¡Feliz Amor-... Año Nuevo!

Año Nuevo

Todos los años nuevos ocurría algo... inusualmente curioso en el Campamento Mestizo. Tal vez era porque era año nuevo que los dioses se ponían de buen humor y les obsequiaban un espectáculo digno de (vaya) unos dioses. Y por si no fuera poco, los dioses mismos se dignaban en aparecer en el campamento para pasar tiempo con sus hijos.

Ese año, los semidioses romanos habían acudido al Campamento Mestizo para presenciar el dichoso espectáculo del que tanto les habían presumido los griegos y también algo expectantes por poder ver a sus padres. Incluso los semidioses que estaban estudiando en alguna Universidad que no era la de Nueva Roma se habían dado el tiempo de ir hasta allí.

Griegos y romanos se habían reunido cerca al lago. Habían armado una larga mesa plegable de madera cerca a la orilla, la habían decorado con un mantel blanco, pequeñas lamparitas blancas y hermosos girasoles que los hijos de Deméter se habían encargado de hacer crecer en unos pomos de vidrio que los chicos de la Cabaña 11 habían puesto a lo largo de la mesa.

La mesa se hallaba llena de comida para todos los gustos. El olor de la mantequilla derretida, el romero y las especias, las frituras, el asado, las hamburguesas y demás platos llenaba el ambiente.

Los hijos de Dioniso se habían encargado de colocar una buena cantidad de bebidas <<sin alcohol>>, como Quirón les había dicho, en la mesa.

Desde la pequeña fogata que se había levantado, llegaban risas y cantos de los hijos de Apolo. Los hijos de Hermes y Leo se encontraban armando varios trípodes en cuya cima habían amarrado algunos fuegos artificiales y bengalas. Leo trataba de convencer a Lou Ellen de que les pusiese magia a las bengalas mientras la chica rodaba los ojos, aburrida. Más allá, Quirón observaba todo desde su silla. Le encantaba poder ser testigo del crecimiento que había tenido el campamento en las últimas décadas. A pesar de todas las guerras, lo semidioses habían logrado permanecer unidos y poder afrontar el aflore de lo que podría haber sido una Guerra Civil además de otras cuantas cosas.

Todo era felicidad en ese momento. Entonces comenzó.

El cielo se surcó de truenos y relámpagos, haciendo centellar las aguas del lago, las cuales se movían violentamente y habían comenzado a retirarse varios metros. Los campistas se alejaron, temiendo lo que Poseidón hubiese preparado. Pero cual fue su sorpresa al ver como de las olas, que avanzaban con gran velocidad hacia la orilla, salían formas de caballos que galopaban en el agua hasta la costa, donde se sumergían y desaparecían en el agua. Pero estos no eran simples caballos. Sus ojos eran de piedras preciosas. Los diamantes, rubíes, ágatas, zafiros, cuarzos y esmeraldas relucían en sus ojos y quedaban esparcidos por la playa cuando los corceles desaparecían en espuma, haciendo brillar toda la costa ante los rayos que Zeus había invocado.

De pronto el cielo se abrió. Ningún campista había visto jamás algo así. Varios carros brillantes comenzaron a descender del lugar, dejando boquiabiertos a la mayoría.

-¿Qué es eso? -preguntó la voz emocionada de Harley.

A la cabeza iba Zeus, en un carro tirado por lo que parecían unos equinos hechos de niebla, vientos y electricidad. A su derecha se encontraba Hera, en un carro que era llevado por unos espléndidos pavos reales. A la izquierda del rey de los dioses, se erguía Ares, el dios de la guerra, en su carro rojo como la sangre tirado por sus caballos inmortales con bridas de oro.

Más atrás se divisaban las figuras de Atenea, triunfante en su carro gris llevado por corceles blancos, Artemisa en su carro plateado y Apolo en su carruaje dorado. Felizmente este no había decidido ponerlo en modo Maserati, ya que hubiese malogrado lo formal y glorioso que se veía el séquito.

Hefesto, Afrodita y Dioniso iban detrás, cada uno en un carro que se adaptaba a su divinidad.

Cuando el cortejo estuvo a punto de llegar a tierra firme, del agua surgió un carro azul, tirado por unos hipocampos.