Trabajar en una multinacional es aburridor: de ocho a cinco estás en una oficina blanca y espléndida con compañeros que lo más interesante que les pasa en un fin de semana es algún ligue de fiesta, rellenas algunos formularios de Excel, planeas estrategias de mercado y buscas maneras de mejorar la productividad de la empresa. De alguna u otra manera me acostumbré a este estilo de vida. Lo sé, es tedioso, pero he ascendido a subgerente regional en cinco años y gano el suficiente dinero para hacer lo que se me antoje. No tengo novio, ni hijos, ni familia a la que mantener. Soy, lo que dicen, un alma libre.
En mi vida he conseguido lo que he querido: me gradué del colegio y la universidad con honores, logré una pasantía en Francia y trabajo en una de las multinacionales más importantes del mundo. Consigo todo lo que me propongo, y esto puede llegar a ser soso. ¿No me creen? Imaginen tener absolutamente todo: ¿viaje a Tokyo? Hecho, ¿vivir en una casa gigante? Hecho, ¿comer en los restaurantes más caros? Hecho. Nada de esto lo logré esforzándome, sino simplemente hacer lo que me correspondía hacer. Tampoco me interesa lo amoroso, no me gustan nada de esas cursilerías ni cuentos románticos. No necesito a nadie para sentirme satisfecha y aunque puedo ver atractivos a los hombres, ninguno me llama la atención más allá de lo estético. En resumen soy exactamente lo que quiero ser y tengo exactamente lo que siempre deseé. A pesar de eso, siempre me han gustado los retos y sentirme desafiada ante las circunstancias. Hace dos años logré encontrar mi mayor reto, lo más difícil que he hecho durante mis veintisiete años de vida y mi fuente insaciable de placer:
Una noche que salimos los compañeros de trabajo a tomar unas copas en un bar cercano a la empresa, me llegó un cóctel cortesía de un hombre que estaba sentado al otro lado del bar. Cuando lo miré me guiñó el ojo y me lanzó una sonrisa pícara. Era un hombre de aproximadamente treinta años, con pelo corto liso y moreno de piel. Le sonreí de vuelta. Mis amigos del trabajo me molestaron y Lizbeth, una compañera me dijo que era muy guapo y que me diera la oportunidad de conocerlo. Todos en el trabajo saben lo difícil que soy para conocer hombres, incluso muchos han corrido el rumor de que soy lesbiana, pero simplemente me interesa muy poco hablar con otra persona en ese plan. Sin embargo hoy me sentía dispuesta: me habían validado un proyecto nuevo en la empresa y había recibido mis bonificaciones, además que en cuatro días viajaría a Grecia para pasar unas vacaciones soleadas al lado del mar. Pensé que podría dejarme llevar hoy. Así que le hice caso y me le acerqué al hombre de la sonrisa pícara:
—¿Eres tú el del coctel?— le pregunté mientras tenía los brazos cruzados.
—Sí, ¿le ha gustado a la señorita? —me respondió ampliando su sonrisa pícara a una sonrisa orgullosa que me gustó menos.
—Hay mejores.
Me senté al frente de él y lo miré de forma desafiante, como espera un gladiador a un león sabiendo que saldrá victorioso. Después de hablar sobre insignificancias como nuestros trabajos o los lugares a donde hemos viajado, me empiezo a cansar del ambiente: de la música, del murmullo y de este hombre, pero no quería dejar empezado lo que empecé.
—Me cansé del lugar, llévame a tu casa.
—¿A mi casa?
—Sí, a tu casa, ¿acaso no puedes?— lo miré alzando una ceja y volviendo a cruzar los brazos.
—No es una opción... está... en remodelación... y hay mucho polvo... y....
—Tienes pareja, no me tienes que mentir. Vamos a un motel, ven, párate— agarré mi bolso, me acomodé el vestido y me paré.
—...no te miento...— me miraba nervioso y con los ojos bien abiertos.
—¿Vas a venir o no?
Él se paró y ambos empezamos a salir del bar. Mientras caminábamos mis compañeros del trabajo estaban sorprendidos mientras que Lizbeth me lanzó una mirada cómplice. Una vez salimos del bar y llegamos a la calle le dije:
—¿A cuál vamos?
—Vamos al más lujoso de todos.
Los hombres con los que hablo siempre intentan llamar la atención con lujos y dinero, pero yo tengo más dinero que todos ellos, nunca van a poder impresionarme con eso.
—Mira, ahí viene un taxi.
Una vez llegamos a la habitación, él se paró muy cerca de mí mirándome hacia abajo, era mucho más alto, y supongo que quería impresionarme, o quizá hacerse sentir superior. Yo lo aparté y me acosté en la cama.
—Apaga la luz.
El sexo no era nada extraordinario, pero en un momento hizo un movimiento brusco que me generó gran dolor, a lo que yo, que tengo uñas muy largas y duras, reaccioné enterrándole estas a su ancha espalda, y fue tanto la fuerza que él pegó un gran grito y se apartó rápidamente. Se tiró en el piso y sonó un grave estruendo de su cuerpo chocando con el suelo. Empezó a quejarse fuertemente de dolor, luego las quejas se convirtieron en pequeños y ahogados gritos. Finalmente escuché como se paró, camino hacia la puerta donde estaba el interruptor y prendió la luz. Lo vi de espaldas cuando se iluminó el cuarto. Su espalda estaba llena de sangre con diez heridas delgadas que se notaban claramente y la sangre chorreaba dejando rastros hasta sus nalgas. Permaneció de espaldas unos veinte segundos que parecieron horas hasta que finalmente volteó su cara hacia mí. Me miró con cara de pánico mientras tenía sus manos separadas en forma de taza. Abrió al máximo sus ojos y subió las cejas, en seguida destapó lentamente su boca hasta poder gritar:
—!Maldita perra, ¿Qué acabas de hacer?!
Yo miraba todo esto con cara de estupefacción: sus manos llenas de sangre por tocarse la espalda, su cara de pánico y de no entender lo que sucedía. Me miraba con una cara de odio y de espera en busca de una respuesta mía. Miré mis uñas ensangrentadas que parecían pintadas por un borracho con un esmalte de uñas rojo, pero no cualquier rojo, uno oscuro y a la vez, delicado. El olor era fuerte y férreo pero dulce. Lo volví a mirar: su cara de terror, sus manos. Luego volví a mirar las mías: el color, el olor. Sentía algo dentro de mí que no entendía, mi corazón latía fuertemente, sentí calor por todo mi cuerpo y sentí mis mejillas hirviendo. Estaba sentada en la cama y empecé a sentir en mi entrepierna una humedad abundante. Estaba excitada.
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Mi paraíso sádico
RomanceMonse, una mujer exitosa que trabaja para una importante multinacional, tiene la vida de sus sueños. Pero tiene un pequeño secreto, es fanática del sadismo. En sus tiempos libres y cuando encuentra oportunidad busca a jóvenes a los que pueda convert...