Frankenstein

174 15 6
                                    

La ventana cerrada se empaño por la lluvia, afuera, la temperatura había bajado mientras los cielos lloraban. Fue una de las pocas ocasiones en las que se animó a levantarse del sillón para pararse frente a la ventana como antes.

La familiaridad en sus acciones, la naturalidad que sentía al volver a viejas costumbres lo abrumo lo suficiente como para preguntarse si alguna vez había habido algo diferente.

Las sonrisas genuinas ¿como se hacían? ¿Cómo era solo sentirlas y dejarlas salir sin esfuerzo?

Si se esforzaba, todavía podía recordar sus voces, las voces juveniles de dos chicas y dos chicos diciendo con alegría su nombre, no, no su nombre, pero sí el pequeño apodo que había reducido su título y su nombre a una palabra de una sílaba. Rai.

Un apodo, un nombre que escapaba de su realidad, de su ser mismo pero sin dejar de ser él, como si pudiera solo ser eso, Raizel, Rai, un alguien que podía ser protegido aunque no lo necesitara, el jefe de otro jefe, señor Raizel, el foco de adoración de alguien, no por gratitud, no por deber, necesidad o temor, por voluntad, no, pero si, por algo más, un sentimiento profundo que acompañaba a la devoción, amor.

Sus ojos dejaron de enfocarse en la ventana, seguía viéndola pero no realmente.

Su mente divago, vio las nubes afuera que tapaban el cielo, un azul vibrante atravesó sus pensamientos, uno que no pertenecía al cielo o al mar, un color único que solo de recordar le hizo decaer en dolor.

No podía olvidar, no podía adormecerse en la nada como en el pasado. Antes era más sencillo, si, dolía, pero con el paso del tiempo siempre se hacia menos terrible, olvidable.

Sus manos cosquillearon, el dolor se volvió físico pero eso no lo movió, no sacó el más mínimo rastro de expresión de su rostro ni tampoco opacó realmente el dolor en su pecho.

¿Quién era? No siempre había estado solo, quien se aseguró de acompañarlo para estar a su lado, que lleno su alrededor con otras almas, cuya sonrisa preciosa solo le daba a él, que había llenado su boca de dulce y su alma de calidez reconfortante, felicidad desbordante con la que podía morir en paz, satisfecho y asombrado de haber podido experimentar todo eso, ¿quien había sido?

Frankenstein.

El nombre lo hizo sentir mareado, este dolor se intensificó, casi se tambaleó cuando el dolor en su mano dejó de atormentarlo y antes de que su equilibrio le traicionara, un par de manos sostuvieron su cuerpo. Raizel dio un paso atrás y se encontró con un cuerpo sólido que lo sostuvo.

- lamento eso.

La voz familiar lo envolvió, se sintió feliz de escuchar, se recargó sobre ese cuerpo un poco más, aprovechando que aquella figura era un tanto más grande que él mismo, fue rodeado con un toque delicado y dulce, un asentimiento fue su respuesta.

Se permitió estar así, no supo por cuánto, el tiempo para él había vuelto a su anterior percepción, inmenso e inacabable, un fluir en el que días podían pasar fácilmente como años y los años, los siglos como horas e incluso minutos nuevamente en su prisión que otros consoladoramente llamaban mansión.

- te extrañé.

Dos palabras, su propia voz, ni siquiera tenía noción de la última vez que había hablado, se sintió como la voz de alguien más, alguien que antes existió en el placer de un mundo construido para su disfrute y que pudo sentir felicidad, alguien, alguien que ya no podía ser él.

Una risa suave interrumpió sus pensamientos, se encontró siendo abrazado desde atrás. Había calidez en ese abrazo y no pudo evitar pensar que quizás lo correcto fuera que le hiciera daño.

Dark SpearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora