Y ¿si nos vamos?

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– Me gustas, Aki – pronunció Himeno mientras se aferraba a su brazo, ya abatida por el alcohol.

Aki ya estaba acostumbrado a oír las lentas palabras de Himeno tratando de abrirse paso por su boca después de unas cuantas cervezas. Con el brazo que le quedaba libre, Aki continuó cenando. A lo largo de tantas cenas y tantas risas de sus compañeros ante la jocosa situación, él ya aceptaba con normalidad notar el peso de Himeno sobre su brazo, casi adormecida a causa de su borrachera y murmurando confesiones hasta que todo lo que decía llegaba a ser indescifrable.

– Me gustas... – insistía ella como un mantra mientras su agarre alrededor del brazo de Aki se iba aflojando.

Las frases que pronunciaba ella de forma perezosa se quedaron en un segundo plano hasta convertirse en parte del ruido de la taberna.

– Himeno – llamó Aki.

Tras oír su nombre, Himeno consiguió reunir la poca lucidez que le quedaba en ese momento y levantó la vista para mirar a su compañero.

– ¿Eh? – pronunció simplemente tras lograr que su cerebro la obedeciera.

– Es tarde; deberíamos irnos.

Después de procesar sus palabras, Himeno reforzó el agarre al brazo de Aki con las escasas energías que le quedaban.

– ¿Tú vienes conmigo? – murmuró.

– Claro.

Acompañar a Himeno a su casa después de las noches de copas con el resto de sus compañeros se había vuelto parte de su rutina.

Estaba acostumbrado a tenerla siempre cerca, a tener conversaciones con ella que se alargaban hasta el punto de perder el sentido, a acompañarla en su camino a casa o a dormir con ella. Aki nunca había perdido de vista el objetivo de cumplir su venganza y, aunque eso era la principal meta en su mente, el hombre no tenía problema en reconocer lo agradable que le resultaba su compañía.

En la rutas nocturnas de vuelta a casa Himeno caminaba con el apoyo de Aki al darse cuenta de que le era imposible seguir una línea recta.

– No sé qué le ves a Makima – murmuraba Himeno de forma lenta, como si le costara encarrilar palabras – Si es una zorra.

Mientras avanzaba por la acera, Aki no le daba importancia a sus comentarios. De hecho, aquello mismo lo había oído muchas veces de ella en ese estado.

Durante su caminata, llegó un momento en el que Himeno no era capaz de poner un pie detrás de otro, por lo que ni siquiera el apoyo de Aki conseguía serle de ayuda. Finalmente, él suspiró y decidió cargar con Himeno a sus espaldas, pues dedujo que aquella forma terminaría siendo la que los llevaría a casa más rápidamente.

Aki era consciente de que, después de tantos años siendo cazador de demonios, muchos de sus compañeros ya se habían percatado de que se sentía atraído por Makima. Sin embargo, solo encontraba aquellas reacciones de parte de Himeno, aunque no cuando estaba sobria.

– Una zorra – insistía ella incluso después de haber llegado a su apartamento.

– Hemos llegado – anunció Aki al cerrar la puerta después de que entraran.

Al menos, aquello terminó con los incesantes murmullos de Himeno, ya imposibles de entender. Por su parte, ella se tomó su tiempo para reconocer el interior de su propia casa. Mientras identificaba la situación en la que se encontraba, Aki siguió cargando con ella hasta su habitación y, tras entrar en ella, la dejó sobre la cama.

Himeno se logró estabilizar en el colchón tras quedarse sentada y observó, dentro de lo que la penumbra de su habitación le permitía, cómo Aki le retiraba la chaqueta. Ella le miraba con una absurda sonrisa en la cara, pero su compañero estaba centrado en su labor. Entonces, cuando Aki se retiró unos momentos para acomodar la chaqueta de Himeno en una silla de la habitación, la mujer se desplomó en su cama de manera poco decorosa al no tener ya ningún punto de apoyo.

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