𝑲𝑻𝑯

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Una vez me dijo que le dijera Cata, que ese era su nombre. Yo en cambio decidí llamarla Abuela porque así le llamabas tú.

El recuerdo, por alguna razón, explota en mi cabeza mientras siento la tierra húmeda debajo de mis pies, a ciegas, con cada paso que doy, incitado por sus manos heladas guiándome entre los árboles que susurran llantos en mis oídos. En medio de eso, la escucho rezar. Creo que reza por ti o por mí, no lo sé, quizás por su pobre alma condenada a los infiernos de su conciencia. Aprieto con fuerza tu pulsera trenzada de hilos rojos, evocando aún más, entre la sangre derramada desde mi palma, que esto funcione.

Arde demasiado, Taehyung.

Tu nombre abre un vacío en mi pecho. Aunque me asfixias, tú fluyes, sigues en mi, en esa sangre que le regalo a la tierra con este trayecto, entre mi piel, muy profundo, casi pareces el tejido que me constituye. Me entristece que sea desde los rescoldos el sitio de mi evocación. Con el nudo en la garganta, extrañándote. Diría, si quisiera conceptuarte, que has sido demasiado entrañable, por no hacerte sentir culpable si confieso que has sido lo único que he tenido en la vida, lo único que poseí, lo único que me mantenía a salvo de la espesa soledad que se diluía entre los inciensos, las infusiones mortíferas y el humo de hierbas quemadas a media noche. Mi único deseo se condensa en volver a verte porque no he podido encontrar razones de ti después de esa noche, cuando tu y yo estuvimos juntos... juntos de verdad.

Las ramas en el suelo me lastiman los pies pero no quiero parecer un llorón quejándome cada vez que las piedras sobre el camino se incrustan en mi piel. Ni siquiera sé a dónde vamos. Ella dijo que debía tener los ojos vendados y después de eso no ha dicho mucho, pero sé que estás lejos, muy lejos, y yo alguna vez prometí que iba a seguirte hasta el fin del mundo.

Sostenme Taehyung, porque tu ausencia me ha dejado desvariado, sin explicación alguna, después de esa noche, con un montón de recuerdos tuyos en casa. Esas incógnitas que nunca supe enfrentar me atormentan en forma de amuletos, esos mismos que ella te daba, así como las pulseras que te tejía, las oraciones que susurraba cuando salías y sus maldiciones que te retenían para quedarse a tu lado. Pese a decir que nada de eso te gustaba, en cierta forma todo eso era tuyo, todo eso a mi me lo confiabas y con eso me hacías sentir importante, diferente, único, pero sin aviso me lo quitaste. Y ahora no sé ni siquiera si hay algo de sentido en lo que estoy haciendo. Quiero decir, nunca confesé que era poco receptivo a tu fe por miedo a que eso me hiciera ganar tu abandono y ahora aquí estoy, caminando detrás de Abuela como un cachorro perdido, deseoso de encomendarme a tu propia herejía.

Siendo que los dioses me causan repudio estoy en conflicto, quiero saber de qué clase es el tuyo, cómo es el ser en quien confías tu espíritu libre y bondadoso; qué ser estuvo por encima mío todo este tiempo. Y también quiero verte. Quiero echarte en cara tu abandono. Quiero golpearte, escupirte en la cara y llorarte. Quiero besarte, quiero saber que estás bien, que no has sido herido, que me quieres todavía. Entonces, solo así, podría entender cada una de tus razones y mentir cuando sea mi turno de decir que lo entiendo, aunque realmente lo esté odiando, y por fin llevarte a casa para dormir contigo entre mis brazos, con tu respiración sobre la mía y tu cuerpo siempre frío tibiándose junto al mío. Y besarte, largo y lento, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo a disposición nuestra, para poder olvidar que este frío viento se está burlando de mí y mi frágil humanidad. De mi podredumbre como ser.

Llegamos. De pronto todo alrededor se adormece, el viento se calla y el frío cala aún más en mis huesos. Abuela me quita el morral que me encomendó desde que salimos de casa. Sé que ahora intenta no tocarme porque a penas un roce entre nosotros la hace jadear atemorizada. Apenas hablamos, parece que tu desaparición ha cambiado muchas cosas. La escucho esculcar en el interior, susurrar cosas, una lista: aceites, ruda, cicuta... Y la imagino acomodando todo en el suelo, haciendo esos diminutos altares con los que se ganan la vida; tú y ella. Enciende fósforos, no huelo nada que delate alguna de sus hierbas malditas y me tranquilizo. Creo que he dejado de sangrar desde hace mucho. La sigo escuchando husmear alrededor y parece escarbar la tierra. Escupe, no sé dónde, está cerca de mi, me quedo quieto, temo demasiado desobedecerla.

BRENNEN 燃や; HOPEVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora