Prólogo.

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Lo miró con soberbia; una sonrisa de satisfacción se formó en su rostro al observar lo que había hecho. No había arrepentimiento en su expresión, solo un profundo alivio por haber saciado ese instinto asesino que lo había acechado durante años, buscando la venganza que deseaba contra su amante, y que finalmente había logrado.

Él yacía en el suelo, casi agonizando. Jadeaba de dolor, pero apenas podía emitir un sonido; solo un leve murmullo escapaba de sus labios, pues su cuerpo ya no podía hacer mucho más. A duras penas lograba respirar, sus pulmones estaban a punto de estallar.

—Por favor... —suplicó, moribundo desde el suelo, con su rostro casi irreconocible debido a los moretones y la sangre que se había acumulado en su piel, provocando una hinchazón grotesca.

—Mírate... —dijo, soltando un suspiro burlón al verlo—. Sabías que esto iba a pasar.

Lo dejó en silencio, no porque no quisiera responderle, sino porque ya no tenía la capacidad de hacerlo. Le colocó un pie sobre el pecho y finalmente tomó el cuchillo, levantándolo con firmeza. Su mano no temblaba; estaba completamente decidido a cumplir su propósito. Lo dejó agonizar unos segundos más mientras sus miradas se cruzaban: unos ojos suplicaban piedad, otros deseaban solo atravesar su pecho con el arma.

Finalmente, se dio por vencido, aceptó su destino, y en cuestión de segundos sintió esa punzada en el pecho, justo en el corazón, perforándolo con rapidez. Experimentó un dolor profundo y exorbitante, pero no gritó. Su boca se abrió, pero no emitió sonido alguno, solo un pequeño quejido. Luego, no hubo ninguna otra respuesta.

A pesar del macabro escenario frente a él, a pesar de estar empuñando el arma con la que había matado a su amante, finalmente encontró la paz en su alma. Había saciado esa necesidad de venganza que tanto tiempo lo había perseguido y consumido. Tras unos minutos, decidió levantarse y observar el cuerpo de aquel hombre. Su rostro se tornó inexpresivo. Peinó algunos mechones de cabello y se quitó el uniforme, dejando solo la musculosa blanca que tuvo la suerte de no mancharse de rojo.

Dio unos pasos y miró el cuerpo extendido en el suelo, negando ligeramente con la cabeza mientras lo hacía.

—Tal y como te lo dije... al final, terminaste siendo tú.

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⏰ Última actualización: 5 days ago ⏰

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Uno de los dos tiene que morir | PRÓXIMAMENTE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora