Viajar con niños puede convertirse en un infierno si no lo tienes todo bien organizado.
Viajar con los Dunas y un montón de niños es una experiencia que puede hacer que pierdas la cabeza, y no en el buen sentido.
Todo empezó cuando Sia quiso regalarle a Mario por Navidad el ansiado viaje a Disney. Para sorpresa de todos, no fueron allí de Luna de Miel porque querían recorrer varias zonas paradisíacas de otros países. Además, Mario alegó que él a Disney quería ir con toda la familia, sin importar lo que tardáramos en poder gestionarlo.
Pues bien, el día ha llegado. No vamos toda la familia, porque muchos tenían que trabajar y la abu no está para muchos trotes, pero sí que vamos Jorge, Tash, Felipe, Camille, Sia, Mario, Nil y yo. Y los niños, claro, que no es que sean pocos.
Nil y yo tenemos a Eric, Ona y Antonio, que a sus dos años y como buen Dunas es experto en acabar siendo el centro de atención, hasta cuando no quiere, y no parar quieto ni un segundo.
Por otro lado, Felipe y Camille vienen con la pequeña Nora, que apenas tiene cinco meses de vida. El embarazo fue una sorpresa para todos, salvo para ellos que, al parecer, lo habían planeado. Lo que no esperaban era que Camille iba a quedarse a la primera embarazada. A mí no me extraña, en esta familia tenemos un don para procrear, y si no que me lo digan a mí que me quedé sin pretenderlo.
Tash está embarazada de otra niña. Se ve que estar inmersa en esta locura de familia no le quitó las ganas, sino que le dio más. Apenas está de cuatro meses y todavía vomita la mitad de lo que come, sino más. Para ser fiel a la verdad, no me da ninguna envidia, pero es que yo ya hablo desde otra perspectiva.
Los únicos que no son padres son Mario y Sia, y casi mejor, pienso mientras veo a mi primo luchar para meterse dentro de un vestido de Bella que, evidentemente, le queda estrecho.
—Que no puedes entrar disfrazado al parque, Mario, que está prohibido —le dice Tash.
—¿Y Ona por qué va?
—Porque tengo nueve años —contesta mi hija—. Pero tú eres un adulto.
—O eso se supone —murmura Eric, que a sus casi doce años está entrando en la adolescencia por la puerta grande y se dedica a soltar puyas solo para hacer saltar a los demás.
—Eric... —Nil le reprende con razón.
Estamos en la recepción del hotel, ni siquiera hemos conseguido salir hacia el parque pero ya nos hemos peleado un sinfín de veces por mil cosas distintas. La última, en efecto, la vestimenta de Mario.
—Cielo, sé que te gustaría ir de princesa, pero las normas del parque son claras —le dice Sia acariciando su brazo.
—Es una mierda. Este sueño en mi cabeza era mejor.
Intento no reírme, pero la imagen de mi primo a medio vestir de Bella, con una corona torcida en la cabeza y su mujer acariciándole por el costado para intentar animarlo es muy cómica, joder. Y cuando miro al resto de la familia me doy cuenta de que no soy la única que intenta reprimir la risa para no caldear más el ambiente.
—¿Por qué no subes y dejas el vestido en la habitación?
—¿Y de príncipe tampoco puedo? —pregunta él.
—Me temo que no.
A favor de Sia hay que decir que consigue mantenerse seria en un contexto que para cualquier otra mujer sería completamente surrealista.
Al final conseguimos convencer a Mario de subir y dejar las cosas en la habitación, pero entonces Nora se pone a llorar y Camille se sienta para darle el pecho.
ESTÁS LEYENDO
Relato. Los Dunas en Disney
RomanceRelato de la seria Dunas. Los Dunas viajan a Disneyland.