Club de Aristócratas

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"Aún no hemos llegado, pero no falta mucho muchacha."

Oí decir.
Baje la ventana del coche y coloqué mi brazo en el borde de esta para tumbar mi cabeza y dejar que la brisa acariciara mis apagadas mejillas y pálida piel, la niebla quedaba atrás y sentía como solo estábamos la larga y solitaria carretera sin movimiento y yo, pero no era así, alguien me acompañaba, un señor delgado con manos huesudas, pero no feas ni ancianas, con gafas redondas, barba y bigote francés.

Me gustaría decir que quien me acompañaba era papa o mama y mañana celebraríamos mi cumpleaños en familia, podría creer que así sería, o imaginar tantas veces que simplemente tenía una familia, pero solo estaría engañándome a mí misma, no tengo familia y tampoco sé a dónde me dirijo, lo último que recuerdo es a la doctora Anne desinfectando mis cicatrices y mi laceración en la coronilla de mi cabeza mientras repetía que me durmiera enseguida.
Tengo diecisiete años y estoy en un coche sola, con una maleta y un silencioso conductor que se dirige a "nunca jamás" sin responder a ninguna de las preguntas que le fui haciendo durante el camino para evitar hablar con las voces o sola. Miré hacia el otro lado de la ventana, y vi un gran edificio que pareciera abandonado, poco cuidado y con las paredes a medio pintar, sucias y graficadas. El señor redujo la velocidad y aparcó frente al lugar, bajé del coche cargando mi maleta con una mano, cerré la puerta y ahora la cargaba con las dos, no pesaba mucho pues no llevaba muchas cosas, suelo llevar vestidos y normalmente por tres días consecutivos pero manteniendo una higiene diaria, siempre que hubiese agua, el agua de casa siempre salía pintada, amarilla o blanca con un fuerte sabor a minerales y cañerías.

El conductor pitó y saludó con un gesto a una señora que al parecer esperaba mi visita según deducí al verla sonreír de inmediato, volví la mirada al conductor quien me miraba inseguro de dejarme ahí y con lástima.

Subió al coche y se fue. La señora sonriente estaba algo alejada de mí junto a la puerta de madera roja y me hizo un gesto con los dedos para que me acercara, me sentía nerviosa, obedecí y caminé sin prisas cruzando la primera puerta de hierro y siguiendo el recto camino de piedras y azulejos del suelo, a los lados del camino solo había tierra húmeda sin pasto ni flores, solo unas cuantas que se podían contar con los dedos, con varias casetas repartidas por la zona y muchas cajas grandes de madera que contenían algo frágil según sus etiquetas. Analizando cada parte de la zona vi como la palabra "Rosas Rojas" no destacaba mucho en el débil cartel bajo las ventanas del edificio, alto y gris con flores y animales o lo que fuera aquello dibujado a cera escolar.
Di tres pasos más y ahí estaba ella.

-Hola, eres Alice, ¿verdad?- sonrió inclinándose hacia adelante con una tierna sonrisa terminada en dos hoyuelos, uno más grande que otro. Asentí con un movimiento de cabeza ligero.-Yo soy Martha y soy la encargada de la limpieza aquí, adelante pasa, este será tu nuevo hogar durante un tiempo.
Abrió la puerta dejando ver un pasillo de suelo de madera crujiente y ruidosa, con humedad en las esquinas y diversas puertas por pasillo. Apreté el asa de mi maleta con ambas manos y entre, mi respiración agitada, la cual intentaba controlar, convenciéndome de que todo estaba bien, pero no podía evitar pensar en ellos. Me estremecí al oír el chirrido de las tablas de madera que acompañaban los pasos de Martha.

-Bien bueno, te iré mostrando algunas de las habitaciones, solo algunas por qué no todas están en uso.-seguí a Martha quien caminaba rápidamente delante de mí, no evite fijarme en el lazo anudado del delantal blanco apagado que llevaba puesto sobre un vestido suelto negro de encajes, otro lazo blanco que recogía su pelo castaño y gris, más gris que castaño.-Este es un sitio muy acogedor... siempre que estés cerca de mí, las niñas aquí son un poco diferentes y revoltosas, pero seguro que te harás muy buena amiga de todas.-Martha se giró bruscamente alertándome, se agachó y me cogió ambas manos.-¿Cuántos años tienes hija?-dijo en un pesado suspiro, su rostro mostraba tal preocupación que provocó en mí un largo recorrido de escalofríos helándome como aquellas ventanas frías por la baja temperatura.

The Asylum ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora