Un joven adolecente de unos 17 años, bien vestido y con un ramo de rosas en mano caminaba despreocupadamente por de un tranquilo vecindario en Nueva York, su mente divagaba por un sin fin de pensamientos poco caballerosos y no era de sorprenderse, pues su lugar de destino lo conducia precisamente a un encuentro de pasión.
Se detubo frente a una casa modesta, pero bonita, desprendia un aire de tranquilidad y que sus belleza era gratamente expuesta por el bello jardin que tenia.
Rosas por doquier, hermosos geranios, brillantes tulipanes, girasoles amarillos como el Sol, aquel choce de colores y olores florales eran un éxtasis para los sentidos de cualquier mortal.
Aquel adolecente, cada vez que olia, asi sea la más ínfima escencia de una flor, sus pensamientos y deseos desembocan en el recuerdo de su amada, a la vez que su corazón saltaba al ritmo de un tambor, sus pensamientos más lujuriosos corrían por su mente, provocando que su sangre, en un frenesí de amor, se fijase en su zona genital, provocando una dulce palpitación, esperando volver a unir su cuerpo con el de aquella mujer que se habia robado su corazón y su alma, provocando una expresión de felicidas en su rostro.
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El chico timorato toco el timbre con suavidad y cierto nerviosismo, pese a que no eranla primera vez que iba a esa residencia, cada vez que volvia a ver a esa mujer que poseia un el cuerpo de una diosa, era imposible no resistir esa electricidad cuando sus labios se juntaron por primera vez.
Pasaron unos cuantos segundos para que aquella puerta se abriera lentamente de par en par, exhibiendo a la mujer que alli vivia.
Aquella mujer de al rededor de unos treinta años, vestia un vestido de color negro algo escotdo, ni muy largo, ni muy corto, el cuál se ajustaba a su excelente figura, basicamente un deleite visual para cualquier hombre.
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El joven abrio los ojos de par en par, al ver tal monumento de mujer frente a él, su cara se sonrojo en décimas de segundo, de igual modo, tenia una pronunciada erección que su pantalon no logró ocultar.
Su amada notó de imediato todos los signos de vergüenza y excitación que detonaba el adolesente, sobre todo el bulto que sobresalia de sus pantalones, a lo que ella solo devolvió una calida sonrisa y un guiño picaresco.
