Tras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...
La mañana había amanecido con un aire espeso y extraño en el Palacio de Topkapi. El sol apenas filtraba su luz entre las celosías del harén. Nurhan se despertó envuelta en las sábanas de seda, en los aposentos del sultán, con el cuerpo agotado y el alma desgarrada. Otra noche bajo la mirada vigilante de Ibrahim y la sonrisa satisfecha de Gülşah. ¿Hasta cuándo duraría esta farsa? A veces olvidaba por qué había comenzado todo esto. Solo recordaba que un día, al ver a Hürrem reír con Süleyman, sintió un fuego amargo en el pecho. La envidia se transformó en deseo. Y ese deseo, en ambición.
Süleyman le había enviado cofres con oro, telas de Damasco, joyas que jamás soñó tener. Todo lo que alguna vez vio en las manos de su señora... ahora estaba en las suyas. Había probado el poder y no quería soltarlo. Pero también estaba enamorada, y eso la hacía débil. Quería ser algo más que una sombra. Quería ser ella. Quería ser Hürrem.
—¿De dónde vienes...? —La voz cortante de Hürrem la estremeció. Nurhan se giró despacio, tragando saliva. Esa mirada... la mirada de una mujer que presiente una traición.
—Ayudé a Sumbul Ağa con unas tareas, sultana —mintió con una sonrisa suave, evitando el contacto visual.
—Las habitaciones estaban hechas un desastre anoche, con los presentes que nuestro señor me trajo —dijo Hürrem, en un tono helado pero sereno—. Ordena todo. Mis joyas, mis telas... No soporto este caos.
Antes de que Nurhan pudiera responder, Esma Hatun entró apresurada, cargando al pequeño príncipe Mehmed en brazos.
—Sultana, el príncipe ha levantado fiebre —anunció con preocupación. El rostro del niño estaba sonrosado, ardía como el sol del mediodía.
—Por Alá... Nurhan, cuida de Mirhimah y Selim. Si cualquiera de ellos enferma, me lo dices de inmediato —Hürrem tomó a su hijo sin dudar y se marchó con Esma, dejando tras de sí un silencio abrumador.
—Que Alá proteja a nuestro príncipe... —musitó Suheyla, alzando las manos en oración. Amaba a los niños, todos lo sabían.
Nurhan, en cambio, solo pensó en algo: si ella daba a luz a un hijo de Süleyman... Mehmed, Selim y hasta Mustafa se convertirían en obstáculos. Molestos obstáculos.
—Te has puesto blanca como la nieve —observó Nazli con un dejo de sarcasmo—. ¿No estarás enferma tú también?
—Cállate, Nazli —ordenó Nurhan con frialdad.
—Si enfermamos al príncipe, Hurrem nos matará... ¿y si es un plan de Mahidevran? —insinuó Suheyla con miedo.
—Iré a la enfermería —anunció Nazli, levantándose con firmeza.
—¿A dónde crees que vas? —la sujetó Nurhan por el brazo, con fuerza.
—A demostrar que no soy una amenaza para los príncipes —respondió Nazli, soltándose con violencia—. Quizás tú deberías hacer lo mismo.
Nurhan la vio marcharse, y por primera vez, un pensamiento oscuro la envolvió: ¿Y si realmente me estoy muriendo? ¿Y si Mahidevran ya empezó su venganza?
—Ve tú también —le dijo Suheyla, seria—. No pongas en peligro a los hijos de tu señora.
—Esperaré a que Nazli regrese —respondió Nurhan, tensa—. Si está sana, cuidaré a los niños. Si no... iré yo.
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