Como todas las noches, el cielo se ha apesadumbrado. Está pávido, como desmayado, y empecinado en abandonar este mundo pero no puede. Ni podrá, ya que está sentenciado por los hados del destino a soportar su propia existencia. Hoy, aunque sea, se ha sonrojado; lo noto por el color violáceo en sus cúmulos. Ahora, estoy parado en medio de la oscuridad. Veo solo luces de Neón y fantasmagóricos espectros recubiertos de terciopelo, contoneándose al ritmo de los deseos. De pronto, una lánguida sombra asalta el nimio halo de luz que me aguarda. No espera y corre entre el desconcertante ruido de la nada. Me doy cuenta que me espiaba. ¿Por qué? ¿Quizás, estaba hambrienta de lastima y había olfateado mi miedo? O ¿qué tal si era un irrelevante; aquellos invisibles que buscan desesperadamente saciar su odio? Me quede quieto pero la duda me asaltaba. Todavía la veía correr a lo lejos entre los matorrales de acero y contenedores de basura. Al poco tiempo salí del letargo hechizo y me dispuse a perseguirlo. ¿Me había hecho algún daño? No ¿Me importaba? Tampoco. Solo me deje guiar del poder intuitivo de mi orgullo a través de las atiborradas calles de cartón y suciedad. El estupor del cansancio contenía mi alma agobiada de tanta información. Estaba casi desnudo y hambriento. Por fin llegue a una zona sórdida, llena de escalofriantes luces y sagaces formas pero a la vez con un tono sensual a mis sentidos. Era un pequeño bar, inundado por la música dantesca de la época y que contenía las siluetas de aquellos que se refugiaban en el consuelo de la noche. No la vi más. Entré al sitio y lo percibí encantador. Tenía ese aspecto mundano que se te encarna en lo más profundo de la mente y te saca ese duendecillo pícaro. Me senté y pedí un trago. Inmediatamente estuve rodeado de conocidos que reñían por hacerse entender. Me deje llevar por el momento, y estaba allí, carcomido por el poder superfluo de la sensualidad citadina.
Después de un buen rato, divisé de nuevo la sombra, ahora más agobiada. No quise fijarme en ella, pero me fue imposible. Merodeó por un buen tiempo hasta que, en suma materialización, tomó un pequeñopaquete traído de la cocina, donde guardé las sobras de mi desayuno. Se disipó entre la multitud como el humo del cigarro añejo de los tahúres dantescos. El orgullo me fue invocado. El espíritu del anís poseyó mis sentidos, aflorando un deseo instintivo de reivindicación. Entonces, emprendí persecución, como ninguna, a aquel o aquella que arrebato.... No importa que, pero lo hizo. Zigzagueé entre los obstáculos de asfalto y colinas cementosas. Raudo, corrí mimetizándome con los colores urbanos de una selva tupida de sueños, ostentosos de mentes oníricas y perturbadas. Cada vez le recortaba distancia pero era muy zagas. Me esquivaba con la agilidad de un guepardo y conocía a perfección su ambiente. Doblé la esquina donde la vi por primera vez y me adentre a un espacio gobernado por la infinita soledad. Pensé, por un instante, que la muerte dormía allí; vigilante del alma de la misma noche. No veía nada, en absoluto. Mi imaginación se desquició por ciertos momentos proyectando secuencias aterradoras. La oscuridad en verdad puede ser alucinante, pensé. Con razón la luz escapa de ella cuando está a punto de atraparlo. Recreé mis más profundo miedos y fantaseé, con cada paso, la posibilidad de morir a manos de engendros obtusos o de aquellos endriagos que han torturado a los héroes de papel por generaciones. No sabía. No quería saber. De repente, pisé lo que se sintió como algo pegajoso y gelatinoso. Me desesperé. Mis dientes trinaban como un par de cascanueces conteniendo, yo, la respiración. Inmóvil, reservado y expectantes cerré los ojos para esperar lo peor. Escuché el olfateo tibio de algún ser por mis pies que luego ascendía lentamente por mi cuerpo hasta tocar mi pabellón. Lo tenía cerca. Su aliento lo sentía y su presencia me acobijaba hasta las entrañas. Era más agudo cada segundo. Se acercaba sigiloso pero peligroso a la vez. No pude más. Saque del bolsillo de mi pantalón un encendedor americano y me dispuse a iluminar mi temor. Lo hice y.... ¡No podía creerlo! Mi paranoica visión era solamente la real candidez de la mano de un infante. Sus manos, aunque ásperas por el hollín de los vapores de la cloaca, fustigaban el chalen de mi pantalón con una sensación aterciopelada.
Sonreí, como nunca lo hubiera querido. Sonreí al encontrar una mirada inocente, que nada tenia que ver con la quimérica situación del mundo actual. Agarré su mano y, con señas, le advertí que fuera donde su madre en silencio. Inerte por una extraña fuerza, observaba el más claro ejemplo de amor puro, que cualquier creencia o religión nunca hubiera podido materializar. Una lágrima subversiva rodó por mi pómulo y vapuleó mi alma, como si el real inquisidor castigase mis culpas en la mazmorra de mi consciencia. Una bizarra sensación de tranquilidad me invadió y por tal, decidí marcharme dejando mi ego enclavado en algún excremento de aquella litera; Ese era su verdadero lugar, musité.
Empero, ¿Siempre deben castigar las ignorantes Furias a aquel, que ose mancillar el hilado del destino con improperios? En este caso, sí. Sin darme cuenta, mi bricket zippo fue lanzado con tal confianza de estar totalmente apagado, que al caer al suelo, avivó una llama fútil alimentada por los vapores del lugar y un húmedo curso de combustible, proveniente de una pimpina usada como almohada por la humilde familia. La llama orgullosa corrió hasta alcanzar su fuente. En poco tiempo, el lugar ardía como el mismo Tártaro y yo, semiconsciente, solo pude percibir como esa joven trataba de proteger a sus retoños de las llamas ávidas, sin más ayuda que de su cuerpo. Mi mirada vítrea no podía creer que tal espectáculo satánico había sido perpetuado por mí estúpido asedio. Y si... ¿yo no hubiera corrido hasta donde ellos? ¿Hubiera dejado de perseguirla? ¿Hubiera permitido que tomara esa estúpida bolsa? ¿No hubiera desarrollado ese artilugio del demonio? ¿No hubiera insultado y agredido a Amanda anoche? ¿No hubiera aceptado el negocio propuesto por Gumbol? ¿No hubiera permitido que ese desgraciado le hiciese daño a mi Sofía? ¿No hubiera venido aquí? Si solo...
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EL VERDUGO
Short Story“¿Los pobres serían lo que son, si nosotros fuéramos lo que debiéramos ser?” Concepció...