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La navidad había llegado al Santuario.

Como adeptos de la diosa Athena no es algo que celebrasen de forma oficial: dejaban en manos de cada santo y habitante de Rodorio la forma en que pasaban las festividades, acordes a sus propias creencias y costumbres, pues el servicio a Athena y la religión iban por separado. Shion les había dado algún que otro regalo cuando habían sido niños, pero si hubo alguien que vivió las fechas al máximo entre la orden fue Aioros, preocupado por crear los mejores recuerdos para su pequeño león.

Aioria no descubrió que Papá Noel no existía hasta la misma navidad en la que Aioros murió. Sin su hermano, nadie iluminó la modesta cabaña en la que vivían con vivos colores, no hubo comida caliente que le llenase el estómago hasta impedirle moverse, nadie colocó el arbolito ya maltrecho ni se encontraron regalos debajo de él. Aquella nochebuena, Aioria pidió despertarse de aquella pesadilla, no juguetes, ni zapatos, ni libros.

No se cumplió. Aioria dejó de creer.

Desde Shion, desde Aioros, el ambiente del Santuario era más sombrío. Arles ocupaba el trono del Gran Patriarca, y tras su máscara, Saga de Géminis deseaba devolverle algo de alegría a la gente que le era devota.

Así pues, formó un consejo con sus más fieles caballeros para elaborar un plan.

—¿Qué más dará? No necesita hacer nada por ellos, al revés, deberían ser ellos quien buscasen cómo complacerle—protestó Deathmask, sentado en una de las sillas con las manos cruzadas tras la nuca y los pies sobre la mesa de mármol.

—Es importante mantener los ánimos altos y ganarse la confianza del pueblo—Saga tenía las manos apoyadas sobre la mesa, el cuerpo inclinado. Su máscara descansaba junto a una copa de vino, no así el imponente casco, puesto con orgullo sobre su cabellera azul violácea—. Y los niños merecen una experiencia que puedan recordar, ver que no tienen por qué temerme.

—Creía que el objetivo era ser temido y respetado.

—No, Deathmask—Saga suspiró—. El respeto y el temor no pueden ir juntos. Para llegar al respeto primero hay que tener el aprecio y la admiración. Temor es intimidación.

—Al final el objetivo es el mismo, jefe, por muchas etiquetas bonitas que le ponga. Aquí quien tiene el máximo poder y autoridad es usted. Ser agradable es una elección, no una obligación.

El caballero de oro de cáncer se encogió de hombros. No retrocedió ante la mirada severa de su superior ni en la desaprobación en los ojos prístinos de Afrodita.

—Considero que es una iniciativa encomiable, su ilustrísima. Su benevolencia no conoce límites y ni los niños ni los adultos olvidarán su buen hacer.

Ciucciacazzi—dijo Deathmask entre dientes, poniendo los ojos en blanco.

Bufó ante las palabras endulzadas de Afrodita, miel que se quedaba atrapada en su deslumbrante sonrisa y sus labios carnosos, impasible hacia el insulto que bien sabía que había escuchado. Saga le contempló, la oscuridad del casco tapando parte de sus ojos, pero era obvio dónde tenía puestos sus ojos.

—El poder que tenemos no es solo para ejercer justicia, también es para hacer el bien. Si podemos alegrar los corazones de esos huérfanos, aunque sea por un día me daría por satisfecho—Shura agregó, de pie como una estatua junto a Afrodita, que tuvo que alzar la cabeza para ver sus cejas fruncidas en un rictus estricto permanente, los labios finos apretados. —Seré sus manos y sus pies para lo que necesite. Cumpliré su deseo, su santidad.

Hablaba con tanta seriedad sobre el asunto que el caballero de Piscis tuvo que contener una risita. Deathmask hizo unas falsas arcadas.

Saga asintió.

El Patriarca Noel y sus elfos doradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora