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Era un hombre que corria.

Tambien fue un niño perspicaz que tenia la piel curtida por el sol, las manos callosas del esfuerzo y se escapaba de la escuela en su barrio porque odiaba con todo su ser ciencias naturales.

Así que fue cuestión de tiempo que se diera cuenta que también huía de algo.

Había un un tipo de extraña melancolía que parecia perseguirlo, que sacaba lo peor de él, una nostalgia pintada de tristeza que acentuaba todas las situaciones agobiantes de su niñez. Un tirón constante en su interior que lo obligaba a recurrir a anécdotas interminables para evitar el silencio, porque temía lo que pedirá hacerle el sonido de este a su cabeza.

Pero siempre estuvo ahí.

El fútbol se convirtió en un muro inquebrantable que bloqueaba su cerebro y lo golpeaba solo de sentimientos de adrenalina y placer.

Y sobrevivía.

Pero cuando, meses después de salir campeón olímpico, sufrió una lesión, la tristeza y el dolor abominable, que creció en las raíces de sus venas, brotó.

El silencio lo arruino para siempre.

Quedó minutos en shock, con las manos de sus padres en sus hombros como sensaciones de frío junto a su cuerpo que perdía fuerzas.

Los médicos le habían dicho que había posibilidades de tener que retirarse. 

Fue hace tanto que, incluso ahora, cuando tiene momentos más concurridos de disociación no puede, tampoco lo intenta, enderezar las líneas del tiempo ni mucho menos poner fechas exactas. Parece otra vida, una película autobiográfica sobre otra persona a través de sus ojos.

Parece mentira.

Lo abruma.

Le duele.

Leo fue el primero en llamarlo.

Con el correr de los días Sergio aprecio de todo corazón como su amigo dedicó espacio entre los entramientos para mantener constancia en ese momento; Dos mensajes matutinos y tres en la noche llenaban el espacio en la habitación de hospital donde todavía se encontraba. Cayeron en una rutina de inmediato que el rosarino mantuvo de manera rigurosamente fiel y le dio fuerzas al Kun para iniciar una rehabilitación en su rodilla lesionada.

La voz de Leo, junto a una cantidad excesiva de chistes malos y un futuro partidio hipotético entre ambos se enfrentarían, sirvió para presenvar un estado mental animado y buenas expectativas.

Hasta que fue oficial que no podría volver a jugar al fútbol.

No recuerda ni en qué club estaba en ese entonces, tampoco jamás se atrevió a buscarlo en Internet por el terror a rememorar esos instantes, pero sí mantiene como retumbante la sensación de desesperación que lo envolvió por completo antes de derrumbarse a llorar.

¿Qué iba a hacer ahora?

Leo lo llamó esa noche.

La conversación flujo entre el llanto ahogado que escupía palabras saladas de absoluta desolación del Kun y los silencios intermitentes característicos de Leo que aportaban espacio y apoyo para que Sergio pudiera explayarse con el dolor desbordanse en todas sus grietas.

La tortura absoluta de no poder disfrutar jamás de lo que amaba lo destruyó por completo y ese primera noche en agonía, con los primeros síntomas a flor de piel del duelo, sólo le confirmaron que el velo de nostalgia iba a ser una cantante irreparable en su vida de ahora en adelante.

Fue desolador empezar de nuevo.

Semanas en un estado de letargo autoimpuesto fueron suficientes que, nuevamente, Leo, que a esta altura de su vida parecia respirar los aromas de inquietud a su alrededor de él inlcuso a kilómetros de distancia, lo llamó.

Cruel Run [Kunessi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora