Capítulo 1

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2024. La tensión social en toda la Unión Europea estaba pasando factura a los gobiernos, especialmente al de Alemania. Con la crisis energética, la amenaza constante de un ataque ruso y las recientes revueltas populares revolucionarias que intentaban seguir el ejemplo de los americanos, solo había una palabra para describir la situación: miseria.

El presidente de Rusia justamente aquella mañana había firmado un tratado con Bielorusia y Letonia sobre la circulación de gas y un aumento comercial entre ellos, aunque el gobierno central de la unión sancionó dicho pacto por seguridad internacional, al tratarse de un acto sospechoso y peligroso para el estado actual de las fronteras. ¿Acaso Rusia planeaba restablecer la URSS? Según los politólogos expertos...

Genevieve apretó el botón de apagado con hastía antes de que el hombre de las noticias pudiera seguir hablando. Esa media hora de contenido que tenía el programa se había estado repitiendo en bucle desde la mañana. Vamos, ¿no tenían nada más de que hablar? ¿Acaso ya nadie moría de ninguna plaga, virus o catástrofe? Era obvio que solo querían generar pánico en la población, y la verdad era que ella ya estaba harta.

Volvió a dirigir su atención a los números que llenaban la pantalla de su ordenador y comenzó a revisar cada código uno por uno. Llevaba tres días haciendo lo mismo, pero jamás lograba encontrar el error. Sus jefes se dedicaron toda la semana a presionarla: según ellos era de urgencia primaria que entregara ese software cuanto antes posible. Pero no todo era tan sencillo, especialmente si era la única trabajando en ello.

El sonido del teclado era lo único audible en esa pequeña cuadrícula de metro cuadrado que ella podía llamar oficina, repleto de libros amarillentos de programación y mecanismos y una diminuta televisión de tubo que peleaban por espacio en largas estanterías de madera podrida a punto de caerse. Ella no estaba segura de qué tan eficaces eran los insecticidas que solía echar por las esquinas, pero no cabía duda de que las manchas amarillas en la pared no eran obra de la oxidación ni la humedad. Llevaba años creyendo en la promesa que le habían hecho de darle un lugar de trabajo con mejores condiciones vitales, aunque ese día nunca parecía llegar. Ella curraba por un equipo de diez y encima la trataban de esa manera tan infrahumana. Muchas veces estuvo a punto de plantarse delante de quien fuera necesario para reclamar sus derechos laborales, pero sabía bien que podrían echarla y conseguir a alguien más barato. Y quizás con más experiencia.

¿Un prodigio informático joven, sin empleos previos y con penosa cualificación? ¡Ella era la trabajadora perfecta para explotar! Y no se quejaría, se quedaría callada porque su palabra no tenía validez. O al menos no cuando se trataba de trabajar para el gobierno.

Para evitar ese silencio sofocante agarró sus cascos de bluetooth recién cargados y los conectó a una tablet un tanto anticuada que había en su angustiosamente pequeño escritorio, un dispositivo que, a pesar de su edad, por lo menos podía decir que había comprado con su propio dinero. Recordó la alegría que sintió al poderla comprar de segunda mano a un precio más accesible. Sin importar su estado se sintió orgullosa de esa adquisición: había empezado a rozar las líneas de la independencia. Sus padres le habían ofrecido regalarle uno del último modelo lanzado si era lo que necesitaba, pero ella se negó. No quería vivir del dinero de otros, quería ser autosuficiente y demostrar que podía sobrevivir por sí misma.

Precisamente por eso había aceptado el trabajo: para sentirse adulta. Aunque ahora que lo era pasaba muchos momentos deseando volver en el tiempo y retroceder a los años de su infancia. Cuando aún había paz...

Suspiró y se echó atrás en la silla verde en la que estaba sentada, la cual rechinó al faltarle una de sus ruedas. No la molestó en absoluto, estaba más que acostumbrada a los ruidos de rotura de casi todos los muebles a su alrededor, pero lo que sí le tocó la fibra nerviosa fue que sus auriculares no se escucharan bien. Su primer reflejo fue abrir su cuenta bancaria desde su celular con cierta pesadez, para luego de golpe dejar colgar sus brazos acompañado de un intenso suspiro de frustración.

MISERIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora