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Lisa había escuchado el ruido de su timbre tocar cuando se detuvo en medio de su sala esa noche. No esperaba a nadie; no había nadie quién le hubiera avisado que la visitaría ese día. Es por eso que se extrañó al mirar su reloj y darse cuenta de lo tarde que era cuando se aproximó a su puerta.

Abrió la puerta un poco nerviosa, cuestionando si hubiese sido mejor preguntar antes quién tocaba.

—¿Jennie? —preguntó al sorprenderse encontrarla parada frente a su puerta.

Jennie estaba empapada, parecía que toda la tormenta de la ciudad le cayó encima. Ella entró con su vestido mojado, dejando gotas de agua por todo el pasillo de aquel piso. Su espalda en la puerta apoyó, cuando Lisa notó que la miraba llorando. No quitaba sus ojos de encima de ella; parecían igual a la lluvia de afuera.

Todo terminó —dijo Jennie.

—¿Qué? —la cabeza de Lisa se había echado para atrás como si hubiese esquivado un golpe. En verdad, toda esa escena la estaba noqueando—. Jennie, ¿estás bien? Pasa y siéntate que estás muy nerviosa.

Lisa miraba el cuerpo de Jennie temblar. No podía discernir bien si era por el frío por estar mojada, o por estar nerviosa. Pero estaba apostando por las dos cosas.

Jennie pasó todavía con sus lágrimas cayendo de sus ojos y su vestido goteando. A Lisa lo menos que le importaba era si Jennie mojaba o no sus muebles o su piso, necesitaba calmarla.

Cerró su puerta y siguió a Jennie hasta su sofá. Ella seguía temblando por el frío, estaba segura que se podía enfermar si no se calentaba pronto.

Espera un poco y te preparo un café —dijo Lisa, mirando los oscuros y lagrimosos ojos de la surcoreana.

Jennie parecía una niña pequeña que se había separado de sus padres. Los ojos de ella conmovían a Lisa, quien seguía mirándola de arriba abajo. Estaba segura que su llanto le daba la angustia y desesperación suficiente como para poder crear un huracán.

Lisa extendió su mano de manera generosa sobre la mano fría y húmeda de la surcoreana; ella siempre había sido la fuente de calor favorita de Jennie, y estaba segura que eso era precisamente lo que ella necesitaba en ese momento.

Cálmate —pronunció suavemente. Sea lo que sea que estuviera pasando por la mente de Jennie, Lisa quería relajarla. Apretó su mano en forma de apoyo, esperando que Jennie le dijera algo o al menos correspondiera su agarre. Pero nada pasó, y eso angustió más a Lisa.

La rubia se levantó en dirección a la cocina. Pensaba en prepararle ese café caliente a Jennie para hacerla entrar en calor. También pensó en buscarle una toalla para secarla, pero por alguna razón, su cuerpo no se apartaba de la cafetera. Estaba paralizada pensando en la situación. Las palabras de Jennie al llegar le habían desconcertado, y Lisa estaba retrocediendo toda su vida en busca de algo que hubiese hecho mal y que haya traído a su Jennie esa noche de tal manera.

«No entiendo», pensaba Lisa, «¿Qué fue? ¿Qué pasó?». Volteó a ver a Jennie cuando dejó la taza de café sobre la mesa de la cocina. Lisa traía un mal presentimiento. Si ella no había hecho nada malo, entonces Jennie debía estar llorando por otro motivo.

Un motivo causado por ella.

Mil ideas se le vinieron a la mente a Lisa. Ideas que, por supuesto, eran terribles y dolorosas. No sabía en qué momento había dejado en descuido su relación para darle paso a alguien más. «¿Por qué está situación?».

Jennie se acercó a la mesa de la cocina y se sentó en el taburete sin mirarla. Sus ojos ahora estaban puestos en el café, observándolo con una mirada desolada.

Somos Tres || JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora