Capítulo I

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La fría noche de enero golpeaba el cuerpo de Guillermo, la delgada tela del saco formal no era suficiente para mantenerlo cálido y mientras iba en camino a su hogar por las calles solitarias de la ciudad, batallaba por cargar una caja de cartón con todas las pertenencias que estaban en su escritorio de trabajo.

Esa tarde lo despidieron, el problema del desempleo lo había alcanzado. Aflojaba el nudo de su corbata, harto de aquella sensación sofocante que debía soportar todos los días.

"Miserable", se decía a sí mismo por haber aceptado un trabajo donde la empresa le pagaba lo mínimo por explotarlo, pero debía subsistir de alguna manera. Estaba harto de escuchar múltiples reproches de sus superiores, tiempos de entrega imposibles, horarios de mierda e incluso atraso de paga.

"Ochoa, lamentamos que no puedas continuar en la empresa. Por motivos de corte, debemos liberar el área de administración. Gracias por tu compromiso y dedicación, te haremos llegar tu liquidación cuanto antes."

Recordó el discurso de su jefe, fingiendo pena por su caso. Trabajó por dos años y dudaba que le dieran el verdadero valor por todo lo que hacía, aunque un poco de alivio lo colmó al saber que no debía soportar más esa tortura de trabajo, después la incertidumbre que su situación significaba lo atacó. Llegó al edificio donde rentaba un pequeño departamento que con esfuerzo pagaba, subió las escaleras con pesadez y al llegar a su puerta, su casera salió de inmediato para comunicarle lo que tanto odiaba cada mes.

—Espero el pago de este mes y lo que falta de noviembre y diciembre —habló apurada y sin tacto—Cuánto antes para que no te genere interés —sentenció y regresó a su departamento, no sin antes juzgar con la mirada la caja que llevaba. No dejó ni que respondiera.

"Mierda" su respuesta quedó en sus labios a la par que entraba a su hogar. Al cerrar la puerta a sus espaldas, sentía a su gato enredándose en sus pantorrillas y recibiéndolo con maullidos a forma de bienvenida.

—Ya sé, ya sé—le dijo mientras situaba la caja en la barra de la cocina y buscó un sobre de comida para gatos, el penúltimo que le quedaba se lo dio a su pequeño compañero.

"¿Qué chingados voy a hacer?" Despeinaba sus rizos al repasar lo que debía pagar, comenzando por la maldita renta. Suspiró fuerte en lo que se dirigía a su cama, se dejó caer sobre las sábanas frías junto a su preocupación por encontrar un nuevo trabajo. El cansancio era mayor que cuando durmió en su ropa formal, su mente daba gracias por no seguir preocupándose.

A la mañana siguiente, despertó gracias a un dolor en su cabeza y su nariz congestionada. Al acomodarse mejor sintió escalofríos por dormir con la delgada camisa, ahora arrugada, del día anterior.

—Lo que me faltaba— se dijo, no podía enfermarse. Se dirigió a la cocina, dándole el último sobre de comida a su gato y enfrentó lo poco que tenía en su alacena.

Lo único que tomó como desayuno fue un té caliente para quitarse la sensación del cuerpo cortado, se vistió con ropa más cómoda y se cubrió para salir a la tienda de conveniencia más cercana. Tomó unos sobres más de comida para gato y unas pastillas para el resfriado, rogando que fueran suficientes para no tener que ir al doctor. Al momento de pagar, sintió una vergüenza horrible por no poder encontrar la cantidad exacta. Rebuscaba hasta el último peso para completar lo que se llevaba.

Odiaba la cara de la persona que le atendía y en ello reconoció una voz que le hizo maldecir internamente. Tenía una suerte para encontrar a conocidos en su peor momento y en sus peores fachas.

—¡Paco Memo! —escuchó esa voz estruendosa saludándolo. Era Javier Hernández, un amigo y excompañero de su ahora ex trabajo —¿Qué onda? Andas crudo o... ¿Por qué esa cara?—preguntó sin pena.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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