Inesperado

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Iba caminando por su pequeña ciudad, pensando en que debería hacer de cenar, estaba cansado y algo fastidiado del día.

Su madre le llamo para decirle que estaba un poco enferma y aunque parecía solo un resfriado le preocupaba, ama tanto a esa mujer que su propio padre le parece indigno de ella.

Eran aproximadamente las diez de la noche y volvía de estar con su novia, es una linda chica, cualquiera la amaría y el no era la excepción.

Decidio ir a comprar algunas cosas para su hogar, así no tenía que esforzarse en cocinar a esa hora.

Pero al salir de la tienda escuchó un ruido, una especie de chillido raro, no es de un perro, quizás un gato.

Se acerco con cuidado al lugar, podría no ser nada, son animales y hacen sonidos por diversas causas, quizás juegan o... Algo así.

Al asomarse en ese pequeño callejón no vio nada a primera vista, pero escuchó el ruido más cerca y decidió acercarse, solo entonces alcanzo a ver una bolsa negra que se movía.

- ¿Ah?

¿Había algo vivo allí? Se apresuró a ir por esa bolsa y en efecto, había algo dentro que de seguro se estaba asfixiando y chillaba desesperado, así que con bastante esfuerzo rompió la bolsa.

Era un zorrito... ¡Negro! Nunca vio uno tan de cerca en su vida y menos de ese color, tenía el hocico y las patas amarradas con alambre de púas, claramente está muy lastimado del resto de su cuerpo y respira con pesadez.

Inmediatamente se le revuelve el estómago y se llena de enojo, le gustan los animales, aunque a veces estos le tengan miedo y hacerle eso a cualquier ser vivo es una atrocidad pero no hay tiempo de enojarse con el mundo.

Aún en esa condición el zorrito se retorcía haciéndose más daño, intentando escapar sin dejar de chillar, debia estar más que asustado, pero lo preocupo mucho más.

Lo cargo con cuidado aunque no dejaba de retorcerse, poco a poco el animal dejo de pelear, aunque parecía ser más bien por el desangramiento y el tiempo que pasó sin poder respirar.

Al salir del lugar noto un poco mejor al animal, se veia algo más grande que un zorro y definitivamente luchaba por respirar, sus ojos estaban presionados con fuerza.

Sin perder más tiempo corrio a su auto, dejo las cosas en el asiento de atrás y al animal en el asiento de al lado, encima de su chamarra, era tarde, mucho para un veterinario.

Y en realidad no estaba muy seguro que hacer, podría hacer lo que cualquiera, ir a casa, quitarle los alambres, desinfectarlo cómo puediera y esperar que sobreviviera para llevarlo a un veterinario al día siguiente.

¿Eso sería lo más correcto? Ni idea, además quedaba la posibilidad de que el veterinario en cuestión no quisiera o supiera atenderlo, finalmente no es una mascota.

Se decidió por ir a casa y hacer lo primero, esperando que las cosas no salieran tan mal ¿Quien demonios le haría eso a un animal?

Pensó que quizás era una equivalencia rara a los gatos negros, con la superstición, un zorro en la ciudad es raro, pero un zorro negro en la ciudad es aún más raro.

Cuando llegó a casa lo primero que hizo fue sacarle los alambres, había que cortarlos con cuidado, se llevó un par de heridas en sus manos por ello, al menos eran púas y no navajas o el pobre zorrito quizás perdería sus patitas y una parte de su hocico.

Creyó que despertaría al limpiar sus heridas a causa del dolor, pero no, estaba completamente inconciente, le tomo un par de horas acabar de limpiar bien sus heridas y aún así, lo ideal hubiera sido inyectarle algún medicamento.

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