Purple Gaze

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Estaba tan furioso que temí por la seguridad de mis compañeros. Me encontraba sentado sobre la cama, tratando de mitigar el movimiento frenético de mis pies descalzos contra el piso. Estiré mi brazo derecho, tomando el vaso con agua de la mesita de noche, y lo vacíe de una sola vez deseando que fuera vodka o alguna mierda más fuerte. Por más que le diera vueltas al asunto, no podía encontrar un desencadenante que justificara ese estado anímico tan insoportable. Mis ojos viajaron hasta la venda que envolvía mi pantorrilla, producto de la contienda de la noche anterior, y por más que doliera como el demonio, aquella molestia nada tenía que ver con mi alteración. Un insistente golpeteo del otro lado de la puerta, desvió mi atención.

—Fugo...Son más de las diez.

Resoplé malhumorado, calzándome los pantalones de jean y la camiseta negra que colgaba del respaldo de una silla mecedora, la misma que permanecía en un rincón del cuarto desde que tenía memoria y Mista juraba que se movía sola por la madrugada.

—Oye, Fugo...

Abrí finalmente, enfrentando esos ojos grandes que me miraban con reproche. La zona del iris era de un tono amatista que parecía brillar, incuso en ambientes poco iluminados.

—Qué quieres, Narancia —pregunté con desdén, apoyándome contra la pared del pasillo.

—¿Qué quiero? ¡Prometiste que seguiríamos estudiando! Lo hacemos todos los martes, ¿recuerdas?

—Hoy no estoy de humor.

Di media vuelta, pero antes de que alcanzara a cerrar, su pie se interpuso, impidiéndome hacerlo.

—¡Quiero seguir aprendiendo! ¡Eres el primero en llamarme "idiota" cuando me equivoco!

—¡Pues, malas noticias! ¡Volverte un crack en aritmética no te quitará lo estúpido!

Apreté los dientes, preparado para recibir un puñetazo, pero nada sucedió. Narancia permaneció en su lugar, con los ojos húmedos y una expresión que denotaba una mezcla de tristeza y frustración. La hoja de papel con los ejercicios designados, había pasado a ser un manojo arrugado dentro de su puño. Antes de marcharse, la arrojó a mis pies, desapareciendo a lo largo del pasillo. Me agaché para tomarla, reconociendo ese par de botas negras a escasos metros de distancia.

—Lo oí todo. Te estás comportando como un imbecil.

Volví a incorporarme, encontrando el rostro de Mista. Le dio una pitada a su cigarrillo, liberando una extensa bocanada de humo por la pequeña ventana de marco cuadrado, repleta de todas las enredaderas que Giorno había hecho crecer entre los ladrillos y la piedra caliza.

—Mínimo, le debes una disculpa —insistió, con seriedad—. Deberías relajarte un poco, Fugo. Aprovecha tu día libre.

—¿Tú, qué harás?

—Dormir hasta que olvide quién soy, por supuesto. Sólo me levanté para despejar la chatarra del fondo.

El nuevo cuartel de Passione era una casa antigua, con un montón de habitaciones y espacios amplios que necesitaban limpieza y restauración. A pesar de tratarse de una parada provisoria, Bucciarati insistía en ponerla en condiciones, asignándonos distintas tareas diarias para llevarlo a cabo.

—En fin, la almohada me llama. No olvides cambiarte la venda.

Su ancha espalda se contorsionó mientras se estiraba, subiendo los escalones que daban al piso superior. Volví a fijarme en la hoja de papel, tratando de estirarla contra una de las columnas. Con un nudo en la garganta comprobé que la mayor parte de las operaciones estaba bien hecha, y las que no, contaban con errores mínimos. Narancia realmente se había esforzado. Odiaba admitirlo, pero Mista tenía razón. había actuado como un imbecil.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2023 ⏰

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