1. Confrontación

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Una de las cosas que más me gusta disfrutar de la vida es caminar. Pero no me vale con caminar de cualquier forma ni en cualquier sitio. Prefiero hacerlo en una ciudad, y mucho mejor si es de noche. Ponerme mis auriculares, empezar a escuchar mi playlist, meter las manos en los bolsillos del pantalón y caminar; caminar lo más rápido posible. Como si te estuviera persiguiendo alguien peligroso que quieres dejar atrás sin llamar mucho la atención. Sin echar a correr, sin volver la vista atrás. Con la mayor cara de enfadado que puedas poner. Como si odiaras a todo el mundo. Caminar sin prestarle atención a nadie. Ir tan rápido y parecer tan enfadado que a nadie se le pase por la cabeza hablarte. Ni mucho menos detenerte agarrándote del brazo para que le compres una ramita de romero "para el amor y la buena suerte" o para venderte bolígrafos BIC a precio de oro poniendo de excusa que son para ayudar a comprar alimentos para su hijo celíaco.

¿Has tenido la oportunidad de vivir en una ciudad más o menos pequeña? ¿Una por la que puedas andar de madrugada por las calles sin cruzarte con nadie? ¿Has sentido esa paz, esa calma? Caminar en completo silencio. Que solo resuene el sonido de tus zapatos al chocar contra el pavimento. Pues ese es el efecto del que me gusta disfrutar al caminar: refugiarme en la música y en mis pensamientos hasta lograr hacer que todo el mundo a mí alrededor desaparezca. Que sean simples obstáculos que sortear mientras avanzo sintiendo como el viento acaricia mi cara. Yendo enojado por fuera pero ir cantando y feliz por dentro.

Admito que alguna vez he deseado que de verdad desaparecieran todos los habitantes de la ciudad para que no me molestaran. Ser la única persona en su interior para poderla disfrutar a mi antojo. Para poder deambular por las calles con total tranquilidad. Pero que todo siguiera funcionando con normalidad: los semáforos, las bombillas que forman parte de la iluminación de las calles encendiéndose al anochecer y apagándose al amanecer, las tiendas que abren y cierran siguiendo un horario fijo, las puertas automáticas, las escaleras mecánicas de los centros comerciales, los ascensores... Que la ciudad siguiera igual que siempre pero sin gente que la habitase; solo yo. Que no estuviera presente el bullicio, los atascos, los sonidos de los coches, autobuses y motos, el olor maloliente que sale de cualquier tubo de escape... Poder caminar por la ciudad libremente, poder entrar a cualquier edificio y a cualquier hora. En resumen, poder hacer lo que me diera la gana.

Disfruto tanto de caminar de noche por la ciudad que no me di cuenta de que me estaban siguiendo. Esta vez de verdad. Nunca suelo llevar la música muy alta cuando me pongo los auriculares. Además de que no me gusta, puede ser un peligro. Nunca sabes lo que puede pasar. Tal vez te encuentras con un conocido que te saluda desde la distancia, alguna zona de obras que es mejor evitar, el leve sonido de los nuevos coches eléctricos... Cosas a las que no vas prestando atención por ir sumergido en tu mundo y que si encima llevas la música alta hacen que seas un peligro para ti mismo y para todos los demás. Aún sin llevar la música alta mientras caminaba a toda velocidad no pude escuchar cómo alguien se me acercaba poco a poco hasta alcanzarme. Lo último que recuerdo fue un pequeño pinchazo en la zona posterior de mi cuello. Tras unos breves segundos todo se volvió oscuro a mi alrededor. No podía recordar si caí de bruces al suelo o si alguien me sostuvo mientras me desmayaba.

Cuando desperté estaba sentado en una pequeña silla. Me di cuenta que tenía las manos colocadas juntas en mi espalda y atadas a dicha silla. Me encontraba en una pequeña iglesia de apenas unos 100 metros cuadrados. A unos pocos pasos frente a mí habían dos personas vestidas con el traje típico de nazareno que solo permitía ver sus ojos. Se trataba de una túnica de color blanco que les recubría todo el cuerpo. Tenían un cinturón de color rojo, al igual que el escudo de la hermandad a la que pertenecían. El capirucho de su cabeza también era de color blanco.

—Hola, disculpa que te hayamos tratado así —dijo el tipo de la izquierda.

—Necesitamos tu ayuda —agregó el de la derecha de forma muy calmada.

El guardián de la MezquitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora