tez oscura, una forma de vestir elegante y desde luego un nuevo rostro para aquella monotonía que llevaba. Lástima que aquel dulce ángel ni siquiera miró a los que le mirábamos respetuosamente, decidido y con paso firme caminó dejando a su paso las ocho mesitas de mármol para dirigirse directamente al mostrador, donde encargó una docena de dulces, masas y licores. Por sus acciones y la manera en la que era tratada por el dueño y su esposa se trataba de una clienta distinguida. Después de haber realizado su pedido, se dispuso a salir pero el dueño del local se adelantó precipitadamente para abrirle la puerta, él agradeció con gentileza y abandonó aquel lugar. Estaba impaciente por preguntar sobre aquel ángel que acababa de manifestarse.
-Es lindo ¿Verdad teniente?
El dueño solo recibió un silencio de mi parte.
-Es sobrino del señor Ochoa, se ve que no es de aquí así que le daré un poco el contexto, la familia Ochoa es bastante reconocida por aquí, todos amamos a su hijo, el joven Guillermo es de las personas más bondadosas que conozco a pesar de lo que le pasó.
Si el sobrino del señor Ochoa era atractivo su hijo también debería ¿no es así?
-A decir verdad me llevo bastante bien con esa familia tanto así que le diré a los Ochoa que lo inviten a cenar un día de estos.
-¿Así sin más?
-Claro, por favor deme un minuto. –El dueño hizo una seña para que le esperara, fue a la parte trasera de su local y al cabo de media hora regresó luciendo una sonrisa en la cara. –Buenas noticias teniente, el miércoles cenará con los Ochoa y quizá alguien tenga el atrevimiento de robar su corazón.
Quedé estupefacto ante las palabras de aquel señorque solo deseaba presumir los contactos que tenía pero aún así alabado sea porconseguirme una cena con aquella familia, una vez más volvería a ser testigo deaquella belleza.
Buenos días/tardes/noches, quiero darles las gracias por tomarse el tiempo de leer esta historia la cual seguro les dejará sin estabilidad emocional o tan solo les saca un par de lagrimitas.
Al final de los capítulos les dejaré las explicaciones ya sea de comidas, expresiones, hechos históricos porque de algo tienen que servir las clases de historia y las de ciencias sociales. Esto lo hago para aquellas personitas de otro país o de lugares externos a la CDMX.
Sin más que decir espero que les guste la historia🐢✨
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Perfuma de guayaba
FanfictionGuillermo Ohoa, hijo único de una de las familias más poderosas en el México de los años 40's desarrolla un interés amoroso hacia el joven oficial Lionel Messi. El joven oficial ilusiona al joven aristócrata con una promesa de matrimonio sin saber s...