El visitante de la torre

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La puerta se abrió con gran estruendo y el joven criado, sin pedir permiso alguno, gritó lo que nadie esperaba:

—¡El marqués Stref ha llegado!

Un hombre sentado al otro lado de una gran mesa llena de papeles se levantó para dar la bienvenida al escuchar la noticia. Las botas de lo que parecía ser piel de dragón, resonaron con cada pisada enérgica, su melena negra se movía al unísono sobre la capa del mismo color que acababa de colocarse. Cuando llegó ante el criado que había notificado la llegada del marqués, le clavó un dedo en el pecho.

—No vuelvas a entrar en mi despacho e interrumpirme sin permiso, no vuelvas a hablar sin que yo te lo ordene, y que no se te ocurra volverme a gritar.

La respiración del criado se cortó deliberadamente y asintió. Todo el mundo sabía que Connor había insistido en que le avisaran lo antes posible si el marqués aparecía, pero cualquier observador era consciente de que no debía discutirse el tratamiento de la orden, por mucho que se contradijese.

En una de las salas de la torre estaba esperando el marqués Stref con varios de sus hombres. A sus pies, yacía el cadáver de un joven rodeado de sangre.

—¡Marqués Stref! —exclamó Connor abriendo los brazos en señal de bienvenida—. Es un placer verle entre los muros de mi hogar —añadió echando un rápido vistazo al cuerpo sin vida que reposaba en el suelo.

—Le he pedido a tu servicio que me ofreciera algo de beber. Cuando le he explicado amablemente que me alimento de sangre, me ha dicho que no teníais, así que he decidido crear mi propio tentempié con él —explicó Stref tapando momentáneamente sus ojos amarillos con un parpadeo de derecha a izquierda.

Aquel parpadeo podía ser sorprendente, pero Connor no mostró ninguna prueba de asombro. Stref tenía la piel gris, la mirada amarilla y se alimentaba de sangre y, aun así, se había acostumbrado tanto a su presencia que lo más extraño de ella era el cadáver a sus pies.

—Lo comprendo —respondió finalmente Connor con un suspiro apagado—, pero preferiría que la próxima vez que vengáis lo hagáis avisando con tiempo, así podremos tener algo preparado y que no se desperdicie en el suelo —dijo esto con un chasquido de lengua. Aquella mancha quedaría para siempre en el suelo y eso no le hacía demasiada gracia—. Además, encontrar un buen servicio es complicado.

Stref le dio un pequeño puntapié al cuerpo y se manchó la punta de su bota de sangre.

Con un chasquido de dedos, Connor ordenó a uno de sus lacayos que se deshiciera del cadáver y comprobara si dentro del mismo habría sangre suficiente para dar de beber a los invitados.

—Me gusta en copa de cristal —señaló el marqués.

El criado asintió y comenzó a cumplir órdenes. Connor por su lado, llevó a su invitado al despacho donde había estado trabajando hasta ese instante. Cerrando la puerta para que ambos pudieran entablar una conversación a solas.

—Mi querido marqués Stref —dijo Connor sentándose en una silla y animando al otro para que hiciera lo mismo al otro lado de la mesa—. Supongo que estáis aquí por la misiva que os envié.

—Supones correctamente —afirmó Stref tamborileando los dedos de una mano llena de anillos sobre la mesa—. He venido aquí en cuanto me lo ha permitido mi tiempo. —Su voz era tosca e irregular, como si se batiera tierra con acero. El tono ideal para alguien cuya piel como la suya era de color gris.

—Creedme que merecerá la pena —sonrió Connor con suficiencia.

Los dedos de Stref pararon en ese instante y le lanzó una mirada furiosa.

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