Érase una vez, un niño del sol.

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Taehyung siempre imaginó de niño que un día crecería y sería un gran arquitecto.

Siempre le gustó construir cosas, desde las figuritas de legos que le regalaron cuando tenía cinco, hasta las más preciosas maquetas para los concursos en la escuela.

Cuando cumplió dieciséis, su sueño seguía siendo el mismo.

Se esforzó, estudió mucho a pesar de que la mitad de su personalidad era revoltosa. Se fijó la meta de hacerla sentir orgullosa porque le encantaba verla sonreír cada vez que llegaba con una buena nota. Así que en el último año del instituto, se alejó en lo más posible de las fiestas, dejó de saltarse algunas clases para ir a fumar fuera de la escuela e incluso redujo al mínimo la ingesta de alcohol, sin importarle cuantas veces sus amigos lo habían molestado.

Taehyung se dió cuenta que no era tan malo estudiar, que también podía divertirse por momentos, pero que de igual manera era agradable tener algo fijo en mente.

Descubrió que podía hacer muchas cosas si se lo proponía.

Ese año, fue uno de los últimos buenos años que tuvo.

Recuerda la última navidad, esa donde viajaron hacia un pueblo muy frío en Corea y entonces aprendieron a patinar sobre hielo. No puede olvidar lo hermosa que ella se veía cuando se reía a carcajadas porque parecía un becerro recién nacido sobre los patines.

Taehyung tiene un montón de actividades que ha aprendido a hacer durante toda su vida, solamente por complacerla... Solamente por ver su sonrisa.

La misma sonrisa que ahora ve en un jodido cuadro rodeado de flores a través del pequeño cubículo donde sus cenizas descansaban.

— Conseguí la beca para el intercambio — el chico murmura con sus dedos rozando la fría superficie del cristal — Te prometí que un día te llevaría a Roma a apreciar su arquitectura. Hoy te prometo que la voy a admirar lo suficiente por los dos.

No iba a llorar.

No podía hacerlo de nuevo.

Ya había llorado demasiado el último año.

Pero su corazón continuaba igual de roto.

Forzó una sonrisa, miró su reflejo en el vidrio notando sus ojos vacíos y siempre actuando, extrañando los días donde su felicidad había sido genuina.

Taehyung tomó el colgante que descansaba escondido en su pecho, llevándolo a sus labios para dejar un beso y luego guardándolo de regreso para darle una última mirada a la foto de la mujer.

— Cuando nos veamos de nuevo, tu hijo será oficialmente un arquitecto profesional... Hasta la próxima, mamá.

Hizo que su sonrisa se hiciera más grande antes de dar media vuelta y salir del cementerio.

La pesadez que cargaba encima no era fácil de ignorar, era como si lo asfixiara constantemente y cada día se obligara a mantenerse a flote en el mundo que lo ahogaba.

Muchas veces había querido renunciar, pero no podía, al menos no sin haber cumplido todas las promesas que le hizo.

El día estaba soleado, era jodido porque cada vez que la visitaba prefería que estuviese la excusa de que iba a llover para no tener que salir de su apartamento y solo quedarse encerrado, cubierto con una enorme frazada y comiendo mucha comida inoficiosa.

Sin embargo, por hoy podía salvarse de ser atascado por sus amigos para salir.

Cuando llegó al apartamento, las cajas estaban todas revueltas. Muchas de las pertenencias de su madre habían sido empacadas finalmente.
Después de un año, había decido quitar su habitación para poder vender el lugar.

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