| EN FAMILIA |

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Los días en el castillo empezaban desde muy temprano, apenas el sol salía al alba y se colaba por las ventanas para dar comienzo al nuevo día.

Las criadas se movían de un lado al otro con pasos apresurados, el ruido de la porcelana chocar entre ellas y el delicioso olor de los platillos que se iban dejando de a pocos en la mesa del gran comedor eran el mejor despertador, al menos desde su punto de vista, pues su hermano, Juan, seguía acostado en su cama, disfrutando de la suavidad de sus sábanas.

Ambos se habían quedado hasta altas horas de la madrugada relatando historias que alguna vez habían escuchado de los viejos reyes y guerreros que llegaban para reunirse en una cena con su padre, y como no, su hermano tenía que contar la vez que peleó, o más bien que logró escapar a duras penas, de un grupo de coyotes.

Toc toc

El sonido en su puerta de los delicados toques le saco de sus pensamientos, volviendo a su realidad.

- Adelante.

La perilla de la puerta se giró para dar paso a una muchacha con un mandil, de cabellos oscuros.

- Su alteza...- Reverencio ante la presencia del muchacho, doblegando las piernas para inclinarse.- Su padre pide que se presente en el gran salón para el desayuno.- Se incorporó, tomando su pose delicada y elegante.

Drako la miro por unos segundos y tal como una bombilla al encenderse llegó a su cabeza el recuerdo, era primero del mes y como cada inicio, su padre llamaba a la familia a comer todos juntos, volviéndose su propia tradición.

- En seguida bajaré, no sé preocupe por mi hermano, yo le haré llegar el mensaje...- Volvió a lo suyo, mirándose al espejo de su habitación para terminar de arreglarse.- Muchas gracias, puede retirarse y seguir con sus labores.

- Con su permiso.- Volvió a bajar la cabeza ante el joven y tal como entro, se retiró, cerrando la puerta en el camino.

Drako acomodaba con delicadeza sus cabellos al igual que las mangas de su traje, tomo la corona que reposaba sobre su mesita y la colocó sobre su cabeza, normalmente no la llevaría pero al ser un evento familiar, lo vió oportuno.

Por última vez se miró de pies a cabeza, ni una sola arruga o imperfección en su ropa.

Se acercó a donde reposaba aún su hermano para darle un vistazo, el único ruido de la habitación eran sus leves ronquidos, negó con la cabeza y se encaminó a las ventanas, abriendo las cortinas de par en par para permitir a la luz del sol invadir en su totalidad el lugar.

Unos quejidos a su espalda le anunciaron que Juan había dejado los brazos de Morfeo a causa de la molesta luz.

— Despierta ya, Juan. — Se giró para ver cómo esté se estiraba sobre el colchón tal cual un felino.— Nuestro padre nos llama al desayuno con mamá.

Juan solo atino a palmear la cama, buscando sus anteojos que habían quedado por ahí tirados.

— ¿Tan temprano? — Levantó la cabeza de la almohada, dejando lucir sus desordenados cabellos castaños que parecían brillar con la luz.

— El sol salió hace mucho, Juan...¿No deberías estar ya acostumbrado a despertar con la preciosa luz de la mañana? — Una sonrisa y tono bromista salió de Drako, picandole por la promesa de Juan, "Estoy seguro que puedo levantarme al igual que todos" había reclamado durante otra de sus comidas en la que tuvieron que esperar al menor para desayunar hasta que estuviera listo.

Un ceño fruncido y un pequeño puchero dio a notar el disgusto de su hermano por aquella broma.

Drako suspiro rendido y rodo los ojos.

El Príncipe Sin RostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora