〘Capítulo 4〙

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Camino en silencio, descalza, con mi ropa empapada y tiritando hacia el primer muro que encuentro. No hace frío, pero siento que la ropa mojada y sucia se secó contra mi piel. El barro del fondo del pozo está hasta mi cabello, y el calor se ha encargado de secarlo, así como la sangre bajo mis uñas.

Mis pies descalzos tienen algunas cortadas por las rocas por las cuales tuve que escalar para salir. Mis manos están quemadas por mi intento de trepar por la soga. Tardé toda la noche, pero pude salir. Admito que lloré amargamente, pero no tardé mucho en entenderlo.

Yo misma me metí en el pozo, yo misma tengo que salir. Y eso hice.

Ahora, me detengo a ver el muro más lejano de la mansión, y efectivamente, hay algunas torres donde al menos un guardia se encuentra. Los francotiradores. Memorizo el lugar, para así volver y planear mi huida.

Ahora podría intentar escalar, pero no tendría sentido, estaría muerta antes de siquiera intentarlo. Lo mejor que puedo hacer es esperar el momento oportuno, y no es este.

Además, no podría correr más de un par de metros antes de sentir que mis fuerzas se acaban. Estoy tan cansada, hambrienta y desorientada que lo único que quiero es comer, dormir, y pensar.

Necesito pensar con la cabeza fría.

Camino en silencio de nuevo hacia la mansión. El sol del amanecer brilló hace un rato, por lo que creo que es la mañana. No estoy muy segura de la hora.

Casi cojeo cuando mis pies tocan el fino piso, y dejo algunas manchas de barro. Miro al frente cuando un par de voces llaman mi atención provenir del amplio salon comedor, sin embargo, sigo caminando.

Necesito una ducha y una cama.

Cuando paso por la puerta veo hacia adentro y mis ojos se cruzan con los del hombre con el cual me obligaron a casarme. Está perfectamente vestido, con un pulcro traje cenizo, el cabello rubio bien peinado y expresión fresca, como si acabara de ducharse. En cambio yo... soy un desastre.

Él me mira con el ceño fruncido, y yo sigo caminando.

Luego observo al anciano, quien me mira y da un asentimiento con la cabeza en forma de saludo mientras bebe de una fina taza con borde dorado, cual oro. Es tan absurdo y repulsivo que me provoca querer huir.

Yo aparto la mirada al instante y sigo mi camino hacia las escaleras. Mi corazón late lento, cansado, y mi cuerpo casi no resiste el subir las escaleras. El sufrimiento de mover los pies, las piernas, todo duele.

En el trayecto me cruzo con Gabrielle, quien se queda observándome en la escalera. Paso por su lado y voy directo al baño. Abro el grifo de la bañera y me desprendo de la ropa, que cae pesada al suelo. Sin esperar que se llene, me meto y reposo en silencio, sola conmigo misma.

Al menos él, la bestia con la que me casaron apenas se pasea por aquí, en los últimos dos días lo vi dos segundos. Y si me quedo en esta torre, y bajo solo a comer, entonces sobreviviré lo suficiente como para hacer un buen plan.

Ahora mismo, solo cierro los ojos, hasta que todo se queda en paz.

—Señora —una voz lejana me saca de mi ensoñación—. Señora Gianna.

Siento un peso en los ojos que se va desvaneciendo cuando los abro lentamente, al instante la luz se filtra y parpadeo al darme cuenta de que me dormí. Por un momento maldigo a la mujer por despertarme, pero me resigno cuando pienso en las consecuencias por desobedecer.

—Señora...

—Dime Gabrielle —cubro mi desnudez con las manos, el agua clara muestra mi cuerpo desnudo, pero ella solo mira mi rostro con pudor.

El Infierno de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora