Velador de Almas - 4

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—No pude salvarlo —dijo Vhrolard a los tres soldados que miraban el cuerpo despedazado del hombre mariposa—. Estaba llegando al pueblo cuando vi al guruk cenándoselo. Quizás si no hubiese demorado tanto en... habría podido...

—Déjalo, velador —Rand levantó la mano para callarlo.

Vhrolard apretó la mandíbula, pero no dijo nada.

—Prefiero no escuchar nada al respecto —continuó Rand—. Lo devoraron, y ahí termina el asunto. Nos encargaremos de que le den buena sepultura, o por lo menos al cuerpo que aún le queda... ¡Dyne!, trae a unos cuantos soldados más para cargar con todos estos guruks.

Uno de los hombres, aquel que tenía la barbilla puntiaguda y unas patillas canosas, asintió y se dedicó a cumplir la orden. Vhrolard no ignoró el hecho de que se agachara y se llevara la escopeta encantada. «¿Acaso cree que estoy siego?» —pensó con cierta gracia. No dijo nada al respecto, todavía no era el momento para eso.

—Esas malditas bestias de la Eternidad eran muy resistentes. Tuve que gastar demasiadas balas para poder matarlas .—Eso por lo menos no era mentira—. Algo raro pasó con ellos. En la vida había visto a unos guruks tan resistentes. Intenté analizarlos ahora que había amanecido, pero no tienen ninguna señal de mutación o algo parecido.

Rand no dio señas de haberlo escuchado. Estaba concentrado en palpar las heridas de bala de la bestia. Vhrolard tampoco ignoraba el hecho de que el hombre no mostraba ningún tipo de temor hacia +el o hacia los cadáveres de los guruks. No le presentó respeto, no le saludó. Se limitó a preguntar qué había ocurrido.

Era un caso curioso. El resto de soldados que los habían acompañado mantenían una distancia prudencial respecto al velador, no tanto de los guruks, y le echaban miradas nerviosas que con el tiempo más temerosas parecían. Una reacción normal. Algo con lo que estaba acostumbrado a tratar. Además, con la cantidad de sangre que llevaba encima, aquel comportamiento acrecentó de manera notable. Cada oportunidad que se les presentaba la tomaban para poder estar lo más alejado de él posible. Lo que más le causaba gracia era que intentaban hacerlo con disimulo.

Sin embargo, por el mero hecho de que ese que se hacía llamar Rand no actuaba de la misma forma hacía que el velador perdiese todo el buen humor.

—¿Eres el jefe de este escuadrón, dindrall? Necesito hablar con los mandamases del pueblo. Sé que ustedes van a estar muy ocupados aquí y que necesitarán ayuda, pero espero que lo entiendas. Hay cosas que necesito hablar con ellos.

Rand rio.

—No soy jefe de nada ni de nadie, velador. Ni siquiera creo que tengamos eso a lo que llamas escuadrón —frunció el ceño cuando palpó una parte de la bestia especialmente deformada—. Esta parte de aquí está un poco extraña. Algo más dura, quizás. Ven, tócala y dime qué piensas.

Cuando Rand vio la cara pétrea del velador de almas, soltó un suspiro y se levantó mientras se sacudía el polvo de los pantalones. No pudo hacer mucho. Estaban demasiado raídos y sucios.

—Está bien, te llevaré ante el alcalde. Ustedes dos esperen aquí a que llegue el resto. Ya saben a dónde llevar este desastre. Cualquier cosa rara que vean a los alrededores, no duden en salir corriendo .—Se acercó a los dos hombres que quedaban y susurró unas palabras en otro idioma.

«Parecido al hablado por el hombre mariposa» No le sorprendía. ¿Por qué le mentiría para salvar la vida?

—Sígueme, velador.

Vhrolard obedeció.

Unas puertas dobles empotradas en la muralla conformaban la entrada al pueblo. La naturaleza había reclamado los ladrillos de piedra, por lo que la estructura se mostraba vetusta en colores verdes intensos y grises desgastados. El portón era de madera con revestimiento de acero, y pese a eso, se veía más frágil que la muralla. Rand se acercó y dio tres fuertes golpes. Una rendija se deslizó a un lado para mostrar dos ojos, uno de ellos blanco; la cara del guardia palideció al ver al velador de almas. Sin esperar más, abrió una de las puertas. El guardia estaba vestido en traje de piel de guruk y entre sus manos sostenía una lanza igual de vieja que la muralla. En perspectiva de Vhrolard la punta no daba ninguna sensación mortífera.

—¿Qué fue lo que ocurrió 'llá fuera, 'eñor? ¿Nunrrel ni de sintri gha?

—Ahora no, Gos. Luego te explicaré todo.

El pueblo era igual a otros que había visto Vhrolard en su viaje por el país inclinado. Como camino principal, un sendero sin asfaltar y lleno de barro iba recto hacia el otro extremo de la muralla, en donde un castillo, o por lo menos el vestigio de uno, estaba apoyado. De ladrillo anegado de grietas y moho, su apariencia daba la sensación de que era la mitad de un todo. Una estructura extraña, sin duda, pues era como si lo hubiesen partido a la mitad: la parte izquierda era liza y sin ventanas. El resto, sin embargo, representaba a la perfección la imagen de los castillos de antaño, de los tiempos anteriores a la Era de las Bestias. Imponente, de alturas puntiagudas, vidríales alargados y pináculos sostenidos por pilares, aquella estructura era todo cuanto anhelaban construir los reyes devotos a la Eternidad. Ningún hombre adinerado que se hacía llamar creyente le faltaba alguna estructura, por pequeña que fuese, con suficientes detalles y formas piramidales. Aquella construcción en ese pueblo carcomido era un perfecto ejemplo. Frente a las calles en donde los transeúntes eran la arena levantada por el viento, Rand y el velador de almas, y en donde vetustas casas, en uno y otro lado de la calle, eran de madera, el castillo no encajaba con el escenario. Era un símbolo del pasado.

Desde las ventanas en las casas decenas de ojos observaban la caminata de los dos hombres. Cuando los pasos los llevaban frente a una casa, las miradas indiscretas se hacían discretas, pues no esperaban más para ocultarse.

Vhrolard sonreía ante tal reacción. Cada vez que percibía una mirada, se volteaba y hacía una pequeña reverencia como saludo. Sabía que aquello los pondría más nerviosos. El sol brillaba con intensidad, por lo que la sangre seca que le empapaba se vería a la perfección. Sin duda habían escuchado la turbulencia de la noche. Cada paso hacía que sonara más rotundo que el anterior. Crujido tras crujido con un ritmo perezoso pero intenso. Vhrolard se sostenía los pulgares en el cinturón en donde colgaban los revólveres.

Un niño semi desnudo miraba medio oculto tras una puerta. Parecía tener la intensión de acercarse a ellos. Estaba sucio, en huesos, con ropa raída y la cara desfigurada por una cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda. Se asomó un poco más.

—¿Papá? ¿Estás bien? —preguntó el niño con un tono sorprendentemente firme.

Rand vaciló. Le echó una mirada rápida a Vhrolard y luego se acercó a su hijo. Se acuclilló y posó sus manos en los hombros del niño en un intento de abrazo.

—¿Tu mamá? —bajó la voz para que no lo escucharan, pero no sirvió de nada ante los sentidos entrenados del velador de almas.

—Aquí estoy —la voz provenía de la oscuridad tras la puerta—. Le dije a Nyan que no te molestara, pero con todo el alboroto de anoche...

—Estoy bien —atajó Rand—. El velador de almas nos salvó de un ataque de las bestias. Después les contaré todo. Lo llevaré ante Joene.

Sin decir más se puso en pie y volvió a emprender el camino. El niño se quedó mirándolos fijamente.

Vhrolard lo siguió como si no hubiese ocurrido nada, si es que la sonrisa en su rostro podía interpretarse así. «Este pueblo es encantador» —pensó con cierta amargura— «¿Por qué tengo la maldita costumbre de sonreír en situaciones difíciles?»

El Velador de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora