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El miércoles en la noche estaba más que dispuesto a lucirme con tan distinguida familia sin embargo, tuve un incidente que retrasó mi llegado. Había que ser supersticioso y tener más en cuenta los pequeños detalles, justo dadas las ocho en punto, cuando ya vestía el mejor y más nuevo uniforme, guantes nuevos, los zapatos de piel recientemente boleados en una esquina, y cuando arreglaba los pliegues del abrigo y me revisaba de arriba abajo alguien tocó ferozmente la puerta. Mi amigo y superior, el teniente coronel Joaquín Ramírez Vilchis* se encontraba frente a mi puerta, me pidió que nos dirigiéramos a la sala de soldados. Un grupo de gitanos habían asaltado recientemente una pastelería ubicada en el centro de la ciudad y habían amenazado a tres personas que disponían a comprar, su acción no termino bien puesto que en panadero había salido con la intención de evitar el robo siendo golpeado por los tres gitanos. Allí yacía aquel panadero, desvanecido, sangrante y con la boca abierta. No sé sabía si aún conservaba la cabeza o no. El teniente al no haber encontrado a ningún hombre "libre" quería que yo le ayudara en lo que él atendía al herido. Me sería imposible llega puntual a la cena que se daría en la casa de los Ochoa.

Después de media hora en lo que encontrábamos a un médico y en lo que el hambre me indicaba ir rápido por un pan las cosas finalmente se calmaron y quedé libre para asistir a la cena, con un poco de suerte llegaría antes de las nueve. Fue aquí cuando ocurrió el segundo incidente; había dejado mi cartera en la panadería. Fue inevitable, así, que al llegar por fin al vestíbulo de los Ochoa el reloj marcaba las nuevo en punto en lugar de ocho y media, observé que los abrigos en el guardarropa formaban ya un buen bulto y por la expresión cohibida del lacayo solo me confirmó que, en efecto, había llegado demasiado atrasado –punto menos a mi favor para dar una buena impresión-.

El servidor me informó que habían recibido un mensaje del teniente Joaquín donde informaba que llegaría un poco retrasado a la cena –che boludo, muy chistosito salió el pibe-. Me condujo al salón que tenía cuatro ventanas, tapizado de seda roja, iluminado por numerosos artefactos de cristal, en fin, era extraordinariamente elegante. Para mi desgracia y vergüenza, se encontraba completamente abandonado o eso parecía, mientras la habitación contigua partía un alegre entrechocar de platos ¡Chingada madre –expresión que recientemente se me había pegado-, me lo imaginaba, ya estaban cenando! El lacayo abrió la puerta y todo el mundo levantó la mirada; veinte o cuarenta ojos, todos los ojos revisaban y analizaban al retrasado que al parecer carecía de amor propio. De inmediato se levantó un señor entrado en años, sin duda dueño de la casa, y quitándose con gesto ligero la servilleta, vino a mi encuentro y me tendió su mano invitándome a pasar. Este señor no era como lo imaginaba, el tipo parecía un noble provinciano, con bigote, mejillas llenas y corpulento. Detrás de unos lentes montados en oro, se escondían unos ojos cansados, ojeras demasiado pronunciadas; los hombros caían un poco inclinados hacia adelante; la voz parecía un cuchicheo y se trababa por una pequeña tosecita. Tenía más pinta de sabio. La gentileza de ese señor surtió un efecto extraordinariamente calmante en mí. Me cortó la palabra afirmando que debía pedirme perdón, sabía bien que en el ejército siempre ocurrían cosas inesperadas y que había sido una atención de mi parte informar mediante el teniente el retraso en mi llegada. Porno tener la seguridad de mi presencia la cena comenzó, en seguida me acompaño ala mesa indicándome mi asiento, aduciendo que más tarde se daría la oportunidad de presentarme uno por uno a los presente, me condujo al lado de su hijo. Un joven de apariencia delicada, piel morena, ojos marrones que apenas dejaban mostrar un brillo especial. Me incliné ante él y sucesivamente a la derecha e izquierda ante los invitados, que, al parecer celebraban no tener que depositar sus cubiertos e interrumpir su cena por un teniente impuntual.

Los primeros cinco minutos me seguía sintiendo incómodo y como no estarlo, no estaba presente ningún conocido mío y tampoco es como si tuviera muchos para ser sinceros pero ese no es el punto, me encontraba rodeado de extraños, exclusiva y absolutamente gente extraña. Más tarde descubrí algunos nombres de los invitados, algunos que recuerdo eran; María Félix; Jorge Negrete; incluso Pedro Infante (yo, best fan de pedro infante) se encontraba. Afortunadamente fui bien colocado, a mi lado aquel ángel alegre el cual parecía haber notado mi mirada de admiración el día que lo vi por primera vez en esa cafetería, pues me sonrío gentilmente como si de un viejo conocido se tratase. Sin duda, era un placer estar sentado junto a alguien tan lindo y el que hablara con un acento ligeramente parecido al del norte casi me enamoraba. En cambio, mi compañero de la izquierda no tenía ningún acento especial, pero, me pareció un poco más hermoso ahora con las mejillas sonrojadas por el alcohol, reía a carcajadas y parecía presumir su hermosa cabellara rizada. ¿Acaso el efecto del vino me hacía ver las cosas de diferente manera? En verdad aquel dueño de la cafetería no mentía ni exageraba. En la casa de los Ochoa se vivía como en la realeza. Jamás pensé que podía comer ten bien, ni siquiera sabía que era posible comer tan abundantemente, eran fuentes inagotables que cada vez servían más deliciosos y costosos; Salmón, sopas, chuletas de cordero, pechugas de pollo, cabrito y postres como helado de pistache, pastelillos, pedazos de fruta picada en montones. La cena nunca llegaba a su fin y los licores eran los más exquisitos. Llegué a probar distintas bebidas típicas como el colonche, pulque y mezcal*.

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⏰ Última actualización: Dec 31, 2022 ⏰

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