Tras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...
—Te lo advierto... ¡Largo de aquí! —espetó Hürrem con voz helada, fulminando con la mirada al gran visir.
—Sultana... —Ibrahim se mantuvo impasible—. Nuestro señor ya no la obligará a nada. Pero me pidió personalmente que le entregara esto.
Extendió un pergamino cuidadosamente enrollado. Hürrem lo tomó con recelo, sin apartar sus ojos de los suyos. Ibrahim se marchó sin hacer una reverencia. Aquello fue intencional. Desafiante.
Ella desplegó el documento con manos temblorosas. Las letras parecían bailar ante sus ojos. Tardó segundos eternos en comprender lo que estaba leyendo.
—¿Sultana...? —preguntó Esma con cautela.
—¿Sucede algo malo? —añadió Nazli, que sostenía al pequeño Selim en brazos.
—¡Hürrem! —la llamó Suheyla, y la pelirroja por fin reaccionó. Su voz apenas fue un susurro.
—El sultán... ha decidido liberarme.
—¡La luz de este mundo! ¡Mi sultana es libre! ¡Una mujer libre! —exclamó Gul Agha con los ojos brillosos, haciendo que todas las criadas lo miraran con emoción. Pero Hürrem seguía en shock. No sabía si llorar, reír... o gritar.
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—¡¿Qué hizo?! ¡¿Qué hizo, maldición?! —gritó Hafsa con furia, al enterarse.
—La ha liberado, majestad —respondió Daye, con un dejo de temor.
—¡Esto nunca había pasado en la historia de este palacio!
—Madre Sultana... ella ha cambiado —dijo Hatice con tono tranquilo.
—Sí... ya no es esa muchacha egoísta que llegó desde Crimea. —Hafsa frunció el ceño.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¡El problema es que esto no tiene precedentes! Si Hürrem se da cuenta de su poder... querrá casarse con mi hijo. Y aunque Suleimán jamás aceptará eso, ¡ella lo intentará! —espetó con fastidio—. Que celebren su liberación, si tanto quieren.
Y Daye se marchó a preparar el festín.
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