País de las maravillas

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-Cogedla.-susurro Diana, señalándome y volviéndose a sentar.

Retrocedí sobre aquel paso que avance anteriormente y todas se abalanzaron sobre mí , no sabía qué hacer, me había congelado por unos instantes, me cogían de los brazos y me tapaban la boca y la nariz con las manos, sentía como todos me tocaban por cada parte de mi cuerpo, me estaban asfixiando, no podía respirar, oía las carcajadas de todas y empecé a moverme como pude, grite aunque en vano fuera mientras me arrastraban hacia delante dejándome coger aire con fatiga. Me sentaron de rodillas donde hacía unos minutos se encontraba Amanda cabizbaja, mis manos apoyadas en el suelo sujetaban mi peso.-No te muevas. Bajo mis órdenes no deberás moverte. ¿Quién eres?-hablaba Diana, con seriedad y egocentrismo, sintiéndome sofocada y angustiada tras tal brutos arraigamientos sobre mí.

-Soy...Alice, soy nueva y bueno, yo...yo no conozco a nadie aquí y me habían dicho que podía venir a, jugar.-dije con duda, los tres príncipes empezaron a reírse sin parar, las carcajadas se contagiaron y revotaban en las paredes, tal vez porque mi voz no dejaba de temblar, tragaba saliva cada diez segundos e intentaba controlarme de alguna manera.

-Solo se juega cuando yo así lo elijo, a partir de ahora harás todo lo que yo te diga y cumplirás tu primera orden, todos los meses deberás traer un obsequio al Club de las Aristócratas para poder entrar aquí, si no lo haces, te matare. ¿Hay algo de esto que no entiendas? Es muy sencillo.

-No...no lo entiendo.-apreté mi vestido azul.

- ¿No? ¿Qué no lo entiendes? Mmm, en realidad qué más da lo que digas o lo que sí o no entiendas, ahora estas bajo mi propiedad, ¿verdad Alice? Solo existen dos tipos de personas en esta cruel vida: los que dan ordenes, y los que la reciben, adivina quién da aquí las ordenes Alice.

-Yo...no, no me parece justo, yo solo queri-

- ¡¿Qué no es justo!?-alzo la voz en tono de burla.-Querida Alice, aquí nada es justo, nada ni nadie lo es. Tú vas a seguir mis órdenes o las de otros porque esta es mi vida y acabas de entrar a ella, ya no tienes una, tu, seguirás mis normas, así que, que empiece el juego querida Alice.-rio dándole paso en frente a la pequeña rubia que seguramente tendría unos once años de edad, tal vez, todos parecían tener menos de dieciséis años excepto yo y Diana.

-Damas y caballeros, me gustaría dar las gracias por asistir el día de hoy y darles la bienvenida al Club de las Aristócratas.-hablaba Meg con entusiasmo y moviendo sus brazos de un lado a otro como si bailara.

Diana se levantó de su trono y se acercó a mí con una ligera y cruda sonrisa, solo se oía mi respiración y el sonido de sus botas al caminar por la larga alfombra roja, observe mis manos temblorosas y deje que me agarrara de las orejas y levantara mi rostro para posarlo en su mirada, mi cabello negro oscuro dolía.-Eres una vergüenza.-dijo acariciándome la mejilla con su dedo pulgar, no diferenciaba su expresión de pena y asco.-Más vale que tu obsequio, no sea una mierda como lo eres tu.-sentí como apretaba mi rostro con sus manos como ella apretaba sus dientes al aumentar la presión, agitando mi cabeza a los lados terminando en un seco empujón haciéndome gemir de dolor por una vez más.

-A...man...daaa.-canturreo. Amanda se acercó haciendo sonar sus brutos pasos, caminaba a paso torpe, llegando junto a Diana con la mirando al suelo, sus regordetas manos estaban temblorosas como sus rodillas, aumentando la velocidad cuando Diana acerco su cabeza a su pecho mientras que Diana le abrazaba y acariciaba el cabello.-Así Amanda, así, tranquila...-tratándola como un pequeño gato abandonado por el que sentía la mayor empatía.

Meg le dio aquel palo de madera afilado y comenzó a aplaudir despacio al grito de Aman...da, para que el resto de niños comenzaran a animarla.

Podía sentir como ella no quería hacerlo pero la presión tortuosa y cruel del resto de niños la obligaban, la obligaban a sostener aquel palo con una rata atada y acercármelo poco a poco, tal vez era la única que no disfrutaba al realizar torturas o malos actos, la rata no dejaba de chillar y mover sus patitas cerca de mi cara, no podía moverme, solo podía cerrar los ojos y oír el nombre de Amanda una y otra vez entre risas. Di un brinco al sentir el asqueroso y duro pelaje de la rata en mi pecho y cuello, como su mojada nariz y bigotes provocaban un horrible cosquilleo en mi cuello mientras subía y bajaba.

The Asylum ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora