+

21 6 0
                                    


—Recuerda llevar todas tus cosas, cariño.

—Descuida papá, no olvidaré nada.

Una de las tantas frases matutinas. Ya estaban grabadas en la cabeza de Dongyoung, igual que esas aburridas canciones que pasan por la radio en las tardes, las que escuchaba con su padre, mientras hacía sus tareas.

O los canales de la televisión, los noticieros, dibujos animados; esos programas de TV que gustaban de exagerar las cosas. Pero eran divertidos, algunas veces. Un ejemplo era esa tonta novela japonesa que salía siempre a las cinco de la tarde. Todos sabían cómo iba a terminar, pero todos de igual modo la veían, incluido él.

—¿Seguro de que no olvidas nada? —Escuchó la grave voz de su padre pasos antes de abrir la puerta color cereza, aquella que impedía su vista hacia lo que sería su igual de repetitivo camino matutino. En una de sus manos sujetaba una libreta rosada, decorada con algunos detalles brillosos.

¡Cómo iba a olvidarla! Esa era la libreta en la que estaban los apuntes que había repasado para su ya realizado examen de química, oh vamos, otra cosa tan repetitiva e innecesaria.

—Juraba haberla guardado antes en mi bolso... Muchas gracias, nos vemos más tarde.

Un movimiento de cabeza bastó para que de un momento a otro, Doyoung estuviera caminando con la cabeza agachada hacia la parada de –apestosos– autobuses.

El primer suspiro se hizo presente, llevando sus manos a los bolsillos de su chaqueta, sacando su identificación para no tener que pagar aquel transporte público.

—Luces horrendo, ¿Has desayunado?

« Uh, que extraña voz. »

Lo había olvidado también, ¿Había desayunado?

—¡No le eché agua a mis flores! —Sobresaltó, sorprendiendo al chico que estaba sentado en el asiento de su costado.

—Doyoung, te pregunté si desayunaste algo, puedes regar tus flores luego de las clases.

—Yo... —Un silencio en el cual el coreano masticaba sus labios, para luego humedecerlos. Se sentía algo nervioso, ¿Y si sus flores se ponían tristes y marchitas?— No lo recuerdo.

—Eres extraño, Kim.

—No puedes hablarme de extrañezas cuando tu eres el rey de ellas, Taeyong.

Ambos chicos sonrieron, para que después les pudiera seguir, el segundo suspiro de Doyoung.

—Toma, come esto. No es mucho, pero evitará que te desmayes en medio de una clase —Era una bolsa transparente, una llena de cereales algo amarillentos, unas especie de hojuelas—. Saben mejor de lo que se ven, créeme.

Los tomó dudoso, sin olvidarse de agradecer, tampoco.

—Por cierto —Doyoung abrió su bolso y sacó la libreta, extendiéndola para devolvérsela al dueño de esta—. Gracias por prestarme esto. Sin tu ayuda reprobaba química.

—Genial —La tomó y la guardó dentro de su mochila, teniendo que ponerse de pie, puesto que ya habían llegado a su destino—. Digo, es genial saber que gracias a mis apuntes el número uno de la clase tuviera la calificación máxima, como siempre.

Doyoung volteó los ojos y le dio un pequeño empujoncito, recibiendo una queja de su contrario.

El silencio en ese instante era bonito, lo único que lo interrumpía, era el sonido de aquellos cereales chocando en los dientes de ambos; al final habían comido su único almuerzo mientras caminaban el poco trayecto que les quedaba, mucho antes de que llegara la hora.

flores rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora